CENTRO DE ESTUDIOS TEPITEÑOS DE LA CIUDAD DE MÉXICO
Tepito y La Merced ¿barrios paralelos?
Desde su origen, Tepito y La Merced son dos centros legendarios y bastiones de la cultura
popular urbana, desarrollando formas de trabajo y vida propias, con estrategias
de sobrevivencia para la distribución de bienes y servicios, que generan
emporios económicos en una escalada
donde se fraguan todas las virtudes y defectos propios de su estigma y devociones.
La imposición religiosa generó muchas reacciones contra el autoritarismo clerical y
político, fraguando el gusto por el relajo popular como primer sinónimo del
caos nacionalista, por lo que los sectores privilegiados fueron encapsulando al
pueblo con expresiones denigrantes: chusma, pelados, gleba, léperos, plebe,
turbas, quienes en sus barriadas reivindicaban
el ser mexicanos creyentes, cada cual con su propia fe y grado de
apasionamiento místico. Se decía: -al cabo de los pobres indios no saben leer
y gustan más de las imágenes que
de la escritura.
Se cree que los barrios y los indios, todos se parecen
por su sentimiento colectivo y la conciencia de pertenecer a una comunidad en
las afueras del centro, que aunque los margina y los mantiene sujetos a las
pruebas de su destino, ya están acostumbrados a observar el desfile de los derechos civiles como algo que no les
corresponde. Y es que, en 1822, Iturbide
proclamó: "Mexicanos, ya sabéis el modo de ser libres; a vosotros os toca
señalar el de ser felices".
En 1851, los "alcaldes de barrio" estuvieron
a favor de Mariano Arista, sucesor de José Joaquín Herrera, removiendo con
palos el fondo de las acequias de la ciudad, originando el término de
"paleros" con su sonora adhesión verbal a los oradores liberales.
Eran pobres citadinos dirigidos por los mecanismos probados del hambre y el
desempleo. Por cuatro reales diarios, el sueldo de un albañil a destajo, se
obtiene el "trabajo" de seguir los movimientos de políticos
"enemigos del gobierno" informando diariamente a la policía. Estos
"agentes secretos" ganaban lo mismo que los "voceadores"
que gritan las consignas de los manifiestos contra el gobierno en turno.
Sobre la población se ejerce un control político
relacionado "con la concesión de espacios exclusivos para ejercer algún
oficio". En la sobrevivencia
colonial, la reglamentación del acoso a la urbe se aplicó en el siglo XIX a
determinadas actividades de servicio cómo expender billetes de lotería en las
calles y a los aguadores de las fuentes públicas a los hogares.
En 1853, Francisco Zarco se opone a la leva: "El
ciudadano se ve detenido en la calle, sin más razón que porque su traje es
humilde, es común el traje del pueblo que apenas cubre su desnudez". A lo
que el liberal Mariano Otero exclamó: "La multitud no sólo es siempre
infeliz, sino que se halla reducida a una miseria y a un envilecimiento cual no
se había visto jamás". Y el clasismo de la época se encarniza de
preferencia con los léperos (que tienen "la lepra" de la pobreza) y
con los "pelados" (los carentes de ropa, pues ya en el virreinato se
nombraban "ensabanados" a los
que apenas disimulan su desnudez con una sábana o manta).
Fuera de la zona del privilegio criollo, daba comienzo
el desfile de la mayoría indígena y mestiza: rancheros, peones, obreros,
sirvientes, dulceros, vendedores ambulantes, voceadores de periódicos,
eloteros, lecheros, pepenadores, aguadores y léperos, muchos léperos. Donde la pobreza diversifica
el vestuario, tanto como lo permiten los harapos con los distingos de la clase
alta, originando la fusión de la moda y la ideología.
En 1855, en un libro seminal, "Los mexicanos
pintados por sí mismos", de un grupo de escritores liberales, el catálogo
de seres "típicos" incluye al Aguador, la Chiera, el Pulquero, el
Barbero, el Cochero, el Cómico de la Legua, la Costurera, el Lajero, el
Evangelista, el Sereno, el Alacenero, la
China, la Recamarera. el Músico de Cuerda, el Arriero, la Estanquillera, el
Criado, el Mercero, la Partera, el Cargador, y el Tocinero.
Un personaje de la excelente novela Quinceuñas y
Casanova aventurero, de Leopoldo Zamora
Plowes, interpreta algunas
contradicciones: "En México, donde no hay unidad nacional, el criollo cree
que la patria es suya nomás; el mestizo cree que él la representa; para el
eclesiástico, la Patria es el clero; los militares opinan que la Patria es de
ellos, porque fue un legado que les hizo
Hernán Cortés". Pero, llegará el día en que el pueblo reclame también la Patria como suya. Mientras que la
gran vertiente de la cultura popular es la de
los barrios que siempre han dado pródigas muestras de patriotismo, a
pesar de que los tienen a pan y agua.
¿Cómo educar al pueblo en las formas republicanas de
conducta? A las colectividades instruidas por el autoritarismo les resulta
natural entrever las "partículas divinas" de los monarcas, pero, mucha gente no
comprende todavía , como debiera, la dignidad de un pueblo republicano. En
1869, Ignacio Manuel Altamirano narra en una de sus Crónicas: "No tienen
en verdad culpa estos infelices hombres de la clase pobre de su abyección, sino
lo infame y repugnante es ver a ciudadanos libres ser tratados como
bestias".
Mientras tanto, la obstinada y opulenta iglesia
católica era propietaria del 47.08 por
ciento del valor de la ciudad, a los particulares les correspondía el 44.46 por
ciento y al sector gubernamental el 7.76 por ciento. En 1813 la iglesia posee
2016 fincas, por lo que en 1857 sobrevino la desamortización de los bienes de
las corporaciones civiles y religiosas.
En 1864, La Merced es todavía una "zona
residencial" donde viven entre otros: un Regente del Imperio, tres
miembros del Estado Mayor de la Regencia, siete miembros de la Junta Superior
de Gobierno, un Ministro de Estado, dos subsecretarios, el Presidente del
Ayuntamiento, burócratas, diez Notarios, intelectuales, profesionistas y
profesores universitarios de la Academia de Bellas Artes. Hay colegios ,
hospicios, hospitales, dos de las tres bibliotecas de la ciudad, la plaza de
toros, un palenque de gallos, todas las rebocerías de la capital y la gran
mayoría de los cajones de ropa con la presencia de tiangueros, mozos de cordel
y de servicio, arrieros y trajineros, campesinos y léperos; por lo que todos
los días abundaban las gentes y sus mercaderías. Donde para poner término al permanente mal olor que
padecían las calles, en 1897 se iniciaron las obras del desague para combatir
las inundaciones, conduciendo fuera de la ciudad las aguas sucias y los
desechos.
Durante el porfiriato, ante el creciente panorama de
la cultura popular, se procuró la estricta vigilancia de los días de guardar,
ferias iluminas con faroles y fogatas, acreditada concurrencia en pulquerías,
desarrollo de gremios artesanalas y
bailes exhaustivos. Mientras que el orbe de las vecindades se prolongaba hasta
recrear el mito de la "cultura de la pobreza" que se extinguiría con
el terremoto de 1985.
La rumba: hacer el rumbo, hacer la calle, vivir del
asalto, de la mendicidad y la prostitución, han de perdurar en los barrios más
famosos: San Sebastián, Tepito, San Antonio Tomatlán, Mixcalco, La Merced,
Candelaria de los Patos, Manzanares, San Lázaro, La Palma, San Lucas, La
Santísima, La Soledad y el Cacahuatal, frecuentados por los rateros, los
bravucones, los parranderos, los mendigos y los presidiarios de semanas, meses
y años, quienes estando briagos entonaban
su himno: "Me vinieron a vender un santo / sin marco, sin cristal y sin
vidriera. / La gente preguntaba que santo era. / Era el santo más chingón de la
pradera. / Era de nogal, era de nogal el
santo. / Hijo de un cabrón, hijo de un cabrón, por eso pesaba tanto".
La popularidad de la rumba y su promiscuidad forzada
en cuartos de vecindad, las
tortuosas calles con pulcatas y figones pletóricos de fritangas de
buey y vaca, las riñas entre léperos y mecapaleros, las turbas de pilluelos
andrajosos y desarrapados jugando en las vías públicas, las mujeres de la vida
alegre con su rebozo terciado, las guaridas de rateros y asesinos célebres en
los bajos fondos de la ciudad, era el escenario propio de cada barriada, donde
comenzó a fraguarse un burgo artesanal con nuevas formas de trabajo y vida.
En La Merced, la importancia del abastecimiento
conllevó una paradoja: al aumentar el precio de la propiedad sube el precio de
las mercaderías, de los atavíos y gustos, de las fiestas y los vicios, donde
los pobres van siendo relegados. Mientras que en Tepito, Mariano Azuela refleja
en su novela La Malhora, la violencia que se vivía en las calles, derivada del
consumo del neutle en pulquerías, desde donde al caer la noche comenzaba el
peregrinar a los mesones y cuartos de vecindad.
Con el triunfo de la Revolución, se desborda la
cultura popular urbana, impulsando las expresiones verbales del pueblo. El ser
primitivo se desanuda dejando asomar el pícaro humorismo de su existencia, con
su repertorio de estereotipos: gendarmes
con bigotes de aguacero, borrachitos de pulcata con afán de sementales,
rancheros, payos, gachupines tabernarios, peladitos, lagartijos, indios y
fuereños, todos presumiendo su cultura como su principal arma nacionalista: así
hablamos porque así somos.
En el teatro María Tepache, ubicado en Peralvillo, era
donde se recreaban las expresiones albureras más pícaras y soezes del peladaje,
pues concurrían a divertirse en luneta, oficiales del ejército y la burocracia, personajes políticos y hasta secretarios
de Estado, donde "un lépero que
cree reconocerse en el escenario bien vale un zapatista en Sanborns",
escribió José Clemente Orozco.
