CENTRO DE ESTUDIOS TEPITEÑOS
DE LA CIUDAD DE MÉXICO
Diplomado de Albures Finos en la Galería “José María Velasco"
Lourdes Ruiz Baltasar y Alfonso Hernández Hernández
La
potencia intelectual se mide por la dosis de
humor que eres capaz de utilizar. F. Nietzche
En la primera sesion de cada Diplomado de Albures Finos, aportamos
un nuevo texto que explica el contexto y la dinámica a desarrollar: fomentar la
lectura, propiciar la elocuencia, y provocar la improvisación con interacción
grupal en un ajedrez mental que va revelando los muchos complejos y los pocos
reflejos que se tienen para entender o responder un albur. Con esta dinámica se
estimula el I. Q. aplicándose cada quien un electrocardiograma emocional y, en
caso necesario, un encefalograma intelectual.
Tepito reconoce la
paternidad del albur, con la señora pobreza como progenitora y la musa
callejera como partera, que aunque es joven, ha vivido mucho.
Desde siempre, la
academia está reñida con el albur, que
se sabe incomprendido por saber interactuar en todos los géneros del
lenguaje. Pues rompe las reglas de la
"respetabilidad intelectual" rebasando las trampas académicas, con exacerbaciónes y metáforas deslumbrantes,
superando la paradoja y la hipérbole, con el libérrimo uso de las palabras y el
desprecio al habla formal, actuando en el tablero de un escenario metafísico
donde dos sujetos se retan una jugada de ajedrez mental. Cotizando sus
expresiones albureras en el mercado de
valores de la antropología social y revelando que el albur no nació para ser un clásico de la literatura
oficial.
Entre los conceptos del
vocabulario cultural de la barriada, el albur expresa resistencia, desobediencia y una transgresión que revela
porqué se rebela contra la disfuncion neuronal y el complejo hidronoico. Ya que
el albur es un motor lingüístico con la
inspiración e improvisación repentista de sujetos que ejercen libidinalmente su
erotismo vital.
Porque la picardia del
albur es el principal ingrediente del optimismo con el que le hace jugadas a los códigos del poder,
ya que el común denominador del albur es su significado con un sentido cuya
profusión y sedición de ideas están a expensas de simbolismos oníricos. Lo que hace del albur
un lenguaje que captura y simplifica la metamorfosis de los conceptos, azuzando
la capacidad de comprensión del albureado,
para que desentrañe los intrincados artilugios de un albur fino.
Con buen talante y
mucho talento, el alburero acopla el código del pícaro al aforismo conciso y
devastador, introduciendo el deseo en lo más profundo e íntimo del albureado;
causándole estragos y haciéndole pagar caro el impuesto a su ingenuidad.
La introducción del encabezado de cada albur, desconcierta a
las personas que han extraviado la forma de expresarse, porque se niegan a
pensar libremente y prefieren la obediencia a la imaginación, porque temen el
riesgoso vuelo del pensamiento y no les interesa despertar su ingenio, y ni
siquiera desencadenar la metáfora del erotismo, porque su único lenguaje son
los “si-señor” y “como-usted- diga”, obedeciéndolo todo, entre gemidos o pujidos.
La múltiple función del
lenguaje que utilizan los iniciados en el albur, es lo que le da otra función a
las palabras expresadas en doble y hasta
en triple sentido, con un efecto devastador en el albureado. Pues lo que genera
el albur es un intercambio simbólico con un multiple juego de significados,
contrarios a tantos eufemismos con los que se comunican quienes, a pesar de su
edad o estudios, no se atreven a
llamarle a las cosas por su nombre.
Al funcionar como
acumulador del instinto sexual, el albur adquiere la potencia que transfigura
lo sexual en erotismo transgresor, por lo que hay varones que lo consideran atrevido, obsceno y grosero; pero, que tal se descaran
cuando los traiciona el inconsciente o el culo.
Así como las pulquerias
fueron las universidades del albur y los barrios la madriguera de los
pícaros, lugares non sanctos donde el albur se convirtió en el lenguaje que acciona
los resortes ocultos del inconsciente individual y colectivo, haciendo pervivir las expresiones del habla popular y
de la mexicana alegría contra el lenguaje dominante. Dejando ver que entre más
complejos menos reflejos se tienen para entender o resolver un albur o
situaciones de la vida. Ya que son pocos
quiénes presumen que no necesitaron aprender a
crecer como los bisteces, a
chingadazos.
Si de lo que comemos y
como hablamos está hecha nuestra
identidad cultural, de que nos admiramos si la barriada habla como habla y come
lo que come. Mientras hay otra clase social que come santos y caga diablos, sin
que nadie los critique, pero cómo los santifica su hipocresía.