A la cultura que se desprende de la secularización, la
vigorizan el desarrollo industrial, la expansión citadina, el mito de la
educación y la escolaridad y, en el ámbito del "peladaje" al no tener
nada que perder, lo popular se ve animado por el espíritu de celebración de la
grotecidad, la agresión cívica y verbal, el júbilo teatralizado del habla hasta
entonces socialmente muda y sin el aprecio por los dones de la grosería, donde
las "malas palabras" son una gramática esencial de clase, en la que
el albur se instala enardecido ratificando el sentido del humor de la barriada.
Cuando las leperadas estallan en un ámbito denso,
alarman a los oidos castos. Por lo que, el albur se recrea y transfiere en el
habla cotidiana sin expresiones hirientes, para no levantar sospechas a la
mojigatería hermanada con la cursilería. Pues en el ámbito del peladaje, al no
tener nada que perder cuando la confesión perdona los pecados y el anonimato
sobrepasa lo evidente, la picardía se ve animada por los dones del espíritu del relajo traducido en una
gramática esencial de clase, asumiendo que lo "vulgar" ratifica el
carnaval del lenguaje que menciona y califica los genitales sin la tiranía de
la hipocrecía sexual y sus sábanas santas, donde lo popular sobrepone, para
existir, cabulear las jugadas de su ajedrez verbal.
Del virreinato al porfirismo, con el legado del
ocultamiento, al Cuerpo sólo le han entregado lo sórdido y clandestino. Por lo
que el albur fue disolviendo de facto la moral tradicional: el Cuerpo regresa y
desplaza a un Espíritu fariséicamente
idolatrado, que confinó en prostíbulos y en descargas de humillación carnal
todas las autenticidades, incluso la de conversar verbalizando las glorias de
la mitad inferior del cuerpo y el abajo humano: el culo, los testículos, la
vagina, el vientre, los excrementos, los pedos, etcétera. Haciendo evidente que
entre más complejos menos reflejos se tienen para entender los albures de la
barriada.
Al aumentar la población rural en Tepito y La Merced,
se convirtieron en zonas abiertas al empleo, a las liberaciones de las
conductas y a las oportunidades de toda índole. Por lo que se extiende el área
comercial y se ocupan más calles, donde surgen las asociaciones gremiales y se
saturan los cuartos de vecindad. Lo cual alimenta al cine nacional que
transfigura la sordidez en melodrama, auspiciando la mitología gozosa de
Nosotros los pobres. Donde la realidad imita al cine, el cine endulza la
realidad nacional y el barrio es la meta
y punto de partida de su rizoma, verbalizando la "mitad
inferior" del cuerpo, haciendo
prevalecer las glorias del
"abajo" humano.
La Merced y Tepito formaron parte de "La
Herradura de Tugurios" que en 1950 el arquitecto Mario Pani propuso
erradicar, por ser vecindarios tipificados cómo tugurios promiscuos y habitados
por subempleados con oficios propios, que trabajan en el servicio doméstico,
venden periódicos o billetes de lotería, hacen costuras de ropa y remiendos de
zapatos, y son ayudantes en talleres, cuya movilidad social e intuición comercial hicieron
de sus calles un paisaje barrial con un tianguis infinito, donde el habla de
la pobreza extrema es un lenguaje
pintoresco con el que amenizan el paisaje.
Ante la operación buldozzer, la escala humana de la
ciudad es todavía reconocible en sus barrios y pueblos donde sus grupos
familiares reemplazan al anonimato, donde las superconstrucciones le dan la
bienvenida al anonimato de la ciudad de
masas que anula la escala humana. Por lo que el cine de barrio renuncia a su
caracterización de club de usos múltiples y la televisión le pone freno a la
inventiva popular, escamoteando el imperio perdido de la pobreza y el de las
calles por el comercio en tiendas departamentales.
Además de Tepito y La Merced, ninguna otra cosa
inspira lo que estos barrios inspiran.
Las prostitutas se asomaron a la calle y dejaron que la calle se asomara a
ellas; en la vecindades se necesitaban demasiadas desgracias para que alguien
aceptase la existencia de lo trágico. Por lo que la densidad histórica fue a
tal punto determinante que, cosa rara en una ciudad que hacía del arrasamiento
su princicio regenerativo, la tradición barrial fue tan persuasiva que, sin que
nada se lo propusiese, remitía casi todos los actos a su origen, donde cada
vecindad era el territorio simbólico de la memoria cultural de todas las
vecindades. Es por eso que el Centro Histórico siempre vuelve a las andadas o nunca
quiere ser distinto, pues ni se deja modernizar ni admite el envejecimiento
como archivo vital del país y reliquia que impide la tiranía urbana donde nunca
nada es igual.
Quien separa al gozo del fatalismo, no sabe distinguir
las realidades y determinismos de la pobreza: donde quien no estudió o no se
topó con las oportunidades, se resigna; pues nacer o avecindarse en un barrio
popular es llegar a todo con retraso,
porque el consuelo de ser pobre es vivir a fondo el caos solidario que jamás
conocerán los ricos de alto pedorraje.
En el barrio:
las libertades sexuales en los lavaderos, la azotea y los tapancos,
desplazan al burdel y al hotel como rito de pasaje. El futbol se vuelve el
horizonte de los sueños deportivos, los simposios cantineros a la vera del
dominó se vuelven vocación de jubilados, el boxeador y el fayuquero surgen como
modelo de ascenso social, el billar es una de tantas opciones de "los
nacidos para perder", el culo se convierte en el Nirvana de los maricas y
los machos que la presumian de sementales, se prodigan amor, para darse
puñaladas y dejar morir a su especie.
Mientras que en el Centro, nada era suficientemente
viejo ni convincentemente nuevo, y las ostentaciones están fuera de lugar, pues
su densidad histórica fue a tal punto determinante que, cosa rara en una ciudad
que hacía del arrasamiento su principio regenerativo, la tradición fue tan
persuasiva que, sin que nadie se los propusiese, se ahorran las explicaciones
exhibiendo en museos los vestigios prehispánicos fundacionales del territorio, dejando de lado
su simbolismo ancestral.
El Centro siempre vuelve a las andadas, o es que nunca
quiere ser distinto. Lo invaden los ambulantes, los desempleados, la procesión
burocrática interminable, las marchas de protesta, los inconformes, los
planificadores y los desarrolladores inmobilariarios con su urbanismo
depredador.
La identidad -eso que nos distingue de los
extranjeros, de los provincianos, y de los de la colonia de junto, se obtiene
agregándole la indiferencia a los medios electrónicos, a la ebullición del
barrio y a la frecuentación de la calle. Por lo que antropólogos y sociólogos
colonizaron las vecindades de la barriada, suprimiendo fermentaciones
linguísticas, triturando las expresiones musicales del bolero y el mambo, folclorizando
a la canción ranchera que ejerce en las madrugadas la épica de la marginalidad
social y amorosa del populacho,
Autobiografía es vivienda e inclusión pesarosa con
manifiesto orgullo de pertenecer a un barrio, con su variada y dinámica
mitología de sus calles, personajes y actitudes. No apartarse de las viviendas,
de esa añorada y basta concentración de
bienes, afectos, nostalgias, orgullos, amistades, enemistades,
aprovisionamientos alimenticios y sexuales, chambas concretas y fantasiosas,
donde nada tiene que ver la incomodidad con el arraigo. En Tepito por ejemplo, los boxeadores
(talento, triunfo, caída) subrayan el sentido de pertenencia. En La Merced es
determinante el culto autocongratulatorio y sarcástico al gran tianguis de
México.
La ciudad y su "ética de la permanencia" son
un conjunto de saberes y diversiones, de límites y ruptura de sus límites, de
energía de sus ejércitos industriales de reserva, donde el crecimiento
poblacional borra o inutiliza a la mayoría de las previsiones de la modernidad
cuyo culto frenético polariza las dificultades del poder adquisitivo, con las
"fábulas del vicio y la virtud" del ciclo sano y malsano de la
productividad. Por lo que, abastecer la ciudad significa crecer sin límite y en
todas las direcciones del comercio, del consumo, de la moral, del autoaprecio y
de la autodestrucción de las personas que equilibran el desconocimiento del
oficio con la ignorancia del beneficio.
Con el inicio de la primera guerra mundial, a los naturales de Tepito y
La Merced les causó sorpresa ver la llegada de fuereños provenientes de otros países, quienes
comenzaron a habitar en cuartos de vecindad, donde el adobe y el ladrillo
marcaban la diferencia del costo y la predilección habitacional de los inmigrantes judíos, libaneses,
españoles, armenios, griegos, chinos y asiáticos. Con lo cual comenzaron a
proliferar oficios de sobrevivencia que amalgamaron tradiciones multiculturales con la
idiosincracia de los mexicanos.
Alternaban los consumos de pulque y aguardiente, con los de café y tés;
los derivados del maíz con los de trigo,
la hechura de ropa y zapatos, con la reparación de huaraches y calzado;
las devociones populares católicas con
los rituales ortodoxos; la educación pública laica, con las tradiciones que se practicaba en los hogares; todo ello
en un ambiente cosmopolita donde se fueron forjando consorcios que monopolizaron el abasto de bienes y
servicios: Panaderías, estanquillos, abarrotes, tiendas de ultramarinos, baños
públicos y hoteles, tabernas, cantinas y pulquerías; restaurantes, fondas
y fritangas callejeras; peleterías y expendios de telas; todo esto y
más hizo la diferencia de las fortunas resultantes del capital
social y del trabajo acumulados.
En el caso del barrio de Tepito, fueron judíos polacos los que fundaron
las peleterías que ofertan todos los insumos para la manufactura de zapatos y
zapatillas, que hicieron del barrio el principal productor de calzado hecho a
mano por artesanos llamados "lomos largos y panzas verdes" por ser oriundos de Jalisco y Guanajuato. Las
peleterías articulan toda la cadena de producción de tachuelas, clavos,
costillas, herrajes, hormas, suelas, tacones, pieles, forros, pegamentos,
cuchillas, hilos, cáñamo y demás materias primas; con las que los tepiteños modelan
estilos y crean moda, de la que presumen su fama pero sin haber creado un
consorcio zapatero, por lo que este y
otros oficios individualizados se siguen
perdiendo.
En un proceso similar, en La Merced el gobierno favoreció el desarrollo
socioeconómico de los inmigrantes y de los hacendados criollos que comenzaron a
monopolizar la compraventa de chiles,
vegetales, frutas y derivados de la leche. Dejando de lado al vecindario que desarrollaba actividades productivas y
creadoras de su propia socioeconomía, ya que solamente eran ocupados como
mecapaleros, ayudantes, diableros, sirvientes, mandaderos, y mozos. ¿Acaso será
cierto que al no poder ser repartida constitucionalmente la riqueza nacional, el gran problema estructural es que “los mexicanos-pueblo únicamente tenemos
derecho a la agricultura de temporal, a las artesanías locales y al pequeño
comercio?.
Al gobierno le sorprende el crecimiento de la llamada economía informal,
que las crisis recurrentes han
convertido en una modesta fábrica social de trabajo callejero contra la poderosa
industria del crimen y su fordismo delincuencial. Pues si el trabajo ahora está
en todas partes es porque las fábricas ya no existen.
Tepito y La Merced, con la savia y raíz nutricia de su
nopal genealógico, se emparejaron con el
diluvio y el Arca de Noé, para asegurar la gozosa permanencia de su cultura
popular que aunque sobresalta, se frecuenta por la vigencia de su carisma
barrial que todavía existe porque resiste.
Aunque los barrios de La Merced y Tepito nunca han estado atrás de un
muro fronterizo, siguen al borde de un
abismo especulativo que los quiere hacer desaparecer del Perímetro “B” del Centro Histórico, dejados a
su suerte, estigmatizados para convertirlos en un santuario delincuencial que
justifique la apropiación de su nicho comercial y la expropiación de su
territorio habitacional.
.
Nota: éste texto cosecha conceptos que escribió Carlos
Monsiváis, y que fueron publicados en la revista Cultura Urbana, de la UACM, Año 9 – Num 40-41, pags 5 a la 38. Lo demás,
forma parte del aprendisaje en el Seminario de Estudios del Barrio de la Merced
(2015-2016), con sede en la Sinagoga Histórica, en la Calle Justo Sierra. CETEPIS
© AHH - MMXVI
Del Tzompantli al Tatuaje
CENTRO DE ESTUDIOS TEPITEÑOS DE LA CIUDAD DE MÉXICO
Tepito y La Merced ¿barrios paralelos?
Desde su origen, Tepito y La Merced son dos centros legendarios y bastiones de la cultura
popular urbana, desarrollando formas de trabajo y vida propias, con estrategias
de sobrevivencia para la distribución de bienes y servicios, que generan
emporios económicos en una escalada
donde se fraguan todas las virtudes y defectos propios de su estigma y devociones.
La imposición religiosa generó muchas reacciones contra el autoritarismo clerical y
político, fraguando el gusto por el relajo popular como primer sinónimo del
caos nacionalista, por lo que los sectores privilegiados fueron encapsulando al
pueblo con expresiones denigrantes: chusma, pelados, gleba, léperos, plebe,
turbas, quienes en sus barriadas reivindicaban
el ser mexicanos creyentes, cada cual con su propia fe y grado de
apasionamiento místico. Se decía: -al cabo de los pobres indios no saben leer
y gustan más de las imágenes que
de la escritura.
Se cree que los barrios y los indios, todos se parecen
por su sentimiento colectivo y la conciencia de pertenecer a una comunidad en
las afueras del centro, que aunque los margina y los mantiene sujetos a las
pruebas de su destino, ya están acostumbrados a observar el desfile de los derechos civiles como algo que no les
corresponde. Y es que, en 1822, Iturbide
proclamó: "Mexicanos, ya sabéis el modo de ser libres; a vosotros os toca
señalar el de ser felices".
En 1851, los "alcaldes de barrio" estuvieron
a favor de Mariano Arista, sucesor de José Joaquín Herrera, removiendo con
palos el fondo de las acequias de la ciudad, originando el término de
"paleros" con su sonora adhesión verbal a los oradores liberales.
Eran pobres citadinos dirigidos por los mecanismos probados del hambre y el
desempleo. Por cuatro reales diarios, el sueldo de un albañil a destajo, se
obtiene el "trabajo" de seguir los movimientos de políticos
"enemigos del gobierno" informando diariamente a la policía. Estos
"agentes secretos" ganaban lo mismo que los "voceadores"
que gritan las consignas de los manifiestos contra el gobierno en turno.
Sobre la población se ejerce un control político
relacionado "con la concesión de espacios exclusivos para ejercer algún
oficio". En la sobrevivencia
colonial, la reglamentación del acoso a la urbe se aplicó en el siglo XIX a
determinadas actividades de servicio cómo expender billetes de lotería en las
calles y a los aguadores de las fuentes públicas a los hogares.
En 1853, Francisco Zarco se opone a la leva: "El
ciudadano se ve detenido en la calle, sin más razón que porque su traje es
humilde, es común el traje del pueblo que apenas cubre su desnudez". A lo
que el liberal Mariano Otero exclamó: "La multitud no sólo es siempre
infeliz, sino que se halla reducida a una miseria y a un envilecimiento cual no
se había visto jamás". Y el clasismo de la época se encarniza de
preferencia con los léperos (que tienen "la lepra" de la pobreza) y
con los "pelados" (los carentes de ropa, pues ya en el virreinato se
nombraban "ensabanados" a los
que apenas disimulan su desnudez con una sábana o manta).
Fuera de la zona del privilegio criollo, daba comienzo
el desfile de la mayoría indígena y mestiza: rancheros, peones, obreros,
sirvientes, dulceros, vendedores ambulantes, voceadores de periódicos,
eloteros, lecheros, pepenadores, aguadores y léperos, muchos léperos. Donde la pobreza diversifica
el vestuario, tanto como lo permiten los harapos con los distingos de la clase
alta, originando la fusión de la moda y la ideología.
En 1855, en un libro seminal, "Los mexicanos
pintados por sí mismos", de un grupo de escritores liberales, el catálogo
de seres "típicos" incluye al Aguador, la Chiera, el Pulquero, el
Barbero, el Cochero, el Cómico de la Legua, la Costurera, el Lajero, el
Evangelista, el Sereno, el Alacenero, la
China, la Recamarera. el Músico de Cuerda, el Arriero, la Estanquillera, el
Criado, el Mercero, la Partera, el Cargador, y el Tocinero.
Un personaje de la excelente novela Quinceuñas y
Casanova aventurero, de Leopoldo Zamora
Plowes, interpreta algunas
contradicciones: "En México, donde no hay unidad nacional, el criollo cree
que la patria es suya nomás; el mestizo cree que él la representa; para el
eclesiástico, la Patria es el clero; los militares opinan que la Patria es de
ellos, porque fue un legado que les hizo
Hernán Cortés". Pero, llegará el día en que el pueblo reclame también la Patria como suya. Mientras que la
gran vertiente de la cultura popular es la de
los barrios que siempre han dado pródigas muestras de patriotismo, a
pesar de que los tienen a pan y agua.
¿Cómo educar al pueblo en las formas republicanas de
conducta? A las colectividades instruidas por el autoritarismo les resulta
natural entrever las "partículas divinas" de los monarcas, pero, mucha gente no
comprende todavía , como debiera, la dignidad de un pueblo republicano. En
1869, Ignacio Manuel Altamirano narra en una de sus Crónicas: "No tienen
en verdad culpa estos infelices hombres de la clase pobre de su abyección, sino
lo infame y repugnante es ver a ciudadanos libres ser tratados como
bestias".
Mientras tanto, la obstinada y opulenta iglesia
católica era propietaria del 47.08 por
ciento del valor de la ciudad, a los particulares les correspondía el 44.46 por
ciento y al sector gubernamental el 7.76 por ciento. En 1813 la iglesia posee
2016 fincas, por lo que en 1857 sobrevino la desamortización de los bienes de
las corporaciones civiles y religiosas.
En 1864, La Merced es todavía una "zona
residencial" donde viven entre otros: un Regente del Imperio, tres
miembros del Estado Mayor de la Regencia, siete miembros de la Junta Superior
de Gobierno, un Ministro de Estado, dos subsecretarios, el Presidente del
Ayuntamiento, burócratas, diez Notarios, intelectuales, profesionistas y
profesores universitarios de la Academia de Bellas Artes. Hay colegios ,
hospicios, hospitales, dos de las tres bibliotecas de la ciudad, la plaza de
toros, un palenque de gallos, todas las rebocerías de la capital y la gran
mayoría de los cajones de ropa con la presencia de tiangueros, mozos de cordel
y de servicio, arrieros y trajineros, campesinos y léperos; por lo que todos
los días abundaban las gentes y sus mercaderías. Donde para poner término al permanente mal olor que
padecían las calles, en 1897 se iniciaron las obras del desague para combatir
las inundaciones, conduciendo fuera de la ciudad las aguas sucias y los
desechos.
Durante el porfiriato, ante el creciente panorama de
la cultura popular, se procuró la estricta vigilancia de los días de guardar,
ferias iluminas con faroles y fogatas, acreditada concurrencia en pulquerías,
desarrollo de gremios artesanalas y
bailes exhaustivos. Mientras que el orbe de las vecindades se prolongaba hasta
recrear el mito de la "cultura de la pobreza" que se extinguiría con
el terremoto de 1985.