El albur hay que
interpretarlo con la metáfora del espejo estrellado, donde cada quien escoge el
fragmento que le resulte más atractivo, ofensivo, significativo o repulsivo; en
un curioso proceso de reflexión, introspección y conocimiento, para interpretar
su significado o descifrar su intencionalidad; cuyas inagotables posibilidades
ludicas de insinuación y experimentación son consideradas provocaciones
obscenas.
Para reagrupar o pegar
las piezas del espejo roto, con el
debido orden latente del sentido
alburero metafórico, se requiere ejercer un procedimiento intelectual,
sensorial, sociológico y personal, que el pensamiento estructurado no permite.
La semiología de la
significación del albur le otorga más importancia al sentido que a la
textualidad. Porque como la asegura Roland Barthes: el lenguaje está mas
allá de la literatura, de las imágenes, de la elocucion y del léxico común.
Ya que si el lenguaje
es una legislación, la lengua es su código, donde el lenguaje goza tocándose a
sí mismo con la lengua. Por lo que Barthes
reclama devolverle al lenguaje la sensualidad que le es propia, pues lo que
se oculta con el lenguaje lo dice el
cuerpo; haciendo del albur un objeto de placer como cualquier otro placer de la
vida, repasando el catálogo personal de nuestras sensualidades para abrir la
brecha del goce alburero.
Hablar y parlotear sin
tapujos es una verdad desnuda, donde alburear da placer, con su otro sistema de
lenguaje y con su otra producción del sentido, por lo que el albur hay que
interpretarlo con la metáfora del espejo estrellado o correr el riesgo de hacer
evidente una inocencia falsa o conveniente.
El albur es como un
fósforo que brilla más en el instante en que se enciende, iluminando con
sus pequeñas joyas verbales de poesía
hermética, que le es ajena a quien esta alejado de la cultura popular y no sabe
deshilvanar el tejido de las palabras. Pues el alburero conoce o explora las
debilidades del albureado, y esas zonas sedientas del inconsciente que bailarán
al son de quien sepa detectarlas.
La acertividad del
albur, su amenidad y el perfecto dominio de la lengua, requiere mucho oficio
verbal, para que las minucias de las acciones y el simbolismo de las
entonaciones se conviertan en un dardo con mensaje emocional, bromista e
ideológico; para no decir demasiado y limitarse al mínimo necesario. Aplicando
el potlachs: te daré más de lo que me das y así te dominaré.
La premisa es: contra
el horror el humor. Pues quien amplía su vocabulario ejerce el poder de las
palabras con el humorismo inteligente de gente inquieta de corazón y mente, con el arma de la palabra para que
el lenguaje haga presente lo ausente.
Se dice que a las
buenas conciencias no se les da la transgresión, pues ellas suponen que los que
habitan en barrios están enfermos de gravedad, no porque estén desahuciados,
sino porque son antisolemnes y desmadrosos, pues el albur es propio de
gente pelada y mal educada.
Entre la barriada, la
ignorancia es el paraíso de los pendejos. Ya que el mismo filósofo Nietzche,
afirmó que "Injuriar es un placer para
el pobre diablo, cuando le proporciona una módica embriaguez de poderío",
sin que requiera dar lecciones, cuando únicamente permite que cada quien saque
sus conclusiones.
Para quien entiende que
las cosas son como son y que si no entiende es que no sabe que las situaciones
así son, cuando el albur llega a
disolverse en humor, como una sinfonía verbal con coreografía polifónica con
velocidad sintáctica y penetracion psicológica. Cuando se sabe recurrir a las
etimologias griegas y latinas, el buen
alburero recicla los otros sentidos y significados de las palabras, conjugando
verbos y versificando adjetivos.
El albur transforma las
palabras de la cotidianidad en otra experiencia transgresora del lenguaje. Ya
que con el albur se viven las tragedias con el humor de quien se siente
afortunado sobreviviente de ellas, desnudando las palabras para evidenciar lo
visible en lo invisible.
La gramática alburera junta palabras, suma verbos, captura
comportamientos y modos de hablar con ironía y blasfemia, sin temerle a las
replicantes esdrújulas ni superlativos aderezados con ironía e ingenio. Ya que por su origen, el albur es
blasfemo, porque desacraliza lo sagrado y vuelve poético lo prosaico,
derrumbando con su ritual grotesco, la solemnidad de la liturgia académica.
La mejor receta para
alburear consiste en disolver una cucharada de neuronas, en medio vaso de
hormonas, agitar con rapidez y arrojar el contenido a quien se tenga enfrente.
Es diferente la
satisfacción por el dominio del contrario, cuando se usa la cabeza de arriba o
la de abajo. Pues la semiótica del albur estudia y propicia la proliferación
constante y acelerada de claves que surgen como verdaderos enredos de
significación de la psique, en tanto producen nuevas formas de expresiones
insinuativas fuera del control académico establecido.
Por todo lo anterior, el Albur no solo ya tiene establecido un día en el calendario
nacional de festejos, sino que también ya
está en la Lista de identificación de la UNESCO, para evaluar y llevar a votación su registro como Patrimonio
Cultural Inmaterial de la Barriada.
La pildora del día
después es un aborto? La puñeta es un homicidio premeditado? El sexo oral es
canibalismo? El coito interruptus es abandono de menor? El condón es homicidio
por asfixia? El sexo anal es mandar a la prole a la mierda? Si dios quisiera
que no hubiera masturbación, hubiera hecho los brazos más cortos? Ultimamente
se escucha gritar mas fuerte el nombre de dios en los hoteles, que en las
Iglesias?
Diviértete y
ríe, creando metáforas, inventando rimas y cosechando albures.
abcdetepito@hotmail.com CETEPIS © 2016 www.tepiscompany.blogspot.mx
La
vida es un albur…
Si vives como hablas o bailas,
los mejores encuentros te ocurrirán con quienes osan estar más allá de la bruma
sofocante de la cotidianidad. Y si bailas o hablas como vives, aprenderás a
expresar el lenguaje de las pasiones, porque los pasos y las palabras son
consecuencia de los pensamientos. Pues nada revela con más claridad la
intimidad del ser humano que el lenguaje corporal y el verbal, ya que para bien o para mal, reflejamos
lo que somos, en el momento de movernos y de hablar en blanco y negro ó a todo
color, ya que el albur con albur se paga o se pega.
Ni los operativos ni el
estigma delincuencial nos sacan de onda ni fuera del jardín de delicias, en
este paraíso original al que llamamos Tepito, el barrio que engendró su propia
serpiente teibolera con el afamado
travesti Luci Fer, dispuesto a poner fin a la inocencia perniciosa de su legión
de diablejos motorizados y que son ojetes hasta con ellos mismos.
Luego de que la manzana fue
digerida y expulsada por el ducto intestinal, Eva reparó en ser propietaria de dos colinas
que remataban en pezones y de una enigmática cicatriz, de trazo leve, al sur
del cuerpo.
Adán reparó en que era
propietario de ensortijados vellos alrededor de un colgante que se inquietaba y
paralizaba cuando miraba la desnudez de Eva. Fue por esto que desde entonces es
obligado llevar cubiertos los enseres de pecar. Y aunque les faltaba descubrir
los enigmas de la sexualidad, en la première del así sí, así no, y así sí; fueron
descifrando el erotismo, develando un paraíso nuevo en los límites de su cuerpo.
La literatura bíblica no
tuvo mas remedio que condenar la
desobediencia, la rebeldía y la inconformidad, por lo cual surgió el tirabuzón verbal de la
oralidad barrial, donde el cuento es de quien lo cuenta, desmantelando la
realidad institucionalizada por la fantasía religiosa, donde la peor de las
prisiones es la que uno mismo se crea, con la discapacidad para comunicarse
albureramente.
Cuando el cuerpo se mueve o
el ser habla, ponemos en juego toda nuestra experiencia humana con actitud
primigenia, educada, sometida o reeducada en la libertad para alcanzar la
plenitud del cuerpo y del espíritu. Y por eso es que se dice que el humor es la
espuma del pensamiento libre.
Si las palabras cifran la
historia de sí mismas y a veces no sabemos aplicar o entender el significado de
ellas en una frase alburera, es cuando su propia condición descifra lo que dice o lo que se insinúa en la forma de decir,
pudiendo ser interpretada de modo freudiano o a la manera de Armando Jiménez,
el connotado recopilador de la Picardía Mexicana.
Una de los retos sentimentales de la vida es saber si es más
fácil la vocación para hacer sonetos
perfectamente rimados o alburear prosaica e improvisadamente en verso y
sin esfuerzo, con ironía, con
referencias personales y paródicas de sí mismo o de otros, con increíble
crueldad pero con mucha ternura, cuando se sabe más del sexo que de la gramática.
El humorismo alburero no es
bien visto por la gente de alto pedorraje, ya que la ironía, la sátira y el
sarcasmo son eficaces instrumentos y agudas herramientas críticas del
populacho. Y por ser un ajedrez mental, el albur puede ser finísimo o de modo
jocosamente tosco y grosero cuando recurre a los arcaísmos y las palabras en
desuso, así como a la construcción de fraseos continuos que suben y bajan de
color de manera inaudita y cachonda, contra quienes no entienden, se
desentienden o no gustan de reír.
Ser o toser, mear y cagar, premio
o castigo, mamar y coger, entropía o rizoma, albureada o mentada, catolicismo o
protestantismo son ismos de la madre que
malparió porque se le agrió la leche en la pulcata “Las Glorias de
Poncho el Sabio” y doctorarse en el Consejo Nacional para la Concupiscencia y Teratología
– CONACYT.