La rumba: hacer el rumbo, hacer la calle, vivir del
asalto, de la mendicidad y la prostitución, han de perdurar en los barrios más
famosos: San Sebastián, Tepito, San Antonio Tomatlán, Mixcalco, La Merced,
Candelaria de los Patos, Manzanares, San Lázaro, La Palma, San Lucas, La
Santísima, La Soledad y el Cacahuatal, frecuentados por los rateros, los
bravucones, los parranderos, los mendigos y los presidiarios de semanas, meses
y años, quienes estando briagos entonaban
su himno: "Me vinieron a vender un santo / sin marco, sin cristal y sin
vidriera. / La gente preguntaba que santo era. / Era el santo más chingón de la
pradera. / Era de nogal, era de nogal el
santo. / Hijo de un cabrón, hijo de un cabrón, por eso pesaba tanto".
La popularidad de la rumba y su promiscuidad forzada
en cuartos de vecindad, las
tortuosas calles con pulcatas y figones pletóricos de fritangas de
buey y vaca, las riñas entre léperos y mecapaleros, las turbas de pilluelos
andrajosos y desarrapados jugando en las vías públicas, las mujeres de la vida
alegre con su rebozo terciado, las guaridas de rateros y asesinos célebres en
los bajos fondos de la ciudad, era el escenario propio de cada barriada, donde
comenzó a fraguarse un burgo artesanal con nuevas formas de trabajo y vida.
En La Merced, la importancia del abastecimiento
conllevó una paradoja: al aumentar el precio de la propiedad sube el precio de
las mercaderías, de los atavíos y gustos, de las fiestas y los vicios, donde
los pobres van siendo relegados. Mientras que en Tepito, Mariano Azuela refleja
en su novela La Malhora, la violencia que se vivía en las calles, derivada del
consumo del neutle en pulquerías, desde donde al caer la noche comenzaba el
peregrinar a los mesones y cuartos de vecindad.
Con el triunfo de la Revolución, se desborda la
cultura popular urbana, impulsando las expresiones verbales del pueblo. El ser
primitivo se desanuda dejando asomar el pícaro humorismo de su existencia, con
su repertorio de estereotipos: gendarmes
con bigotes de aguacero, borrachitos de pulcata con afán de sementales,
rancheros, payos, gachupines tabernarios, peladitos, lagartijos, indios y
fuereños, todos presumiendo su cultura como su principal arma nacionalista: así
hablamos porque así somos.
En el teatro María Tepache, ubicado en Peralvillo, era
donde se recreaban las expresiones albureras más pícaras y soezes del peladaje,
pues concurrían a divertirse en luneta, oficiales del ejército y la burocracia, personajes políticos y hasta secretarios
de Estado, donde "un lépero que
cree reconocerse en el escenario bien vale un zapatista en Sanborns",
escribió José Clemente Orozco.
A la cultura que se desprende de la secularización, la
vigorizan el desarrollo industrial, la expansión citadina, el mito de la
educación y la escolaridad y, en el ámbito del "peladaje" al no tener
nada que perder, lo popular se ve animado por el espíritu de celebración de la
grotecidad, la agresión cívica y verbal, el júbilo teatralizado del habla hasta
entonces socialmente muda y sin el aprecio por los dones de la grosería, donde
las "malas palabras" son una gramática esencial de clase, en la que
el albur se instala enardecido ratificando el sentido del humor de la barriada.
Cuando las leperadas estallan en un ámbito denso,
alarman a los oidos castos. Por lo que, el albur se recrea y transfiere en el
habla cotidiana sin expresiones hirientes, para no levantar sospechas a la
mojigatería hermanada con la cursilería. Pues en el ámbito del peladaje, al no
tener nada que perder cuando la confesión perdona los pecados y el anonimato
sobrepasa lo evidente, la picardía se ve animada por los dones del espíritu del relajo traducido en una
gramática esencial de clase, asumiendo que lo "vulgar" ratifica el
carnaval del lenguaje que menciona y califica los genitales sin la tiranía de
la hipocrecía sexual y sus sábanas santas, donde lo popular sobrepone, para
existir, cabulear las jugadas de su ajedrez verbal.
Del virreinato al porfirismo, con el legado del
ocultamiento, al Cuerpo sólo le han entregado lo sórdido y clandestino. Por lo
que el albur fue disolviendo de facto la moral tradicional: el Cuerpo regresa y
desplaza a un Espíritu fariséicamente
idolatrado, que confinó en prostíbulos y en descargas de humillación carnal
todas las autenticidades, incluso la de conversar verbalizando las glorias de
la mitad inferior del cuerpo y el abajo humano: el culo, los testículos, la
vagina, el vientre, los excrementos, los pedos, etcétera. Haciendo evidente que
entre más complejos menos reflejos se tienen para entender los albures de la
barriada.
Al aumentar la población rural en Tepito y La Merced,
se convirtieron en zonas abiertas al empleo, a las liberaciones de las
conductas y a las oportunidades de toda índole. Por lo que se extiende el área
comercial y se ocupan más calles, donde surgen las asociaciones gremiales y se
saturan los cuartos de vecindad. Lo cual alimenta al cine nacional que
transfigura la sordidez en melodrama, auspiciando la mitología gozosa de
Nosotros los pobres. Donde la realidad imita al cine, el cine endulza la
realidad nacional y el barrio es la meta
y punto de partida de su rizoma, verbalizando la "mitad
inferior" del cuerpo, haciendo
prevalecer las glorias del
"abajo" humano.
La Merced y Tepito formaron parte de "La
Herradura de Tugurios" que en 1950 el arquitecto Mario Pani propuso
erradicar, por ser vecindarios tipificados cómo tugurios promiscuos y habitados
por subempleados con oficios propios, que trabajan en el servicio doméstico,
venden periódicos o billetes de lotería, hacen costuras de ropa y remiendos de
zapatos, y son ayudantes en talleres, cuya movilidad social e intuición comercial hicieron
de sus calles un paisaje barrial con un tianguis infinito, donde el habla de
la pobreza extrema es un lenguaje
pintoresco con el que amenizan el paisaje.
Ante la operación buldozzer, la escala humana de la
ciudad es todavía reconocible en sus barrios y pueblos donde sus grupos
familiares reemplazan al anonimato, donde las superconstrucciones le dan la
bienvenida al anonimato de la ciudad de
masas que anula la escala humana. Por lo que el cine de barrio renuncia a su
caracterización de club de usos múltiples y la televisión le pone freno a la
inventiva popular, escamoteando el imperio perdido de la pobreza y el de las
calles por el comercio en tiendas departamentales.
Además de Tepito y La Merced, ninguna otra cosa
inspira lo que estos barrios inspiran.
Las prostitutas se asomaron a la calle y dejaron que la calle se asomara a
ellas; en la vecindades se necesitaban demasiadas desgracias para que alguien
aceptase la existencia de lo trágico. Por lo que la densidad histórica fue a
tal punto determinante que, cosa rara en una ciudad que hacía del arrasamiento
su princicio regenerativo, la tradición barrial fue tan persuasiva que, sin que
nada se lo propusiese, remitía casi todos los actos a su origen, donde cada
vecindad era el territorio simbólico de la memoria cultural de todas las
vecindades. Es por eso que el Centro Histórico siempre vuelve a las andadas o nunca
quiere ser distinto, pues ni se deja modernizar ni admite el envejecimiento
como archivo vital del país y reliquia que impide la tiranía urbana donde nunca
nada es igual.
Quien separa al gozo del fatalismo, no sabe distinguir
las realidades y determinismos de la pobreza: donde quien no estudió o no se
topó con las oportunidades, se resigna; pues nacer o avecindarse en un barrio
popular es llegar a todo con retraso,
porque el consuelo de ser pobre es vivir a fondo el caos solidario que jamás
conocerán los ricos de alto pedorraje.
En el barrio:
las libertades sexuales en los lavaderos, la azotea y los tapancos,
desplazan al burdel y al hotel como rito de pasaje. El futbol se vuelve el
horizonte de los sueños deportivos, los simposios cantineros a la vera del
dominó se vuelven vocación de jubilados, el boxeador y el fayuquero surgen como
modelo de ascenso social, el billar es una de tantas opciones de "los
nacidos para perder", el culo se convierte en el Nirvana de los maricas y
los machos que la presumian de sementales, se prodigan amor, para darse
puñaladas y dejar morir a su especie.
Mientras que en el Centro, nada era suficientemente
viejo ni convincentemente nuevo, y las ostentaciones están fuera de lugar, pues
su densidad histórica fue a tal punto determinante que, cosa rara en una ciudad
que hacía del arrasamiento su principio regenerativo, la tradición fue tan
persuasiva que, sin que nadie se los propusiese, se ahorran las explicaciones
exhibiendo en museos los vestigios prehispánicos fundacionales del territorio, dejando de lado
su simbolismo ancestral.
El Centro siempre vuelve a las andadas, o es que nunca
quiere ser distinto. Lo invaden los ambulantes, los desempleados, la procesión
burocrática interminable, las marchas de protesta, los inconformes, los
planificadores y los desarrolladores inmobilariarios con su urbanismo
depredador.
La identidad -eso que nos distingue de los
extranjeros, de los provincianos, y de los de la colonia de junto, se obtiene
agregándole la indiferencia a los medios electrónicos, a la ebullición del
barrio y a la frecuentación de la calle. Por lo que antropólogos y sociólogos
colonizaron las vecindades de la barriada, suprimiendo fermentaciones
linguísticas, triturando las expresiones musicales del bolero y el mambo, folclorizando
a la canción ranchera que ejerce en las madrugadas la épica de la marginalidad
social y amorosa del populacho,
Autobiografía es vivienda e inclusión pesarosa con
manifiesto orgullo de pertenecer a un barrio, con su variada y dinámica
mitología de sus calles, personajes y actitudes. No apartarse de las viviendas,
de esa añorada y basta concentración de
bienes, afectos, nostalgias, orgullos, amistades, enemistades,
aprovisionamientos alimenticios y sexuales, chambas concretas y fantasiosas,
donde nada tiene que ver la incomodidad con el arraigo. En Tepito por ejemplo, los boxeadores
(talento, triunfo, caída) subrayan el sentido de pertenencia. En La Merced es
determinante el culto autocongratulatorio y sarcástico al gran tianguis de
México.