Por eso, el albur no solo
contiene niveles de abstracción sino que también alcanza la magnitud del poemínimo
o lo sustituye, lo asedia, lo prostituye y lo santifica con la maestría del
laconismo, enclaustrando la epifanía de un fraseo sarcástico con ilación de expresiones
estéticas disueltas con ácido sulfúrico, idóneo para corroer a cualquier pendejo.
Entre tantos indocumentados o
censores desapasionados y líricamente desmadrados, el buen alburero tiene su
propio pasaporte de identidad para cruzar todas las aduanas y fronteras del
pensamiento, con inteligencia desmedida
y humor chispeante; tal y como se estila en el lenguaje cotidiano y
callejero de la barriada, frente a quienes en plena adultez todavía les da
miedo llamarle a las cosas por su nombre.
Para unos, el albur es un
mecanismo de reproducción del machismo o un preservativo del homosexualismo.
Para otros, por su relajo-ilegalidad-y-virilidad, el albur es una de las
expresiones de la inteligencia invariante, resultante de su origen
tribal, colonial, nacional y barrial.
El caló, el albur y el calambur
en el barrio de Tepito, México
Por: Alfonso Hernández, director
del Centro de Estudios Tepiteños
La lengua española fue compañera del conquistador. De tal manera, la lengua siguió la suerte del imperio, y viceversa: juntamente crecieron y florecieron en la Nueva España , y junta fue la caía entrambas.
El caló, la tatacha, y el caliche, se configuran como postulados claves que jocosamente renombran el significado y los significantes de las palabras del mestizaje que, aunque marginado, se recreó en cada espacio vital de la barriada. La condición para su permanencia y desarrollo, dependió del arraigo a una identidad verbal comunitaria que sabe fundir las etimologías griegas con las raíces latinas y la gramática leperusca.
El caló es un código complejo que le es ajeno y extraño a la ciudad fragmentada, y en este sentido es una forma de expresión alter-nativa y contestataria, que con sátira social re-nombra lo nombrado. El caló es contundente atacando el sentido del sin sentido, reciclando las palabras del adentro y el afuera del barrio, re-inventando el discurso citadino, contextuándose a una realidad particular e irrepetible, que tiene como principio la defensa y el blindaje verbal de las vibrencias barriales.
El caló es un producto neto de las contradicciones urbanas y en su perfil más logrado rompe y multiplica los límites significativos de las palabras. Y cada generación , oficio, ideología, y género, son quienes le dan paso al cambio de los códigos del caló.
Las motivaciones psicosociales que originan el caló son de una gran riqueza explicativa acerca del hecho cultural barrial: transgresor y contestatario, cuya sobrevivencia y fresca sordidez, contiene mecanismos del ethos socialmente digerido, fermentado, y hasta eructado.
El caló es una realidad que refleja la identidad mestiza acrisolada en el solar nativo de Tepito; que fue un modesto barrio indígena, un miserable enclave colonial, y el primer arrabal de la ciudad, hasta convertirse en un nagual existencial cuyas actitudes y expresiones macabronas espantan en la ciudad.
En la ciudad de México un barrio sin sombra no infunde respeto; es por eso que el caló es la mascarada, la finta, el cotorreo, el potenciar cada palabra que mágica e instantáneamente identifica la pertenencia de la barriada, en su acepción más íntima y solidaria, frente a una sociedad masificada y controlada con el lenguaje oficial y el de la televisión.
El caló es intenso y extensivo, es un juego de palabras disfrazadas que renombran la trascendencia existencial de las cosas de la vida, pues es un alter-lenguaje que se nutre del argot de los oficios nobles y los prohibidos, para intercomunicar a cada cofradía de iniciados que se oponen al uso del lenguaje oficial. Es por ello que el caló seguirá siendo el código oficial que fraterniza a la gente y a los valedores de rompe y rasga de la barriada.
En el albur, el caló es el crisol del habla callejera pletórica de aforismos y soliloquios en cada esquina del barrio. Que bajo su propio manto y corona recrean este género autónomo y benemérito, cuyo repertorio y tradición secular es un ars brevis que revolotea fuera de la ley, muy por encima de la rotonda de los letrados oficiales y los literatos de alto pedorraje.
El albur es un proceso de gimnasia mental cuya esgrima popular y callejera, se resuelve en un duelo verbal entre el individuo que lanza el reto y quien lo toma o lo provoca. Alburear revela el lúdico caló del populacho expresado en verso y sin esfuerzo, con una fuerte carga sentimental que alude al acto y a los órganos sexuales en todos sus usos posibles y sus metáforas imposibles: Órale, que te juego un volado de tu raya contra lo que me sobra...
La génesis de este cotorreo-ciencia tiene como filosofía no solapar pendejos ni engrandecer cabrones; y es posible rastrearla en los cuadritos del tablero verbal del buen alburero, quien reproduce la batalla cotidiana de los peones que se niegan a engordarle el caldo al rey, a la reina y a sus cortesanos. Y de esta actitud surge el albur con su filosa estrategia neuronal chingaquedito, en la que se cumple la profecía del tepitólogo Vazke Tepeduzkleas, quien dedujo que: -en todo albur, para que la cuña apriete debe ser del mismo miembro.
El jaque mate del albur ante el imperio literario
En el estilo clásico del albur tradicional cuenta la imaginación, el rápido desarrollo de variantes sobre el mismo tema, la agudeza intelectual y el repertorio verbal que todo buen alburero luce entre ceja, madre y oreja. Y que sin ser carnicero, entre la guasa y la risa te clava la longaniza.
Aunque el imperio literario sigue manteniendo soterrado al pensamiento condensado y a la invención breve contenidos en el albur. Y siendo hijo legítimo de la violencia barrial, el alma del alburero rechaza la agresión directa y pelona, busconeando en la archihuella gramatical de la memoria picaresca hasta conducirla del lado de la literatura culterana. Y aunque la producción de albures no tenga una veta específica, crea y recrea los paradigmas de cada barrio popular en contra del argot académico y la jerga de los políticos. Y tal vez el caló y el albur sean el último atributo vivo de toda lengua que se pierde en la frialdad de las relaciones polarizadas.
Las reglas detalladas para alburear son implícitas y no nombradas. El jurado, a falta de padrinos, como en todo buen duelo, son los amigos y curiosos que lo escuchan y premian con diferentes puntos dentro de una escala donde la sonrisa, la risa, o la carcajada, congratulan al ganador. El buen albur finca su arquitectura breve con los adoquines verbales del caló, improvisando andamiajes basamentados en la tradición de cada barrio que acrisole y condense el saber anónimo y vernáculo de la cultura popular.
Cada vez es menos frecuente un buen duelo alburero, porque la condición es esgrimir y contestar con artilugios procaces. Y pierde quien se tarda o ya no puede revertir la pulla, que responde fuera de contexto, o quien todavía peor, enredado en el doble sentido de las palabras termina mascando su propio freno con la sulfurosa mudez de quien se sabe vencido.
En barrios mexicanos, como el de Tepito, el uso y abuso del compadrazgo creó una sociabilidad de familia ampliada, cuya promiscuidad verbal hace brillar sus contribuciones a la versión corregida y aumentada del repertorio mental de todo buen alburero. Y en la cibernética y computable actualidad es muy común el albur corto y de una a tres contestaciones, o un pseudo albur de receta que delata a quien consume escamocha o fayuca cultural chatarra.
Y por si fuera poco, de entre la aristocracia del barrio surgió algo más sutilmente elaborado que pudiendo llamarse neoalbur se le conoce como calambur, que disertando entre la alcahuetería y la putería, crea aforismos improvisados ejemplificando que una puta no es la mujer que coge de noche y de día, sino la que tiene el alma emputecida y que no ha cogido todavía.
El calambur conlleva la misma cadencia, resonancia y consonancia del albur, pero, al ser esgrimido por un sabio alburero sin estudio, tiene un impacto demoledor. Su uso más común es para desconcertar a cualquier bestia académica con un castigo verbal que lo desconcentre y domine albureramente hasta ensillarlo y jinetearlo a todo galope.
El argot, el caló, el caliche, la jerga, el slang, y la tatacha, son sinónimos de una misma clasificación progresiva hecha por los académicos, para designar un habla que no se escritura.
Mascar caliche es el aprendizaje y la práctica de alburear con el argot de los oficios, el caló de cada localidad, la jerga propia de cada género, y el slang contracultural, que revelan la rebeldía y la resistencia de la barriada en su lucha por la supervivencia de sus códigos y las jugadas claves del chipocludo.
Jamar tatacha denota el buen hablar y palabreo del alburero que puede ir de lo jergal a lo coloquial, hasta llegar a balconear a cualquier intelectual con una alegoría de acertijos insospechados. La mayor gloria del albur consiste en darle un sentido preciso a todas las jugadas de este ajedrez mental, cuyas expresiones del instinto alburero son un jaque mate a la mojigatería conceptual de quienes desprecian el habla popular.
El albureo fino entreteje reveses y derechos cual si fuera encaje de bolillo, que puede ser tan ancho como la ingenuidad del retador, manejando un buen, sonoro, rotundo, inapelable e higiénico gerundio con doble y triple sentido, pero, con una frescura verbal en la que cada juego de palabras enmascara, recrea, y multiplica todos sus posibles significados e interpretaciones.