La ciudad y su "ética de la permanencia" son
un conjunto de saberes y diversiones, de límites y ruptura de sus límites, de
energía de sus ejércitos industriales de reserva, donde el crecimiento
poblacional borra o inutiliza a la mayoría de las previsiones de la modernidad
cuyo culto frenético polariza las dificultades del poder adquisitivo, con las
"fábulas del vicio y la virtud" del ciclo sano y malsano de la
productividad. Por lo que, abastecer la ciudad significa crecer sin límite y en
todas las direcciones del comercio, del consumo, de la moral, del autoaprecio y
de la autodestrucción de las personas que equilibran el desconocimiento del
oficio con la ignorancia del beneficio.
Con el inicio de la primera guerra mundial, a los naturales de Tepito y
La Merced les causó sorpresa ver la llegada de fuereños provenientes de otros países, quienes
comenzaron a habitar en cuartos de vecindad, donde el adobe y el ladrillo
marcaban la diferencia del costo y la predilección habitacional de los inmigrantes judíos, libaneses,
españoles, armenios, griegos, chinos y asiáticos. Con lo cual comenzaron a
proliferar oficios de sobrevivencia que amalgamaron tradiciones multiculturales con la
idiosincracia de los mexicanos.
Alternaban los consumos de pulque y aguardiente, con los de café y tés;
los derivados del maíz con los de trigo,
la hechura de ropa y zapatos, con la reparación de huaraches y calzado;
las devociones populares católicas con
los rituales ortodoxos; la educación pública laica, con las tradiciones que se practicaba en los hogares; todo ello
en un ambiente cosmopolita donde se fueron forjando consorcios que monopolizaron el abasto de bienes y
servicios: Panaderías, estanquillos, abarrotes, tiendas de ultramarinos, baños
públicos y hoteles, tabernas, cantinas y pulquerías; restaurantes, fondas
y fritangas callejeras; peleterías y expendios de telas; todo esto y
más hizo la diferencia de las fortunas resultantes del capital
social y del trabajo acumulados.
En el caso del barrio de Tepito, fueron judíos polacos los que fundaron
las peleterías que ofertan todos los insumos para la manufactura de zapatos y
zapatillas, que hicieron del barrio el principal productor de calzado hecho a
mano por artesanos llamados "lomos largos y panzas verdes" por ser oriundos de Jalisco y Guanajuato. Las
peleterías articulan toda la cadena de producción de tachuelas, clavos,
costillas, herrajes, hormas, suelas, tacones, pieles, forros, pegamentos,
cuchillas, hilos, cáñamo y demás materias primas; con las que los tepiteños modelan
estilos y crean moda, de la que presumen su fama pero sin haber creado un
consorcio zapatero, por lo que este y
otros oficios individualizados se siguen
perdiendo.
En un proceso similar, en La Merced el gobierno favoreció el desarrollo
socioeconómico de los inmigrantes y de los hacendados criollos que comenzaron a
monopolizar la compraventa de chiles,
vegetales, frutas y derivados de la leche. Dejando de lado al vecindario que desarrollaba actividades productivas y
creadoras de su propia socioeconomía, ya que solamente eran ocupados como
mecapaleros, ayudantes, diableros, sirvientes, mandaderos, y mozos. ¿Acaso será
cierto que al no poder ser repartida constitucionalmente la riqueza nacional, el gran problema estructural es que “los mexicanos-pueblo únicamente tenemos
derecho a la agricultura de temporal, a las artesanías locales y al pequeño
comercio?.
Al gobierno le sorprende el crecimiento de la llamada economía informal,
que las crisis recurrentes han
convertido en una modesta fábrica social de trabajo callejero contra la poderosa
industria del crimen y su fordismo delincuencial. Pues si el trabajo ahora está
en todas partes es porque las fábricas ya no existen.
Tepito y La Merced, con la savia y raíz nutricia de su
nopal genealógico, se emparejaron con el
diluvio y el Arca de Noé, para asegurar la gozosa permanencia de su cultura
popular que aunque sobresalta, se frecuenta por la vigencia de su carisma
barrial que todavía existe porque resiste.
Aunque los barrios de La Merced y Tepito nunca han estado atrás de un
muro fronterizo, siguen al borde de un
abismo especulativo que los quiere hacer desaparecer del Perímetro “B” del Centro Histórico, dejados a
su suerte, estigmatizados para convertirlos en un santuario delincuencial que
justifique la apropiación de su nicho comercial y la expropiación de su
territorio habitacional.
.
Nota: éste texto cosecha conceptos que escribió Carlos
Monsiváis, y que fueron publicados en la revista Cultura Urbana, de la UACM, Año 9 – Num 40-41, pags 5 a la 38. Lo demás,
forma parte del aprendisaje en el Seminario de Estudios del Barrio de la Merced
(2015-2016), con sede en la Sinagoga Histórica, en la Calle Justo Sierra. CETEPIS
© AHH - MMXVI
Del Tzompantli al Tatuaje
con la Muerte Santificada
Por: Alfonso Hernández H.
Cronista y Hojalatero social
La portentosa vida de la muerte traspasó el umbral del barrio más emblemático y macabrón de la capirucha, o sea: Tepito. Aparentemente quieto como un resorte y siempre listo como un cerillo, el barrio se la sabe en eso de apropiarse y usar el espacio, reciclando los productos de sus propias imágenes, actividades, estigmas, y carismas.
La ciudad ilustrada, controvertida y cristiana, genera acusaciones genéricas y calificativos tendenciosos contra los barrios añejos populares, a los que etiqueta como verdaderos potreros de la muerte.
La religión, en su obsesiva necesidad de dominarlo todo, ha tenido por consecuencia el olvido de nuestro ser ritual, expresivo y ceremonial; cuya recuperación no implica irracionalidad, sino que, todo lo contrario, es la condición de la sana racionalidad, cuya devoción emotivamente primaria se enfrenta a la condición del hombre moderno y su ceguera; no ya para entender a los demás, sino para comprenderse así mismo, sin nada que opaque su propia naturaleza.
Cuando llega el momento de chiras pelas, y La Cierta se hace presente, para llevarnos al otro barrio, es un hecho que no hemos de trivializar, cuando tal suceso se convierte en guía. Lo cual sugiere que no hay que dejar al Yo (a nosotros) fuera de la figura con la que se representa a la muerte.
En estos tiempos, en los que el proceso de evolución cultural del hombre todavía no despeja ni responde los enigmas que circundan el nacimiento y la muerte, el fin de la magia y el surgimiento de la religión; la devoción a la Santa muerte se ejerce de manera homeopática y simpatética.
Es simpatética porque implica una correspondencia de influjos y reacciones entre realidades alejadas en el espacio, pero que se encuentran sumergidas en el agua de la duda. Y es homepática porque la rige el principio de similitud, cuya probada aplicación familiar sabe que lo semejante es un remedio que alivia y cura cuando se traduce en una filosofía de la vida y el destino final.
Entre tantos nichos con imágenes de la Santa muerte, la de Alfarería # 12 es reconocida como la primera en ocupar públicamente la calle, con una celosa guardiana que no permite limpias, misas, ni cadenas de oración. Por eso, doña Quetita siempre sugiere: Deja aflorar la fe en la Dignataria de esa otra forma de vida que es la muerte.
Verdá de Dios que, entre la barriada, se sabe que la vida y la muerte son buenas, muy buenas comadres. Y los devotos que cada día primero de mes acuden a Tepito, comparten e intercambian objetos, representando en ellos los dones recibidos. Y quienes permanecen todo el día en las banquetas, presentan a la imagen mayor, las que cada miembro de la familia custodia en su casa.
La savia del nopal genealógico de Tepito es la que mantiene vigente la heteropercepción del espacio concreto, percibido, vivido, representado, reidificado, y valorizado en este solar nativo, que mantiene vigente el contacto reverencial con las fuerzas tutelares de los ciclos de la vida y de la muerte.
Hay otras devociones cuyo oracional e imágenes representan sus miedos. Otras se centran en memorizar citas bíblicas. Y la devoción que nos ocupa, refleja la intensidad del silencio de quien a pesar de ser ciega, sorda y muda, se ha convertido en un asidero existencial trascendente. Y si nuestra primera casa es nuestro cuerpo, qué mejor lugar que la piel, para llevar representada a la Santa Muerte.
Entre los tatuajes, los hay de agradecimiento, de protección, carcelarios, de estética; y cuando hay miedo o presunción, se denotan en el tamaño de la imagen. En este asunto, Edgard Gamboa es quien más se ha acercado a formular la ficha bibliográfica y devocional del personaje, junto con la iconografía de la imagen tatuada en la piel de ciertas devotas y devotos.
A la Santa Muerte se estila representarla en un cartel, un dije de oro o plata, un escapulario de algodón, una pulsera; o en imágenes de bulto, confeccionadas en madera, resina, papel maché, plástico, cera, hueso de animal o de humano, henequén, fibra de maguey, jabón de lejía, cristal, y otros materiales a gusto de cada devoto.
Por la crisis y la inseguridad pública, la tranquilidad escasea cuando la muerte se pasea por la calle sin olvidar un detalle. Y como quejarse no remedia nada, qué mejor que sentirse protegido portando o venerando la imagen de la Santa Muerte.
Esta devoción ancestral estuvo mucho tiempo soterrada. Aflorando de vez en cuando, hasta que fue siendo domesticada por la Iglesia y convertida en la ofrenda de muertos. Y hoy que ha sido santificada en las calles, alejada de la mojigatería y el control religioso, se la cuestiona por su realismo. E inclusive se dice que su devoción es propia de quienes viven al filo de la navaja, de malandrines, y demás gentes de baja condición social. Conceptos como éste, son propios de quienes son fanáticos de la sin hueso, y ni quien les diga nada…
En esta ciudad, en que todo se torna una pregunta en espera de respuestas, y la muerte constituye un referente cultural que vincula lo popular tradicional al imaginario histórico. El obstinado barrio de Tepito se ha convertido en un escenario adecuado para la tragedia religiosa. Donde la muerte redime y lo verdaderamente religioso es concederle esa esperanza a la muerte.
El nicho de la Santa Muerte en Alfarería 12, contiene una emotividad emosignificatica, destacable por la manera en que los devotos escenifican su identidad co-fundiendo hitos cronotópicos con escenarios de dramatización social; donde la imagen de la muerte es adoptada como un Tonal destinado a proteger y para protegerse.
Sin formulismos ni fetichismos, doña Quetita le sugiere a los devotos: Pídele y ofrécele lo que te nazca, pero pídeselo con mucha fe, y Ella verá si te lo puede conceder. Porque Dios está antes que Ella…
Todo esto, yo lo sé de cierto, pero supongo, porqué, en su libro La ciudad de la memoria, José Emilio Pacheco escribió: Hijos de nuestra inmisericorde Madre la Vida, que se alimenta de Muerte. O de la Madre Muerte que se alimenta de Vida. Una de dos o las dos son la misma…
----------------------------------------
Divagaciones
entre Teología barrial y Teología oficial en
torno al culto a la Santa Muerte en Tepito y anexas
Los antropólogos, los sociólogos y, en general, todos
aquellos que se dedican al estudio del hombre, la sociedad y la cultura, se han
estado dando cuenta cada vez más claramente de la importancia de lo que produce
socialmente Tepito y todo lo que reproduce culturalmente este barrio macabrón
que no deja de seguir construyendo su adentro y reciclando su afuera.
Los estudios retrospectivos y longitudinales en Tepito no
han conseguido llegar a una comprensión más profunda de su realidad barrial. Y
otro tanto puede decirse de las investigaciones a individuos, familias,
artesanos y comerciantes, dedicados a alburear, codificar ideogramas, y fabular
mitos subliminalmente transgresores en torno a la portentosa vida de la muerte.
Los cambios importantes en la vida barrial son resultado
de la llamada cultura de la pobreza, influida por los valores y las
aspiraciones propias del vecindario con su burgo artesanal y el tianguis
tradicional que desde siempre identifican a Tepito.
Y como los pobres no tienen lugar en el Cielo, tienen que
buscar la manera de sobrevivir en la Tierra. En un barrio donde las vecindades
semejan el Paraíso, las calles el Purgatorio donde todo se paga, y las azoteas
son el Infierno donde todos se pierden en el vicio.
Cuando se habla o se piensa en la Muerte, unos lo hacen
con temor, otros con asombro, y la mayoría con incertidumbre. Y en la barriada,
a sabiendas de que el esqueleto es solamente una casa cuya estructura sostiene
al cuerpo y aloja el espíritu, hay quienes hasta buscan hacer de la muerte una
maravillosa experiencia de vida. Ya que la muerte es cierta, impredecible, no
perdona a nadie y es para siempre.
Es por ello que, cuando se alternan la fe y la duda, para
los pobres la muerte representa un problema casi tan grande como vivir en los
distintos y patéticos trabajos que tienen que desempeñar para sobrevivir con
privaciones y traumas hasta que llega la muerte.
Quizás por eso se apuran a comer bien, a coger fuerte, y
a enseñarle los güevos a la muerte. Pues verdad de Dios, que la Vida y la
Muerte son comadres, muy buenas comadres. Nomás que la Vida es la comadre rica
y poderosa. Y cuando ya no quiere algo o alguien, se lo regala a su comadre
pobrecita, a la comadrita jodida y muerta de hambre para que se lo lleve para
su casa.
A muchos, todo este realismo de la barriada les parece un
fanatismo grotesto, y se espantan ante unos huesos vestidos significando la
imagen de la Santa Muerte. Pero, son los que en sus casas grandes y chicas le
dan refuego a la sin hueso, frente a sus altarcitos familiares donde están
representados todos sus miedos.
A sabiendas de que lo religioso permea cualquier
realidad, y de que la religión es la más antropóloga de las antropologías, los
tepiteños han aprendido a espectacularizar la representación de lo sagrado,
refundando una devoción basada en la imagen de la muerte, significada como una
más de las deidades de nuestra crisis existencial: La Malinche, La Guadalupe,
La Llorona, La Santa Muerte.
En la devoción a la Santa Muerte hay dos conceptos de
causalidad: -la suma de subjetividades prehispánicas; -y la lógica moderna, con
la dinámica propia del fenómeno. Pues en el mundo de lo simbólico y significativo
hay tantas causalidades como fenómenos.
El mito hace una interpretación de su propia religiosidad
y de su polo autóctono con su demiurgo oculto. Donde el sincretismo y el
mimetismo marcan la frontera para escrutar o asimilar. Cuya heterogeneidad y
dinamismo definen la creatividad para construir su relación con lo sagrado.
En toda creencia religiosa y no religiosa, no importa
tanto lo que se dice o lo que se hace,
sino en lo que se cree; pues lo importante no es que sea falso o verdadero en
lo que se cree, sino creer y tener fe en ello.
Desde el ocaso prehispánico hasta el fin del periodo
revolucionario del siglo xx. Y a pesar de las industrias que fomentan
la cultura del esoterismo comercial, hay que aprender a hacer
diferentes lecturas de una misma realidad, pues las identidades de base,
perviven con raíces flexibles que todavía no han sido rotas. Algunos
perciben un desmoronamiento estructural de la religiosidad popular. Pero,
¿dónde estamos? ¿es el fin de un proceso o un camino hacia donde? ¿o será acaso
que este problema no ha llegado a su término?
Los correlatos psicológicos en torno a lo anterior tienen
como derivaciones: -las creencias y delirios de la fe, -la ansiedad de saberse
pecador, -la angustia de la culpa, -el desahogo y la catarsis en busca de la
redención, -el sentido de pertenencia por la comunión, -el retiro del sentido
de pertenencia por la excomunión, -el equilibrio emocional derivado de la
oración, -y la confirmación por la costumbre. Todo para hacernos
más culposos, pero, sin responsabilidad histórica, pues “el cristo ya dio su
sangre para redimirnos”.
Entre el catolicismo de España y el evangelismo de USA,
lo indígena y lo mestizo son una identidad suspendida en el tiempo. Es por ello
que, al patriarcado externo se le respeta y teme; y al matriarcado interno se
le venera y obedece. La tendencia de lo sagrado objetivo es cosificar. Y la de
lo sagrado difuso es el neomisticismo con pluralismo de visiones contrarias a
la privatización de las asociaciones religiosas reconocidas oficialmente.
La
historia de las mentalidades incluye una reflexión psicológica centrada en los
sentimientos y la piedad del individuo, donde su amor y miedos son el punto de
encuentro entre lo individual y lo colectivo. La historia de los sistemas de
creencias registra la relación entre lo social y lo divino, y entre las
actitudes religiosas y las realidades sociales.
La historia de lo cultural retoma la antropología
histórica y lingüística , para fechar la historia del acontecimiento en el
imaginario del tiempo largo. Pues el anclaje del tiempo largo tiene menos peso
en la historia de lo social, relacionado con el espacio-tiempo, clasificando
sobrevivencias ancestrales como prácticas rituales parasitarias.
La lógica teológica popular sigue confrontada con la
jerarquía oficial desvinculada de la realidad y de la pobreza. Por ello, lo
popular crea sus propios significados
devocionales en una dinámica generadora de su propia cultura organizacional
operativa e inspiradora de diferencias entre esencias y pertenencias, urgencias
y demandas.
Desontologizar lo sagrado implica confrontar el lenguaje
clásico de la piedad popular con la piedad cristiana, abstrayendo lo relativo
de lo absoluto. La nueva colonización pentecostal del imaginario católico,
contiene una teología bíblica traducida e interpretada como una inteligencia
sintética cual si fuera la única palabra de dios en todas sus formas.
Codificando las citas bíblicas como telefonemas: Hechos 12-5.
La palabra revelada rememora la esclavitud en Egipto y
recrea la nueva condición de esclavos del pecado. Por lo que, para ser siervo
de dios hay que ser obediente y aceptar el plan de dios: Ap. 3-14.16;
construyendo una comunidad moral transnacional con iluminación auditiva: -me
está hablando dios, -anoche dios me dijo..., etc. Pocos cristianos sincréticos
parafrasean a San Pablo “se debe tolerar lo que no se puede modificar”.
La estructura sistémica de una secta está constituida
por: -un líder carismático, -un texto, -una doctrina, -totalitarismo, -cuotas, -proselitismo,
-promesas innovadoras y exclusivas, -desvinculación familiar y social, -distorsión conceptual
del lenguaje, -culto de confesión pública, -capacidad de entrega y sacrificio,
-manipulación mística “los sueños del líder”, -dispensión de la existencia “los de afuera están
perdidos, nosotros estamos salvos”.
El hombre y su relación con dios, y en su relación
consigo mismo, es un proceso psíquico de quien lo practica y con quien lo
practica; en un proceso de individualización como diferenciación. Hasta
encontrar su razón y su significado, donde lo subjetivo encuentra su discurso
conceptual y lo doctrinario encuentra su práctica ritual. La experiencia de
dios en y desde el reverso de la historia, tiene tres manifestaciones básicas:
-oral, para dominar; -anal, para mostrar poder; -genital, para procrear
adeptos.
La unión de los contrarios conjuga la fascinación de los
opuestos: virgen-luna / 12 tribus-12 caminos luminosos / dragón-serpiente. La
imagen representa lo que divide, y el
símbolo representa lo que une. Y como todo lo sagrado es terapéutico (Jung) el
símbolo no es ambiguo sino multivalente, y aunque el símbolo es uno cada quien
lo interpreta diferente.
No hay que confundir lo espiritual con el espiritismo, ni
el monoteísmo con el monismo de las imágenes, ni el rito sagrado con el ritual
social. Porque la crisis misma permite la pervivencia y la retroalimentación
devocional popular, trastocando la identidad del territorio religioso y de la
vida cotidiana que construye socialmente su propia esperanza.