La contribución desmadrosa y cachonda del caló, el albur y el calambur, es una decantación verbal que refleja las vibrencias identitarias del obstinado barrio de Tepito. Donde el buen alburero es cualquier ñero sin más atributos que hacer gala de su vocabulario e improvisar soliloquios, como el de traer siempre en chinga a su Ángel de la guarda, para justamente: comer bien, coger fuerte y enseñarle los güevos a la muerte.
[La lectura de este texto inició el Taller y el Torneo de Albures, celebrados el 12 de abril de 2008, en el Museo Archivo de la Fotografía , durante la presentación del programa “Orgulloso Tepito”, incluido en el 24º Festival de México en el Centro Histórico]
La identidad nacional y la picardía mexicana en los libros de Armando Jiménez
Por: Alfonso Hernández Hdez.
Cronista del
barrio de Tepito
La lengua
española fue compañera del conquistador. De tal manera, el lenguaje siguió la
suerte del imperio, y viceversa, juntamente crecieron y florecieron en la Nueva
España, y junta fue la caída entrambas.
La picardía, el
caló, la tatacha, y el caliche, se configuraron como postulados claves que
jocosamente renombran el significado y los significantes de las palabras surgidas
del mestizaje que, aunque marginado, se recreó en cada espacio vital de la
barriada. La condición para su permanencia y desarrollo, dependió del arraigo a
una identidad verbal comunitaria que aprendió a fundir las etimologías griegas,
con las raíces latinas, y con la gramática leperusca.
Y si hay alguien
que supo valorar y rescatar todo esto, fue Armando
Jiménez, para quien nuestra picardía, es un código complejo que le es ajeno
y extraño a la ciudad fragmentada. Y que en este sentido, la picardía es una
forma de expresión alter-nativa y contestataria, que con sátira social
re-nombra lo nombrado oficialmente. Donde cada pícaro es contundente, atacando
el sentido del sin sentido, reciclando las palabras del adentro y el afuera del
diccionario, re-inventando el discurso citadino, en su realidad particular e
irrepetible, participando en el recreo de las palabras maliciosas, con toda su
netafísica barrial, y su imarginación desbordada.
La picardía
urbana y rural, son un producto neto de las contradicciones socioculturales y, en
su perfil más logrado, rompe y multiplica los límites significativos de las
palabras. Donde cada generacion , oficio, ideología, y género, son quienes formulan
los códigos del albur rimado. Las motivaciones psicosociales que originan la
picardía, son de una gran riqueza explicativa acerca del hecho cultural
barrial: transgresor y contestatario, cuya sobrevivencia y fresca sordidez,
contiene mecanismos del ethos socialmente
digerido, fermentado, y hasta eructado.
Las diferentes
manifestaciones de la picardía, son una realidad que refleja la identidad
mestiza, acrisolada en cada solar nativo, donde las expresiones del nagual
existencial de los léperos de la barriada, espantan con las actitudes y
expresiones macabronas en los libros de Armando
Jiménez, quien predijo que: -cuando perdamos la picardía de nuestra habla
popular, nos habrán terminado de dominar culturalmente.
Armando Jiménez nos muestra, y
nos enseña, que la riqueza conceptual de la picardía es la mascarada, la finta,
el cotorreo, el potenciar cada palabra, que mágica e instantáneamente
identifica la pertenencia a la cultura popular, en su acepción más íntima y
solidaria; frente a una sociedad masificada y controlada por el lenguaje
oficial, el de la televisión, el de los anglicismos, y el de los escasos
monosílabos de los chilangos.
Armando Jiménez nos hace valorar
que nuestra picardía es intensa y extensiva, que es un juego de palabras que
renombran la trascendencia existencial de las cosas de la vida, que es un
alter-lenguaje que se nutre del argot de los oficios nobles, y los prohibidos,
para intercomunicar a cada cofradía de iniciados. Es por eso que, la picardía seguirá
siendo el código oficial que fraterniza a la gente y, a los valedores de rompe
y rasga de cada calle y pulcatas de la barriada, donde botanean con la Musa
callejera.
El legado de Armando Jiménez es cronicarnos que la
picardía es el crisol del habla callejera, pletórica de aforismos y soliloquios.
Y que bajo su propio manto y corona, recrea este género autónomo y benemérito,
cuyo repertorio y tradición secular revolotea fuera de la ley, muy por encima
de la rotonda de los letrados oficiales y de los literatos de alto pedorraje.
La picardía del albur, es un proceso de
gimnasia mental, cuya esgrima popular y callejera, se resuelve en un duelo
verbal entre el individuo que lanza el reto y quien lo toma o lo provoca.
Alburear revela el lúdico caló del populacho expresado en verso y sin esfuerzo,
en todos sus usos posibles y sus metáforas imposibles: Órale, que te juego un volado de
tu raya contra lo que me sobra...
Armando
Jiménez entendió que la génesis de este ajedrez mental y, cotorreo-ciencia,
tiene como filosofía no solapar pendejos ni engrandecer cabrones. Y que la
picardía es posible rastrearla en los cuadritos del tablero verbal del buen
alburero, quien reproduce las expresiones de la Academia a toda Madre. Y que de
esta actitud surge la picardía mexicana , como reserva histórica de nuestra
identidad nacional, con su filosa estrategia neuronal chingaquedito, en la que
se cumple la profecía de quien dijo: -en todo albur, para que la cuña apriete
debe ser del mismo miembro.
Los libros de Armando Jiménez
son un repertorio de expresiones e imágenes simbólicas, que siguen estando
vigentes mientras no perdamos ésta forma libre de expresarnos, ni dejemos
dominarnos por la palabrería, sin sentido, del lenguaje oficial. Armando, dondequiera que estés, el
gallito inglés, a ti, y a san Pedro, les cantará tres veces cada amanecer…
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Tepito: ese barrio Chicuarote
Por Alfonso
Hernández H.
Tepito es un Barrio chico con Patrimonio grande. Y su sombra es la resultante de una
iluminación profana que brilla permanentemente sobre nuestro pedazo de cielo.
Pues Tepito pertenece a esa vieja escuela del verbo y el albur finos, donde no
vale tanto lo que se dice como lo que se sabe y donde no tiene precio lo que se
sospecha como lo que solito se alburea y se balconea.
Entre los tepiteños, la memoria barrial es una facultad mental con función de futuro.
Es por ello que, Acá, perder la memoria es cómo perder la sombra, pues en esta
ciudad, un Barrio sin sombra pierde el Respeto de la buena gente. En Tepito, la
Cultura local se defiende sola, porque si nos dejáramos quitar nuestra Cultura
y su Lenguaje Barrial, estaríamos perdiendo lo último que nos queda: la identidad que
nos hace ser como somos.
¡Tepito es un fusil de alto poder, diseñado
contra el caos patológico de la legalidad!
Y donde el que forja y
no atiza,
ni la ceniza le toca.
Tepito es semejante al Chicuarote: una rarísima variedad de chile de árbol, de poco consumo, porque al
masticarse es más correoso que una charamusca. Además, cuando germina su núcleo
rizomático dominante, recicla el núcleo
residual y revitaliza el núcleo emergente, ese que se hereda o se transmite mentalmente con el
Ejemplo del abuelo y la Educación de la abuela (pues los padres brillan por su
ausencia). Acá, donde a partir del momento en que se tienen peleas en la
Coliseo, se la tiene uno que aprender a rifar con todo y contra todos en este
barrio macabrón.
Nacidos y arrebujados en cuartuchos de vecindad, malcriados, como todos
los niños de Barrio, entre la teta y el moco, las lágrimas y la caca, los besos
y los coscorrones, las caricias y los pellizcos, Nacimos enojados y Crecimos
encabronados, sin revelaciones, sueños ni señales; sin pronósticos astrales ni
confirmaciones sociales de lo que habríamos de ser y de hacer en la vida. Por
ello no tenemos tiempo para Vivir los dramas de la existencia, que están
determinados por el engranaje de la sociedad dominante, y tenemos tanta
inclinación a la Libertad de Improvisar y Reciclar informalmente todo aquello
que mejor satisfaga cualesquiera de nuestros antojos
existenciales.
En los tiempos del Tepito fayuquero,
nadie necesitaba ser ratero y todos aprendimos a respetar lo que en
el Barrio se respeta.
A las autoridades les preocupa el origen de Tepito y el destino
manifiesto de los tepiteños. Pues, Acá, los hombres parecemos ser descendientes
directos de Caín, ese antepasado de los desheredados y fundador de la raza proletaria, y
quien instituyó en Tepito el primer Taller Literario de Argot, donde los gandules y
holgazanes comenzaron a aprender la Metafísica del razonamiento rebelde y lo
relacionado a los secretos del cuerpo humano con todas sus válvulas, flujos,
mecanismos, química y órganos de los que la ciencia barrial ha copiado todo
para forjar el burgo artesanal y comercial
más concurrido, y tecnificado de la ciudad. Y que si no es un barrio
modelo, sí ha sido un barrio ejemplar en su sobrevivencia.
Y cuando los procesos industriales comenzaron a darle a los
desperdicios un cierto valor, otra vez aparecimos los tepiteños trabajando como
intermediarios y representantes de una especie de industria casera que deambula
sus mercancías en todo Tepito y anexas. Desde entonces, la función urbana del
Barrio continúa siendo fascinante. Con la mirada atenta de los investigadores
del pauperismo urbano, quienes continúan pendientes de nosotros y seducidos por
una sesuda cuestión académica: ¿Cuánto tiempo más, Tepito continuará siendo el
Barrio-bisagra del Centro Histórico?