Entre los devotos de la Santa Muerte no hay teología,
pero, si hay creencias, que le dan respuesta a sus preguntas. La virgen de
Guadalupe sigue haciendo milagros, y la de los paros es esa Niña Blanca que
visitan en su nicho de Alfarería 12, en Tepito.
Centro de Estudios Tepiteños de la
Ciudad de México
Alfonso Hernández
H. © CETEPIS
– MMVI
--------------------------------------------
El barrio chicuarote
Por:
El coyote inválido
Tepito, como buen chile chicuarote, siendo
un barrio chiquito se hizo grandote. Por lo cual enfrenta otro de los momentos
cruciales más importantes de su historia, echando mano de sus fortalezas para
tratar de superar sus contradicciones urbanas. Ya que Tepito representa un
interés mayúsculo para aquellos que parecen competir financiando sus
convulsiones y promoviendo sus profundas mutaciones.
De antemano quieren desfundillar cualquier
movimiento y brote de resistencia a los proyectos de la Seduvi en Tepito. Por
lo cual están calibrando la rentabilidad de sus calles, el punto vulnerable de
cada dirigente del tianguis, y poniendo a prueba la resistencia vecinal, tan
aguantadora y paciente como la de un bofe.
Por su alto calibre y poca madre, el
protagonismo temerario de Tepito hace que Ebrad todavía está temeroso de subir
el guataje que le caliente la zona. Es por ello que apenas le han pegado a los
pies y a las espinillas del barrio, dejando el corte de cabecillas para cuando
fomente el canibalismo que no deje títere con cabeza.
El riesgo del
proyecto estratégico del GDF para dizque rescatar a Tepito es que sacrifica la
grandeza del barrio por privilegiar lo grandote de sus proyectos. Sin dar
chance de que sean los propios capitales tepiteños los que inviertan y comanden
las acciones de mejoramiento urbano. Es por ello que la defensa de la barriada
responde a la necesidad concreta de continuar siendo lo que somos, vacunados
contra todo lo que vulnere los ejes económicos y la permanencia de nuestra
cultura artesanal y comercial.
Al vivir más hacia
afuera, el barrio ha dejado de convivir hacia adentro. Y el nuevo espíritu
comunitario que se está gestando, nadie sabe si nacerá de nalgas, por cesárea,
o asfixiado por un condón. Lo cual presienten algunas mujeres de Tepito,
descendientes directas del clan de Lilith, esa mítica mujer anterior a Eva,
quien no se dejó someter por Adán, y que aprendió a gobernar a los hombres para
luego mandarlos a la guerra. Pues ellas intuyen que en todo renacimiento debe
emerger algo nuevo y beneficioso para sus familias.
En la zona
económica de Tepito lo importante no es el precio sino el valor de las cosas y
los servicios que ofrece. Donde la mayoría de quienes comercian son mujeres
cuyo trabajo es el único sostén familiar, y por lo mismo, no se están dejando
embaucar por sus dirigentes, por los polacos de todos los partidos, ni por
nadie que pretenda vulnerar el centro gravitacional de su bienestar familiar.
Ellas saben que el hombre se la pasa recreando el pasado, que la mujer es la
que forja el futuro, y que la pareja es la que afronta el presente.
Por lo que respecta
a los ñorses, algunos están temerosos de las declaraciones temerarias de Ebrad.
Otros dicen presentir en la orina que no va a pasar nada. Y el resto presume
haber oído (de alguien que sabe) que prevalecerá el nicho comercial como lugar
de encuentros e intercambios, pero, con una administración del espacio por parte
de un nuevo poder económico. Y que como el América volverá a ser campeón,
mientras tanto hay que seguir jugando al Melate y los Pronósticos, apostando en
la baraja y la poliana, yendo al box y al frontón, y esperar un buen
nalguinaldo o el regarrote que les toque. Sin hacer nada frente a la nueva
oleada de narcomenudistas que están dejándose ver en los condominios vecinales
que están en la mira de ser expropiados.
Lo que hace notable
la vigencia de Tepito, es que sigue funcionando como el barrio-bisagra del
Centro Histórico. Ya que su creatividad y productividad están conformadas como
una red de intercambios entre las unidades domésticas y económicas locales con
todo su entorno metropolitano y nacional. Y es esta fábrica social, con
mercadeo callejero, la que distribuye mecanismos de refuerzo cuya producción de
sentidos desarrolla nuevos ritos de paso, información estratégica,
entrenamiento comercial alternativo, bienes y servicios compartidos, emotividad
lúdica, subterránea, efervescente, desordenada y transgresora.
Tepito forma parte
de la cuna histórica de la ciudad y su proximidad física, económica y
psicosocial con el centro Histórico, desde siempre ha estado enhebrada como un
tejido urbano con muchos tintes simbólicos. Cuyo juego de cambios en su permanencia,
es a la sociedad mexicana lo que el subconsciente al individuo: una estructura
profunda, rizomática, y no visible; que se manifiesta con un comportamiento
contestatario cuyo protagonismo anónimo se deja entrever cada día.
Y para superar la especulación inmobiliaria
de la sociedad estructurada, el vecindario y el tianguis de Tepito buscan
resistir y subsistir de manera informal, rechazando la ecuación antropológica
de marginación y desorganización, negatividad y pasividad; ya que su cotidianidad
intuitiva lo mantiene como un barrio vivo, creativo y pragmático. A veces
quieto como un resorte y siempre listo como un cerillo.
Los asesores de
Ebrad suponen que siendo Tepito un barrio marginado, estigmatizado, y
susceptible de ser expropiado, puede ser fácilmente desalojado a favor del
mejor postor. Para lo cual quieren borrar las huellas de nuestro pasado y
hacernos perder la brújula histórica. Con el subdelegado en Tepito queriendo
repartir entre dirigentes pránganas, los dineros del Fideicomiso para el
desarrollo integral de Tepito. Con la Coalición y la Confederación nadando de a
muertito y tapándose sus cácalos. Con el vecindario atribulado y
credencializado como tribu pederrista. Con todo este acontecer, y más que
vendrá, la Señora Pobreza pronto impartirá otra lección de coraje y
resistencia.
A sabiendas de que
los mecanismos políticos y policiacos fallan, y que impera la corrupción en sus
instituciones de control y de castigo, nuestro rizoma barrial gravita en torno
a los núcleos vecinales más vitales y mejor organizados en redes de protección
para solventar cualquier eventualidad, con la experiencia guerrera de los
tepiteños de coraza.
La meta es hacer algo por Tepito, hacer algo
que no sea pasajero, sino que apasione y que trascienda en todo el barrio. Algo
que sea divertido, positivo, ilustrativo, y demostrativo de todo lo que tenemos
que defenderle a este barrio. Pues lo quieren desconocer siendo tan conocido,
lo quieren dar por muerto con tantos vivos, y que lo quieren empobrecer
habiendo enriquecido a tantos, . Así que, no aparentemos no saber que hacer,
conociendo todo lo que representa y simboliza Tepito.
El éthos histórico
de Tepito es saber retomar todos los discursos y tesis que explican al barrio
para amelcocharlos a nuestro gusto y retorcerlos a nuestro modo, hasta hacer de
ellos charamuscas y trompadas. Por eso molesta tanto el éthos barroco, tan
obstinadamente tepiteño, que se traduce en nuestro modo de ser contra la
modernidad chafa e irregular que nos imponen. Ya que ahora, frente a la
estructura urbana burocrática, el significado comunal estorba y nuestro
obstinado barrio molesta como forma de ocupación de la ciudad.
Siendo uno de los
barrios originarios de la ciudad, entre tantas cosas que Tepito ha tenido que
padecer y vicisitudes que ha sabido sortear para que no lo sigan envileciendo
ni lo pretendan desaparecer. Ora pro nobis sus dirigentes juran y perjuran que
todavía no se han vendido. Pero que sí se alquilan de comparsas del señor de
los anillos. Quien les prometió hacerles medallas. Como el medallón que reclama
el agüelito del Arte Acá, quien junta firmas para que le den una vivienda y su
pensión. Por los murales que antes expresaban ideas y sentires, y que hoy nomás
reflejan amargura y desaliento.
Estense atentos de
los inmuebles y predios sobre Chucho Carranza, susceptibles de proyectos a modo
de la Seduvi. Pues así como diseñaron el plan maestro en torno a la estación de
Buenavista. Ya se está afinando el esquema técnico y financiero del Plan
Maestro de Tepito. Que en otras palabras quiere decir: darle garantías y
rentabilidad a todas las inversiones en torno al centro comunitario donde
demolieron el 40 de Tenochtitlan y el cine Javier Solís.
Pero también,
estense al tiro de las accciones contra el ambulantaje en el perímetro B del
Centro Histórico; particularmente entre Perú-Apartado-Peña y Peña, y la acera
sur de Rayón-Granaditas-Eje 1 Norte, que forman parte de la Colonia Centro.
Pues por lo que respecta a los tianguistas de Tepito, como que siguen creyendo
que la Luna es de queso. Que las calles son de quien mas piratea y lentra en la
cooperacha de quien los rentea.
Mucho se habla de
Tepito como el barrio que agita, el barrio en movimiento permanente y con mayor
vitalidad del mapa chilango, que se reconoce nacional y mundialmente debido a
la vigencia de su lenguaje coloquial, jergal, culto, escabroso y leperusco. Y
cuya fuerza emblemática de su linaje comunitario ha creado una sociabilidad
exuberante y poliforma que (re)aparece progresiva y rizomáticamente para luchar
contra la adversidad, la violencia totalitaria, y el piojo de la ignorancia de
todo lo que representa este barrio.