El censo ancestral constata que las primeras mujeres de Tepito son
descendientes directas del clan de Lilith, esa mítica mujer anterior a Eva y
fundadora del matriarcado como sistema de control familiar y económico, muy
contrario al mando autoritario del
patriarca.
Aunque pedo y dormido se olvida lo
jodido,
¡Los Ñeros de coraza, preferimos ser Tepiteños Anónimos, que
delincuentes famosos!
Todo este rollo, no es choro, ni
cantos de cisne del Mar Muerto. Así que, si son Adivinos, adivinen; o si son
Aladinos, aladinen; pero, si son Barrio, nomás piquen, liquen y califiquen que
no siempre revelamos porqué nos rebelamos, frente a todo aquello que no nos deja ser lo
que somos, ni autoriza chambear libremente a nuestro sujeto de la
experiencia barrial.
Al obstinado barrio de Tepito nos siguen llegando estudiantes de todas
las carreras politécnicas y universitarias, que para corroborar nuestro aforismo
de que: México ya es el Tepito del mundo y
Tepito es la síntesis de lo mexicano. Y entonces, nos vienen a observar
con lentes de culo de vaso barato, o queriendo descifrar el hardware de nuestro
disco duro, de roer, al que todavía no lo desgracia el virus anti-barrio.
Otros estudiantes dizque de buenotas familias, buscan aprender albures con don Agapito o tomar una
clase de morbo con La Coscolina. Algunos se aventuran al Bazar de las ganas, para
adquirir yombinas, tinta china, popers, pomadas chafas, un armaño inflable o un
berbiquín sentimental del tamaño 69.G; o preguntan cuánto cuesta una grapa, un
bazucazo, un toque, un arponazo, un
putazo o por donde la rola el Chin-chin El Teporocho.
Los estudiantes de Ciencias políticas y sociales nos preguntan porqué
les ganamos a los partidos, sin siquiera tocar el balón de la polaca y qué onda
con los barcos de éste atracadero urbano donde se resguardan las naves y las
mercancías piratas. Los de Artes gráficas quieren saber quién pinta y colorea
el lenguaje plástico de los muros y a qué horas el viento suave, cabrón y
devastador afina la textura de las vecindades.
A los de las demás licenciaturas,
les sorprende es que un solo personaje de Tepito: El chico temido de la
vecindad, además de traer siempre en chinga a su Ángel de la Guarda, todavía se
dé tiempo de poner en jaque a las sacrosantas autoridades, y que con la otra
mano le siga jalando el hilo de cáñamo a
su papalote.
En Tepito, nadie inventa al barrio. El Barrio nos inventa a nosotros.
Porque Tepito es una identidad que nos infiere y nos procrea, con la fuerza, la bravura y la
resistencia suficientes para seguir trabajando y continuar luchando al amparo
de nuestro destino.
Mi abuela era de “Tepito” ahí nació, creció y paso el 99% de su vida en ese emblemático lugar. Yo no entendía cuando me decía palabras en doble sentido; como cuando “me mando al mercado a comprar longaniza con el señor que la traía de “fuera””, hasta que su risa sarcástica me hizo entender a lo que se refería y me dijo ah que “mija” tan pendeja, en esta vida o te pones abusada o te carga la chingada, agiliza la mente y siempre estarás presente.
ResponderBorrarY pues ahora después de haber concluido el diplomado me di cuenta que todo en la vida es un albur, y como dice el dicho el que chinga primero chinga dos veces…
Alguna vez le pregunte a un soldado ¿de dónde? eres y el muy orgulloso me respondió soy “tu leño”, y pensé con esa astilla ni para encender una hoguera, aunque probablemente entre ellos se acojan para darse calor con sus palillos de diferente color.
¡Ah pero eso sí, son bien machos! aunque en el cuartel se tengan que agachar para amarrarse las botas los muchachos y no falta quien llegue y lo sorprenda dándole un llegue por detrás…Ay que susto me metiste, pensé que era mi general Alatriste.
Pero no importa agujero aunque sea el del compañero, el leñito no me hará gran cosa, pero seguro algo de stress me sacara mientras me amarro la bota.
¡Y todo el día caminan bien apretaditos, para ver a quien se le antoja el hoyito, el que alza la mano pide tras y ya después de todo a descansar, para el día siguiente volver a comenzar… Con un desayuno de huevos al gusto y un poco de leche caliente!
Y así continuar su rutina, pensando en el fin de semana tener una vagina, para sentirse bien machos, aunque entre semana sean bien putos los muchachos…Con todo respeto para los soldados “tuleños”