La delegación ensombreció los deportivos, la fayuca
acabó con los oficios, los diablos se adueñan de las banquetas, la droga
envilece a los jóvenes, las esquinas taponan la entrada del dinero, la
piratería agandalla lugares y empobrece el comercio, la mercancía hechiza
defrauda al cliente, la pornografía no respeta la moral pública, la policía se
hizo adicta a hurgar bolsas negras, la economía informal está en el umbral de
la economía criminal, muchos puestos se rentean, la delincuencia usa motos de
alto pedorraje, el burro de oro es más pedante que arrogante, el cinismo es la
tapadera de la mediocridad, el adoquinado social está fracturado, pocos ejercen
un oficio y trabajos por la derecha, y sin embargo, el Alma del barrio sigue
luchando contra la adversidad. Mientras el Coyote cojo se recupera de haber
practicado la posición de la pantera: con una pata en el volante y otra en la
guantera.
------------------------------------------
Tepito, el barrio-bisagra
Por: Alfonso Hernández H.
A noventa días de la expropiación de una
vecindad de Tepito, bajaron las ventas del tianguis y subieron los precios del
narcomenudeo. Desde entonces, el barrio sigue siendo objeto de innumerables
operativos policíacos para combatir el crimen organizado y la piratería. Y más
allá de la controversia jurídica por la expropiación, el fin político del GDF
es mantenerse en las primeras planas de los diarios, aprovechando la buena y la
mala fama de Tepito para trastocar su potencial económico y cultural.
Mientras tanto, los clones de audio y video
siguen bajando de precio pues forman parte de una cadena de distribución cuya
geopolítica amplía el territorio de sus puntos de venta, incrementa su poder
económico y empobrece el mercado con ganancias en centavos. El gran capital
favorece el bajo costo de la piratería pues la utiliza como un amortiguador
político y generador de consumidores adictos a la sociedad del espectáculo, en
la que van dejando de ser pueblo para convertirse en público. Y por lo que
respecta al narcomayoreo, tanta corrupción y tolerancia lo hicieron una válvula
de escape al mundo de las drogas.
El supuesto rescate de Tepito conlleva la estrategia
de enajenar a este obstinado barrio, hasta hacerlo susceptible de inversiones
especulativas disfrazadas de filantropía inmobiliaria. De lo cual da cuenta la
plusvalía que generará la inversión millonaria del proyecto social en Jesús
Carranza 33 con salida al 40 de Tenochtitlan. Ante todo esto, la vigencia
cultural de este barrio, y la trascendencia urbana de Tepito, se manifiesta en
que continúa funcionando como un barrio-bisagra con el Centro Histórico,
articulando encuentros y desencuentros con los principales entes e ínsulas
comerciales donde florece el capitalismo del negocio desarrollado.
En la Historia económica de la ciudad de
México, Tepito representa un burgo barrial donde su vecindario y tianguis han
desarrollado una cadena de distribución de bienes y servicios que genera
capital social, y que inclusive favorece y regula el mercado de precios
populares. Contrariando la estrategia política de los grandes negocios urbanos
con franquicias internacionales.
De los 38 Mercados públicos, en las 34
colonias de la Delegación Cuauhtémoc, cuatro mercados están en Tepito y tres en
La Lagunilla. O sea que, desde el 14 de octubre de 1957 en que fueron
inaugurados, estos siete marcados llevan 50 años patentizando la vigencia de
una zona económica tradicionalmente de consumo popular. Cuyo capital social
circulante no necesita ser redimido por ningún banco, ya que este comercio
continúa estando al alcance de todos los bolsillos y presupuestos familiares.
Por lo tanto, no solamente hay que analizar y juzgar a la economía
informal como destructora, sino observar cómo se ha encajonado esta forma de
comercio al ámbito de lo ilícito y lo clandestino. Y sin negar los perjuicios a
la estructura formal económica, es importante no desdeñar la capacidad de
proposición y astucia con que se manifiesta y desaprovecha el potencial
creativo del ambulantaje.
Por ser Tepito un barrio con trayectoria
antropológica, la violencia tan anunciada en los medios de comunicación masiva
pierde su efecto en la realidad cotidiana. Donde reina la ñeréz y la comunión
con las cosas y con las gentes que conforman una sinergia entre el hábitat
social y el entorno urbano. Contrariando las demandas presupuestales para
fumigar o exterminar a la barriada.
A partir de este hecho, en
que Tepito mantiene su vigencia como barrio-bisagra con el centro, se puede
comprender que este obstinado barrio conforma los lazos de una comunidad de
destino. Donde su comunidad barrial continúa forjando sujetos de la experiencia
pensante, dicente y actuante, quienes hoy están librando otra lucha más por su
sobrevivencia urbana...
---------------------------------------------
Beatificando al barrio
En las azoteas de Tepito, no sólo aprendes a mamarle la miel a las estrellas, sino también, a jalarle duro el hilo de cáñamo a tu papalote. Te apasionaba el destrampe con los cuates, aunque fuera en el lado oscuro del barrio. Y por no querer aprender el oficio familiar, no heredaste el ejemplo de tus padres, ninguna de las virtudes de tus abuelos, y nada de la sabiduría del vecindario. Eres uno más de los que eligieron aprender a atornillarse puras tuercas oxidadas, mientras que voluntariamente te perdías en los callejones donde deshuesan el alma y te precipitan en el tobogán al inframundo.
Bienvenido a tu destino, a tu aburrida vida, a tu vocación del caos y tu autodestrucción. Eres un estoico depredador de tu cuerpo, con la ilustre sotana para codearte con la escoria de los bajos fondos, aunque todavía chillas que te destetaron prematuramente, y porque no tuviste cabida en las faldas de tu madre, ni en las de tu abuela. Y ahora quieres desquitarte pidiéndole a Dios que te lo pegue más arriba para que te lo puedas besar.
Tu verdad la consumes en seco, sin justificaciones, sin más explicaciones que el hecho mismo de hacerlo. Pues así como dios necesita del hombre para afirmarse, así las substancias te requieren para saberse existentes. Por eso, en lugar de destruirte te auxilian. Por eso sientes que te queda grande la vida, y dices que no la soportas, que porque no le hallas sentido al sufrimiento, y que por eso es mejor mandar todo ¡a la chingada!. Porque, lo chido de la vida es pasonearse y embriagarse. Quesque, porque, no hay nada mejor que un naufragio etílico, cannábico, anfetamínico, ó con amapolita dorada.
Eres uno más de los que viajaron de mosca en el cabús del destino, hasta quedar convertido en una mosca más de las que pululan en la mierda. Eres de los que se identifican por sus alientos amargos, paladares rancios, y ojos como vitrales emplomados. Tu cuerpo ajado, luce las estrías de tu estado de ánimo. Sintiendo a diario la misma mano huesuda empujándote la espalda. Nunca te das cuenta de lo aburrido que eres cuando te envicias. Y hasta parece que te cortaron la luz.
Tepito no es un barrio idílico ni sencillo. Tepito es un barrio macabrón que refleja la pobreza, la degradación, la estupidez, la esclavitud, la brutalidad y el terrorismo físico y psíquico. Tepito es siniestro, mágico, tétrico, indomable, chido, y con un caos que seduce cuando te cataliza y te expande la conciencia. Porque a Tepito la calma no le favorece, ni lo inspira a ser como es: semejando estar quieto como un resorte pero listo como un cerillo. Porque Tepito tiene una cuenta pendiente con su destino.
Y es que, a veces, pareciera que los dioses no saben cómo administrar este mundo. Y cuando Dios no quiere hacerse responsable, de nada ni de nadie, es cuando firma son su seudónimo: El Azar. No se trata de describir el drama existencial de lo que le sucede a algunos tepiteños, pues no interesa tanto Tepito, sino el drama que ellos están viviendo por su torcedura humana. Como si les hubieran hecho manita de puerco, para que los dominara el espíritu maligno, ese hechicero cuyos soplidos los hizo presa de un chamuco avieso, correoso, que les insufló el don de ver el bajo mundo y al ultramundo. En el barrio, nomás por imitar al amigo, nadie coge voluntariamente las viruelas
-Ay, doña Chelito, qué bueno fue Dios con usted, que le dio puros hijos buenos y con estudios -Perdóneme, doña Mari, pero Dios no es ojete! Pues los hijos que usted tiene en el reclusorio, y en la droga, usted los hizo los monstruitos que son. Pues los hijos son el reflejo de lo que son sus padres. Y si uno no sabe guiarlos y forjarlos, pues entonces se desvían. Pues así como uno es lo que hace y lo que vende en el tianguis. Así son de atenidos, y padrotitos, los hijos que siguen mamándole la chiche a la madre que los alcahuetea.
Antes, la calle era considerada la universidad de la vida y, hoy, la calle es la escuela más hija de la chingada que hay. Por eso, quienes nunca fueron buenos para los juegos y las matemáticas de la infancia, nunca podrán resolver las ecuaciones de su existencia. Pues las leyes de la física, son como las muelas, de las que seremos el grano, si no sabemos aprender a ser el molinero. Aprender a caminar solos, sin gatear, porque nadie nos quiso cargar, nos provocó muchos tropiezos y dislexia espiritual. Y para superar ésta disfunción existencial, es necesario reaprender a imantar nuestra brújula.
Presumimos que en Tepito no hay niños de la calle, porque todos están en su casa. Algunos arrebujados por padres disfuncionales. Otros, sostenidos por mujeres sin marido. Y casi todos sin acceso a los tres deportivos del barrio, porque el gobierno no quiere que Tepito vuelva a ser semillero de campeones.
Los niños que no juegan, ni practican algún deporte, no aprenden las reglas básicas de la convivencia. Por eso, cuando salen a la calle para dizque aprender a ser cabrones, terminan de hijos de la chingada; con pase automático a la delincuencia callejera, al crimen organizado de alto pedorraje, para terminar debutando en los reclusorios como primodelincuentes.
Y cuando por estar muy tronados, los quieran mandar a la Verde, quesque porque en la Roja ya no hay camas. Pues con su metabolismo dañado ninguno de sus órganos sirve para un trasplante. Si pueden, y quieren, a lo mejor, todavía tienen chance de purgarse el alma, para desechar toda la calabaza que se jambaron.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario