CENTRO DE ESTUDIOS TEPITEÑOS DE LA CIUDAD DE MÉXICO / CETEPIS ©MMXVI
Tepito y La Merced: barrios paralelos
Desde su origen, Tepito y La Merced son dos centros legendarios y bastiones de la cultura
popular urbana, desarrollando formas de trabajo y vida propias, con estrategias
de sobrevivencia para la distribución de bienes y servicios, que generan
emporios económicos en una escalada
donde se fraguan todas las virtudes y defectos propios de su estigma y devociones.
La imposición religiosa generó muchas reacciones contra el autoritarismo clerical y
político, fraguando el gusto por el relajo popular como primer sinónimo del
caos nacionalista, por lo que los sectores privilegiados fueron encapsulando al
pueblo con expresiones denigrantes: chusma, pelados, gleba, léperos, plebe,
turbas, quienes en sus barriadas reivindicaban
el ser mexicanos creyentes, cada cual con su propia fe y grado de
apasionamiento místico. Se decía: -al cabo de los pobres indios no saben leer
y gustan más de las imágenes que
de la escritura.
Se cree que los barrios y los indios, todos se parecen
por su sentimiento colectivo y la conciencia de pertenecer a una comunidad en
las afueras del centro, que aunque los margina y los mantiene sujetos a las
pruebas de su destino, ya están acostumbrados a observar el desfile de los derechos civiles como algo que no les
corresponde. Y es que, en 1822, Iturbide
proclamó: "Mexicanos, ya sabéis el modo de ser libres; a vosotros os toca
señalar el de ser felices".
En 1851, los "alcaldes de barrio" estuvieron
a favor de Mariano Arista, sucesor de José Joaquín Herrera, removiendo con
palos el fondo de las acequias de la ciudad, originando el término de
"paleros" con su sonora adhesión verbal a los oradores liberales.
Eran pobres citadinos dirigidos por los mecanismos probados del hambre y el
desempleo. Por cuatro reales diarios, el sueldo de un albañil a destajo, se
obtiene el "trabajo" de seguir los movimientos de políticos
"enemigos del gobierno" informando diariamente a la policía. Estos
"agentes secretos" ganaban lo mismo que los "voceadores"
que gritan las consignas de los manifiestos contra el gobierno en turno.
Sobre la población se ejerce un control político
relacionado "con la concesión de espacios exclusivos para ejercer algún
oficio". En la sobrevivencia
colonial, la reglamentación del acoso a la urbe se aplicó en el siglo XIX a
determinadas actividades de servicio cómo expender billetes de lotería en las
calles y a los aguadores de las fuentes públicas a los hogares.
En 1853, Francisco Zarco se opone a la leva: "El
ciudadano se ve detenido en la calle, sin más razón que porque su traje es
humilde, es común el traje del pueblo que apenas cubre su desnudez". A lo
que el liberal Mariano Otero exclamó: "La multitud no sólo es siempre
infeliz, sino que se halla reducida a una miseria y a un envilecimiento cual no
se había visto jamás". Y el clasismo de la época se encarniza de
preferencia con los léperos (que tienen "la lepra" de la pobreza) y
con los "pelados" (los carentes de ropa, pues ya en el virreinato se
nombraban "ensabanados" a los
que apenas disimulan su desnudez con una sábana o manta).
Fuera de la zona del privilegio criollo, daba comienzo
el desfile de la mayoría indígena y mestiza: rancheros, peones, obreros,
sirvientes, dulceros, vendedores ambulantes, voceadores de periódicos,
eloteros, lecheros, pepenadores, aguadores y léperos, muchos léperos. Donde la pobreza diversifica
el vestuario, tanto como lo permiten los harapos con los distingos de la clase
alta, originando la fusión de la moda y la ideología.
En 1855, en un libro seminal, "Los mexicanos
pintados por sí mismos", de un grupo de escritores liberales, el catálogo
de seres "típicos" incluye al Aguador, la Chiera, el Pulquero, el
Barbero, el Cochero, el Cómico de la Legua, la Costurera, el Lajero, el
Evangelista, el Sereno, el Alacenero, la
China, la Recamarera. el Músico de Cuerda, el Arriero, la Estanquillera, el
Criado, el Mercero, la Partera, el Cargador, y el Tocinero.
Un personaje de la excelente novela Quinceuñas y
Casanova aventurero, de Leopoldo Zamora
Plowes, interpreta algunas
contradicciones: "En México, donde no hay unidad nacional, el criollo cree
que la patria es suya nomás; el mestizo cree que él la representa; para el
eclesiástico, la Patria es el clero; los militares opinan que la Patria es de
ellos, porque fue un legado que les hizo
Hernán Cortés". Pero, llegará el día en que el pueblo reclame también la Patria como suya. Mientras que la
gran vertiente de la cultura popular es la de
los barrios que siempre han dado pródigas muestras de patriotismo, a
pesar de que los tienen a pan y agua.
¿Cómo educar al pueblo en las formas republicanas de
conducta? A las colectividades instruidas por el autoritarismo les resulta
natural entrever las "partículas divinas" de los monarcas, pero, mucha gente no
comprende todavía , como debiera, la dignidad de un pueblo republicano. En
1869, Ignacio Manuel Altamirano narra en una de sus Crónicas: "No tienen
en verdad culpa estos infelices hombres de la clase pobre de su abyección, sino
lo infame y repugnante es ver a ciudadanos libres ser tratados como
bestias".
Mientras tanto, la obstinada y opulenta iglesia
católica era propietaria del 47.08 por
ciento del valor de la ciudad, a los particulares les correspondía el 44.46 por
ciento y al sector gubernamental el 7.76 por ciento. En 1813 la iglesia posee
2016 fincas, por lo que en 1857 sobrevino la desamortización de los bienes de
las corporaciones civiles y religiosas.
En 1864, La Merced es todavía una "zona
residencial" donde viven entre otros: un Regente del Imperio, tres
miembros del Estado Mayor de la Regencia, siete miembros de la Junta Superior
de Gobierno, un Ministro de Estado, dos subsecretarios, el Presidente del
Ayuntamiento, burócratas, diez Notarios, intelectuales, profesionistas y
profesores universitarios de la Academia de Bellas Artes. Hay colegios ,
hospicios, hospitales, dos de las tres bibliotecas de la ciudad, la plaza de
toros, un palenque de gallos, todas las rebocerías de la capital y la gran
mayoría de los cajones de ropa con la presencia de tiangueros, mozos de cordel
y de servicio, arrieros y trajineros, campesinos y léperos; por lo que todos
los días abundaban las gentes y sus mercaderías. Donde para poner término al permanente mal olor que
padecían las calles, en 1897 se iniciaron las obras del desague para combatir
las inundaciones, conduciendo fuera de la ciudad las aguas sucias y los
desechos.
Durante el porfiriato, ante el creciente panorama de
la cultura popular, se procuró la estricta vigilancia de los días de guardar,
ferias iluminas con faroles y fogatas, acreditada concurrencia en pulquerías,
desarrollo de gremios artesanalas y
bailes exhaustivos. Mientras que el orbe de las vecindades se prolongaba hasta
recrear el mito de la "cultura de la pobreza" que se extinguiría con
el terremoto de 1985.
La rumba: hacer el rumbo, hacer la calle, vivir del
asalto, de la mendicidad y la prostitución, han de perdurar en los barrios más
famosos: San Sebastián, Tepito, San Antonio Tomatlán, Mixcalco, La Merced,
Candelaria de los Patos, Manzanares, San Lázaro, La Palma, San Lucas, La
Santísima, La Soledad y el Cacahuatal, frecuentados por los rateros, los
bravucones, los parranderos, los mendigos y los presidiarios de semanas, meses
y años, quienes estando briagos
entonaban su himno: "Me vinieron a vender un santo / sin marco, sin
cristal y sin vidriera. / La gente preguntaba que santo era. / Era el santo más
chingón de la pradera. / Era de nogal,
era de nogal el santo. / Hijo de un cabrón, hijo de un cabrón, por eso
pesaba tanto".
La popularidad de la rumba y su promiscuidad forzada
en cuartos de vecindad, las
tortuosas calles con pulcatas y figones pletóricos de fritangas de
buey y vaca, las riñas entre léperos y mecapaleros, las turbas de pilluelos andrajosos
y desarrapados jugando en las vías públicas, las mujeres de la vida alegre con
su rebozo terciado, las guaridas de rateros y asesinos célebres en los bajos
fondos de la ciudad, era el escenario propio de cada barriada, donde comenzó a
fraguarse un burgo artesanal con nuevas formas de trabajo y vida.
En La Merced, la importancia del abastecimiento
conllevó una paradoja: al aumentar el precio de la propiedad sube el precio de
las mercaderías, de los atavíos y gustos, de las fiestas y los vicios, donde
los pobres van siendo relegados. Mientras que en Tepito, Mariano Azuela refleja
en su novela La Malhora, la violencia que se vivía en las calles, derivada del
consumo del neutle en pulquerías, desde donde al caer la noche comenzaba el
peregrinar a los mesones y cuartos de vecindad.
Con el triunfo de la Revolución, se desborda la
cultura popular urbana, impulsando las expresiones verbales del pueblo. El ser
primitivo se desanuda dejando asomar el pícaro humorismo de su existencia, con
su repertorio de estereotipos: gendarmes
con bigotes de aguacero, borrachitos de pulcata con afán de sementales,
rancheros, payos, gachupines tabernarios, peladitos, lagartijos, indios y
fuereños, todos presumiendo su cultura como su principal arma nacionalista: así
hablamos porque así somos.
En el teatro María Tepache, ubicado en Peralvillo, era
donde se recreaban las expresiones albureras más pícaras y soezes del peladaje,
pues concurrían a divertirse en luneta, oficiales del ejército y la burocracia, personajes políticos y hasta
secretarios de Estado, donde "un
lépero que cree reconocerse en el escenario bien vale un zapatista en
Sanborns", escribió José Clemente Orozco.
A la cultura que se desprende de la secularización, la
vigorizan el desarrollo industrial, la expansión citadina, el mito de la
educación y la escolaridad y, en el ámbito del "peladaje" al no tener
nada que perder, lo popular se ve animado por el espíritu de celebración de la
grotecidad, la agresión cívica y verbal, el júbilo teatralizado del habla hasta
entonces socialmente muda y sin el aprecio por los dones de la grosería, donde
las "malas palabras" son una gramática esencial de clase, en la que
el albur se instala enardecido ratificando el sentido del humor de la barriada.
Cuando las leperadas estallan en un ámbito denso,
alarman a los oidos castos. Por lo que, el albur se recrea y transfiere en el
habla cotidiana sin expresiones hirientes, para no levantar sospechas a la
mojigatería hermanada con la cursilería. Pues en el ámbito del peladaje, al no tener
nada que perder cuando la confesión perdona los pecados y el anonimato
sobrepasa lo evidente, la picardía se ve animada por los dones del espíritu del relajo traducido en una
gramática esencial de clase, asumiendo que lo "vulgar" ratifica el
carnaval del lenguaje que menciona y califica los genitales sin la tiranía de
la hipocrecía sexual y sus sábanas santas, donde lo popular sobrepone, para
existir, cabulear las jugadas de su ajedrez verbal.
Del virreinato al porfirismo, con el legado del
ocultamiento, al Cuerpo sólo le han entregado lo sórdido y clandestino. Por lo
que el albur fue disolviendo de facto la moral tradicional: el Cuerpo regresa y
desplaza a un Espíritu fariséicamente
idolatrado, que confinó en prostíbulos y en descargas de humillación carnal
todas las autenticidades, incluso la de conversar verbalizando las glorias de
la mitad inferior del cuerpo y el abajo humano: el culo, los testículos, la
vagina, el vientre, los excrementos, los pedos, etcétera. Haciendo evidente que
entre más complejos menos reflejos se tienen para entender los albures de la
barriada.
Al aumentar la población rural en Tepito y La Merced,
se convirtieron en zonas abiertas al empleo, a las liberaciones de las
conductas y a las oportunidades de toda índole. Por lo que se extiende el área
comercial y se ocupan más calles, donde surgen las asociaciones gremiales y se
saturan los cuartos de vecindad. Lo cual alimenta al cine nacional que
transfigura la sordidez en melodrama, auspiciando la mitología gozosa de
Nosotros los pobres. Donde la realidad imita al cine, el cine endulza la
realidad nacional y el barrio es la meta
y punto de partida de su rizoma, verbalizando la "mitad
inferior" del cuerpo, haciendo
prevalecer las glorias del
"abajo" humano.
La Merced y Tepito formaron parte de "La
Herradura de Tugurios" que en 1950 el arquitecto Mario Pani propuso
erradicar, por ser vecindarios tipificados cómo tugurios promiscuos y habitados
por subempleados con oficios propios, que trabajan en el servicio doméstico,
venden periódicos o billetes de lotería, hacen costuras de ropa y remiendos de
zapatos, y son ayudantes en talleres, cuya movilidad social e intuición comercial
hicieron de sus calles un paisaje barrial con un tianguis infinito, donde el habla de
la pobreza extrema es un lenguaje
pintoresco con el que amenizan el paisaje.
Ante la operación buldozzer, la escala humana de la
ciudad es todavía reconocible en sus barrios y pueblos donde sus grupos
familiares reemplazan al anonimato, donde las superconstrucciones le dan la
bienvenida al anonimato de la ciudad de
masas que anula la escala humana. Por lo que el cine de barrio renuncia a su
caracterización de club de usos múltiples y la televisión le pone freno a la
inventiva popular, escamoteando el imperio perdido de la pobreza y el de las
calles por el comercio en tiendas departamentales.
Además de Tepito y La Merced, ninguna otra cosa
inspira lo que estos barrios inspiran.
Las prostitutas se asomaron a la calle y dejaron que la calle se asomara a
ellas; en la vecindades se necesitaban demasiadas desgracias para que alguien
aceptase la existencia de lo trágico. Por lo que la densidad histórica fue a
tal punto determinante que, cosa rara en una ciudad que hacía del arrasamiento
su princicio regenerativo, la tradición barrial fue tan persuasiva que, sin que
nada se lo propusiese, remitía casi todos los actos a su origen, donde cada
vecindad era el territorio simbólico de la memoria cultural de todas las
vecindades. Es por eso que el Centro Histórico siempre vuelve a las andadas o
nunca quiere ser distinto, pues ni se deja modernizar ni admite el
envejecimiento como archivo vital del país y reliquia que impide la tiranía
urbana donde nunca nada es igual.
Quien separa al gozo del fatalismo, no sabe distinguir
las realidades y determinismos de la pobreza: donde quien no estudió o no se
topó con las oportunidades, se resigna; pues nacer o avecindarse en un barrio
popular es llegar a todo con retraso,
porque el consuelo de ser pobre es vivir a fondo el caos solidario que jamás
conocerán los ricos de alto pedorraje.
En el barrio:
las libertades sexuales en los lavaderos, la azotea y los tapancos,
desplazan al burdel y al hotel como rito de pasaje. El futbol se vuelve el
horizonte de los sueños deportivos, los simposios cantineros a la vera del
dominó se vuelven vocación de jubilados, el boxeador y el fayuquero surgen como
modelo de ascenso social, el billar es una de tantas opciones de "los
nacidos para perder", el culo se convierte en el Nirvana de los maricas y los
machos que la presumian de sementales, se prodigan amor, para darse puñaladas y
dejar morir a su especie.
Mientras que en el Centro, nada era suficientemente
viejo ni convincentemente nuevo, y las ostentaciones están fuera de lugar, pues
su densidad histórica fue a tal punto determinante que, cosa rara en una ciudad
que hacía del arrasamiento su principio regenerativo, la tradición fue tan
persuasiva que, sin que nadie se los propusiese, se ahorran las explicaciones
exhibiendo en museos los vestigios prehispánicos fundacionales del territorio, dejando de lado
su simbolismo ancestral.
El Centro siempre vuelve a las andadas, o es que nunca
quiere ser distinto. Lo invaden los ambulantes, los desempleados, la procesión
burocrática interminable, las marchas de protesta, los inconformes, los
planificadores y los desarrolladores inmobilariarios con su urbanismo
depredador.
La identidad -eso que nos distingue de los
extranjeros, de los provincianos, y de los de la colonia de junto, se obtiene
agregándole la indiferencia a los medios electrónicos, a la ebullición del
barrio y a la frecuentación de la calle. Por lo que antropólogos y sociólogos
colonizaron las vecindades de la barriada, suprimiendo fermentaciones
linguísticas, triturando las expresiones musicales del bolero y el mambo,
folclorizando a la canción ranchera que ejerce en las madrugadas la épica de la
marginalidad social y amorosa del populacho,
Autobiografía es vivienda e inclusión pesarosa con
manifiesto orgullo de pertenecer a un barrio, con su variada y dinámica
mitología de sus calles, personajes y actitudes. No apartarse de las viviendas,
de esa añorada y basta concentración de
bienes, afectos, nostalgias, orgullos, amistades, enemistades,
aprovisionamientos alimenticios y sexuales, chambas concretas y fantasiosas,
donde nada tiene que ver la incomodidad con el arraigo. En Tepito por ejemplo, los boxeadores
(talento, triunfo, caída) subrayan el sentido de pertenencia. En La Merced es
determinante el culto autocongratulatorio y sarcástico al gran tianguis de
México.
La ciudad y su "ética de la permanencia" son
un conjunto de saberes y diversiones, de límites y ruptura de sus límites, de
energía de sus ejércitos industriales de reserva, donde el crecimiento
poblacional borra o inutiliza a la mayoría de las previsiones de la modernidad
cuyo culto frenético polariza las dificultades del poder adquisitivo, con las
"fábulas del vicio y la virtud" del ciclo sano y malsano de la
productividad. Por lo que, abastecer la ciudad significa crecer sin límite y en
todas las direcciones del comercio, del consumo, de la moral, del autoaprecio y
de la autodestrucción de las personas que equilibran el desconocimiento del
oficio con la ignorancia del beneficio.
Tepito y La Merced, con la savia y raíz nutricia de su
nopal genealógico, se emparejaron con el
diluvio y el Arca de Noé, para asegurar la gozosa permanencia de su cultura
popular que aunque sobresalta, se frecuenta por la vigencia de su carisma
barrial y por lo que todavía existen porque resisten.
Nota: éste texto refritea el que escribió Carlos
Monsiváis, y que fue rescatado y publicado
en la revista Cultura Urbana, de la UACM, Año 9 – Num 40-41, pags 5 a la 38.
SUPERFLEX
Por: Alfonso Hernández H.,
Hojalatero
Social y Cronista de Tepito
En la ciudad de
México, un barrio sin sombra no infunde respeto, por eso a Tepito se le conoce
como el barrio bravo, que todavía existe porque resiste con su discurso visual
propio, marcado cómo uno de tantos epicentros caóticos.
La dimensión
histórica y cultural del barrio de Tepito, es la que asegura su sobrevivencia
urbana, estructurada como un laboratorio socioeconómico que crea fórmulas e
inventa recetas contra los procesos arruinadores del sistema.
Desde siempre, los
oficios y el reciclaje, han sido un referente cultural de la creatividad y
productividad local de Tepito, donde las lonas que cubren el tianguis son una
segunda piel del barrio y las viviendas conforman
su columna vertebral. Por lo que este tianguis, con su admirable economía de
recursos, es tan ancestral y compleja cómo la historia del barrio.
Cuando se
juntan la necesidad y el hambre, en Tepito se desarrollan los oficios más
insospechados e inverosímiles de cada época tecnológica, asegurando la
reproducción social del barrio por medio de la cultura y el comercio informal,
caracterizados en su propia forma de
ciudadanía y soberanía.
El mercado en las
calles de Tepito, es una recuperación arqueológica que recicla el paisaje ancestral del Tianguis
de Tlatelolco,
con un andamiaje tubular que semeja un
esqueleto cubierto con lonas multicolores; significando así, la presencia
tutelar de Xipe-Tótec, “Nuestro Señor
Desollado”, deidad azteca de la primavera, que quiso alimentar a los hombres
con su propia piel, tal como el maíz, que al germinar pierde la piel.
El ritual de Xipé-Tótec (Xipehua, desollar o descortezar; To prefijo posesivo: nuestro; y Tec
prefijo que abrevia tecuhtli,
señor), representaba el cambio de piel de la tierra, que su cubre con otra
nueva, con la vegetación naciente de cada ciclo agrícola, así, los mexicas podrían cultivar de nuevo el
maíz que les sirve de alimento.
Frente a los
no lugares en la ciudad, Tepito se expande cómo un rizoma barrial compacto,
extrovertido y compartido en su aprendizaje de la sobrevivencia urbana con
experiencia e instinto. Siempre jugándose el pellejo, con la ley, con la
política, con un patrón o con las manos.
En el
barrio, tan lleno de sorpresas y tan carente de cosas, todo se resuelve en sus
calles, poniendo una feria de juegos mecánicos o de billetes. Por lo que su
tianguis es una de las más prestigiosas escuelas de negocios libres.
Caminar por
el barrio y el tianguis de Tepito, es como recorrer un museo vivo y a cielo
abierto, con hallazgos insospechados pues para los tepiteños, la economía
informal es una modesta fábrica social contra la poderosa industria del crimen
y su fordismo delincuencial.
El potencial
energético de la matriz cultural de Tepito funciona como un motor con su propio
acumulador y rizoma articulador de Polos: con grandes concentraciones de
empleo y servicios. Nodos: integradores de medios y rutas para la libre
movilidad. Corredores: con calles y lugares que se conectan con el resto
de la ciudad. Tapete barrial: con escuelas, mercados, deportivos,
servicios y espacios vitales identitarios.
Las antiguas
vecindades, esas matrilocalidades prodigiosas que eran la columna vertebral del
barrio, hoy son condominios vecinales
especializados en desmadrificar a Tepito. Donde el tianguis se ha
convertido en la principal bujía económica, en calles especializadas para
desdramatizar el estigma delincuencial, con actores sociales curtidos en la
resistencia del autoempleo, orgullosos trabajadores directos de la fábrica
social, conocidos cómo “tradifas”.
El Homo-Tepitecus, recicla más su memoria barrial
que la historia oficial, ya que la globalización está generando procesos de
cambio sociocultural que impactan directamente a las formas tradicionales de
producción, distribución y consumo en mercados y redes informales.
La vocación
artesanal y comercial de Tepito se mantiene y reproduce como una manera de
encarar la globalización, readecuando las herramientas y actualizando las
metodologías clásicas de las ciencias sociales, para rebasar los marcos
“legales” en relación a los bienes de consumo con derecho de autor. Pues ante
la economía de mercado y el tianguis global, en el barrio no triunfa el
más fuerte, el más estudiado, ni el más influyente, sino el que mas y mejor
aprende a adaptarse a los segmentos de la economía del mercado libre.
El tepiteño
es un ente cultural y político inmerso en una economía no regulada, con
suficientes atributos para sobreponer su carisma barrial al estigma delincuencial. Usando el arte para confrontar de manera
crítica a la maquinaria del sistema hipercapitalista, con un proyecto curatorial de arte urbano con
expresiones plásticas y visuales que caracterizan su resistencia y pertenencia
a su solar nativo, donde se trabaja duro hasta que se hace oscuro.
Mientras tanto,
emergida del Tzompantli prehispánico, la Santa Muerte de
Tepito, dejó el inframundo para deambular por el barrio. Donde, a veces, una
simple calentura callejera se convierte en una epidemia de violencia, pues a la
droga la están convirtiendo en la nueva religión de los jóvenes que la
propagan, peor que sí fuera un contagio de viruela, de gonorrea, de sífilis o
de VIH.
Frente a la
imaginación del chemo, la mariguana y la cocaína, el tepiteño conoce todas las
rutas para abastecer bienes a los nomadic consumer…
Centro de Estudios Tepiteños de
a Ciudad de México / MMXIV
¿ NOS GOBIERNA LA IMPUNIDAD
?
CENTRO DE ESTUDIOS TEPITEÑOS DE LA CIUDAD DE MÉXICO / CETEPIS ©MMXVI
Tepito y La Merced: barrios paralelos
Desde su origen, Tepito y La Merced son dos centros legendarios y bastiones de la cultura
popular urbana, desarrollando formas de trabajo y vida propias, con estrategias
de sobrevivencia para la distribución de bienes y servicios, que generan
emporios económicos en una escalada
donde se fraguan todas las virtudes y defectos propios de su estigma y devociones.
La imposición religiosa generó muchas reacciones contra el autoritarismo clerical y
político, fraguando el gusto por el relajo popular como primer sinónimo del
caos nacionalista, por lo que los sectores privilegiados fueron encapsulando al
pueblo con expresiones denigrantes: chusma, pelados, gleba, léperos, plebe,
turbas, quienes en sus barriadas reivindicaban
el ser mexicanos creyentes, cada cual con su propia fe y grado de
apasionamiento místico. Se decía: -al cabo de los pobres indios no saben leer
y gustan más de las imágenes que
de la escritura.
Se cree que los barrios y los indios, todos se parecen
por su sentimiento colectivo y la conciencia de pertenecer a una comunidad en
las afueras del centro, que aunque los margina y los mantiene sujetos a las
pruebas de su destino, ya están acostumbrados a observar el desfile de los derechos civiles como algo que no les
corresponde. Y es que, en 1822, Iturbide
proclamó: "Mexicanos, ya sabéis el modo de ser libres; a vosotros os toca
señalar el de ser felices".
En 1851, los "alcaldes de barrio" estuvieron
a favor de Mariano Arista, sucesor de José Joaquín Herrera, removiendo con
palos el fondo de las acequias de la ciudad, originando el término de
"paleros" con su sonora adhesión verbal a los oradores liberales.
Eran pobres citadinos dirigidos por los mecanismos probados del hambre y el
desempleo. Por cuatro reales diarios, el sueldo de un albañil a destajo, se
obtiene el "trabajo" de seguir los movimientos de políticos
"enemigos del gobierno" informando diariamente a la policía. Estos
"agentes secretos" ganaban lo mismo que los "voceadores"
que gritan las consignas de los manifiestos contra el gobierno en turno.
Sobre la población se ejerce un control político
relacionado "con la concesión de espacios exclusivos para ejercer algún
oficio". En la sobrevivencia
colonial, la reglamentación del acoso a la urbe se aplicó en el siglo XIX a
determinadas actividades de servicio cómo expender billetes de lotería en las
calles y a los aguadores de las fuentes públicas a los hogares.
En 1853, Francisco Zarco se opone a la leva: "El
ciudadano se ve detenido en la calle, sin más razón que porque su traje es
humilde, es común el traje del pueblo que apenas cubre su desnudez". A lo
que el liberal Mariano Otero exclamó: "La multitud no sólo es siempre
infeliz, sino que se halla reducida a una miseria y a un envilecimiento cual no
se había visto jamás". Y el clasismo de la época se encarniza de
preferencia con los léperos (que tienen "la lepra" de la pobreza) y
con los "pelados" (los carentes de ropa, pues ya en el virreinato se
nombraban "ensabanados" a los
que apenas disimulan su desnudez con una sábana o manta).
Fuera de la zona del privilegio criollo, daba comienzo
el desfile de la mayoría indígena y mestiza: rancheros, peones, obreros,
sirvientes, dulceros, vendedores ambulantes, voceadores de periódicos,
eloteros, lecheros, pepenadores, aguadores y léperos, muchos léperos. Donde la pobreza diversifica
el vestuario, tanto como lo permiten los harapos con los distingos de la clase
alta, originando la fusión de la moda y la ideología.
En 1855, en un libro seminal, "Los mexicanos
pintados por sí mismos", de un grupo de escritores liberales, el catálogo
de seres "típicos" incluye al Aguador, la Chiera, el Pulquero, el
Barbero, el Cochero, el Cómico de la Legua, la Costurera, el Lajero, el
Evangelista, el Sereno, el Alacenero, la
China, la Recamarera. el Músico de Cuerda, el Arriero, la Estanquillera, el
Criado, el Mercero, la Partera, el Cargador, y el Tocinero.
Un personaje de la excelente novela Quinceuñas y
Casanova aventurero, de Leopoldo Zamora
Plowes, interpreta algunas
contradicciones: "En México, donde no hay unidad nacional, el criollo cree
que la patria es suya nomás; el mestizo cree que él la representa; para el
eclesiástico, la Patria es el clero; los militares opinan que la Patria es de
ellos, porque fue un legado que les hizo
Hernán Cortés". Pero, llegará el día en que el pueblo reclame también la Patria como suya. Mientras que la
gran vertiente de la cultura popular es la de
los barrios que siempre han dado pródigas muestras de patriotismo, a
pesar de que los tienen a pan y agua.
¿Cómo educar al pueblo en las formas republicanas de
conducta? A las colectividades instruidas por el autoritarismo les resulta
natural entrever las "partículas divinas" de los monarcas, pero, mucha gente no
comprende todavía , como debiera, la dignidad de un pueblo republicano. En
1869, Ignacio Manuel Altamirano narra en una de sus Crónicas: "No tienen
en verdad culpa estos infelices hombres de la clase pobre de su abyección, sino
lo infame y repugnante es ver a ciudadanos libres ser tratados como
bestias".
Mientras tanto, la obstinada y opulenta iglesia
católica era propietaria del 47.08 por
ciento del valor de la ciudad, a los particulares les correspondía el 44.46 por
ciento y al sector gubernamental el 7.76 por ciento. En 1813 la iglesia posee
2016 fincas, por lo que en 1857 sobrevino la desamortización de los bienes de
las corporaciones civiles y religiosas.
En 1864, La Merced es todavía una "zona
residencial" donde viven entre otros: un Regente del Imperio, tres
miembros del Estado Mayor de la Regencia, siete miembros de la Junta Superior
de Gobierno, un Ministro de Estado, dos subsecretarios, el Presidente del
Ayuntamiento, burócratas, diez Notarios, intelectuales, profesionistas y
profesores universitarios de la Academia de Bellas Artes. Hay colegios ,
hospicios, hospitales, dos de las tres bibliotecas de la ciudad, la plaza de
toros, un palenque de gallos, todas las rebocerías de la capital y la gran
mayoría de los cajones de ropa con la presencia de tiangueros, mozos de cordel
y de servicio, arrieros y trajineros, campesinos y léperos; por lo que todos
los días abundaban las gentes y sus mercaderías. Donde para poner término al permanente mal olor que
padecían las calles, en 1897 se iniciaron las obras del desague para combatir
las inundaciones, conduciendo fuera de la ciudad las aguas sucias y los
desechos.
Durante el porfiriato, ante el creciente panorama de
la cultura popular, se procuró la estricta vigilancia de los días de guardar,
ferias iluminas con faroles y fogatas, acreditada concurrencia en pulquerías,
desarrollo de gremios artesanalas y
bailes exhaustivos. Mientras que el orbe de las vecindades se prolongaba hasta
recrear el mito de la "cultura de la pobreza" que se extinguiría con
el terremoto de 1985.
La rumba: hacer el rumbo, hacer la calle, vivir del
asalto, de la mendicidad y la prostitución, han de perdurar en los barrios más
famosos: San Sebastián, Tepito, San Antonio Tomatlán, Mixcalco, La Merced,
Candelaria de los Patos, Manzanares, San Lázaro, La Palma, San Lucas, La
Santísima, La Soledad y el Cacahuatal, frecuentados por los rateros, los
bravucones, los parranderos, los mendigos y los presidiarios de semanas, meses
y años, quienes estando briagos
entonaban su himno: "Me vinieron a vender un santo / sin marco, sin
cristal y sin vidriera. / La gente preguntaba que santo era. / Era el santo más
chingón de la pradera. / Era de nogal,
era de nogal el santo. / Hijo de un cabrón, hijo de un cabrón, por eso
pesaba tanto".
La popularidad de la rumba y su promiscuidad forzada
en cuartos de vecindad, las
tortuosas calles con pulcatas y figones pletóricos de fritangas de
buey y vaca, las riñas entre léperos y mecapaleros, las turbas de pilluelos andrajosos
y desarrapados jugando en las vías públicas, las mujeres de la vida alegre con
su rebozo terciado, las guaridas de rateros y asesinos célebres en los bajos
fondos de la ciudad, era el escenario propio de cada barriada, donde comenzó a
fraguarse un burgo artesanal con nuevas formas de trabajo y vida.
En La Merced, la importancia del abastecimiento
conllevó una paradoja: al aumentar el precio de la propiedad sube el precio de
las mercaderías, de los atavíos y gustos, de las fiestas y los vicios, donde
los pobres van siendo relegados. Mientras que en Tepito, Mariano Azuela refleja
en su novela La Malhora, la violencia que se vivía en las calles, derivada del
consumo del neutle en pulquerías, desde donde al caer la noche comenzaba el
peregrinar a los mesones y cuartos de vecindad.
Con el triunfo de la Revolución, se desborda la
cultura popular urbana, impulsando las expresiones verbales del pueblo. El ser
primitivo se desanuda dejando asomar el pícaro humorismo de su existencia, con
su repertorio de estereotipos: gendarmes
con bigotes de aguacero, borrachitos de pulcata con afán de sementales,
rancheros, payos, gachupines tabernarios, peladitos, lagartijos, indios y
fuereños, todos presumiendo su cultura como su principal arma nacionalista: así
hablamos porque así somos.
En el teatro María Tepache, ubicado en Peralvillo, era
donde se recreaban las expresiones albureras más pícaras y soezes del peladaje,
pues concurrían a divertirse en luneta, oficiales del ejército y la burocracia, personajes políticos y hasta
secretarios de Estado, donde "un
lépero que cree reconocerse en el escenario bien vale un zapatista en
Sanborns", escribió José Clemente Orozco.
A la cultura que se desprende de la secularización, la
vigorizan el desarrollo industrial, la expansión citadina, el mito de la
educación y la escolaridad y, en el ámbito del "peladaje" al no tener
nada que perder, lo popular se ve animado por el espíritu de celebración de la
grotecidad, la agresión cívica y verbal, el júbilo teatralizado del habla hasta
entonces socialmente muda y sin el aprecio por los dones de la grosería, donde
las "malas palabras" son una gramática esencial de clase, en la que
el albur se instala enardecido ratificando el sentido del humor de la barriada.
Cuando las leperadas estallan en un ámbito denso,
alarman a los oidos castos. Por lo que, el albur se recrea y transfiere en el
habla cotidiana sin expresiones hirientes, para no levantar sospechas a la
mojigatería hermanada con la cursilería. Pues en el ámbito del peladaje, al no tener
nada que perder cuando la confesión perdona los pecados y el anonimato
sobrepasa lo evidente, la picardía se ve animada por los dones del espíritu del relajo traducido en una
gramática esencial de clase, asumiendo que lo "vulgar" ratifica el
carnaval del lenguaje que menciona y califica los genitales sin la tiranía de
la hipocrecía sexual y sus sábanas santas, donde lo popular sobrepone, para
existir, cabulear las jugadas de su ajedrez verbal.
Del virreinato al porfirismo, con el legado del
ocultamiento, al Cuerpo sólo le han entregado lo sórdido y clandestino. Por lo
que el albur fue disolviendo de facto la moral tradicional: el Cuerpo regresa y
desplaza a un Espíritu fariséicamente
idolatrado, que confinó en prostíbulos y en descargas de humillación carnal
todas las autenticidades, incluso la de conversar verbalizando las glorias de
la mitad inferior del cuerpo y el abajo humano: el culo, los testículos, la
vagina, el vientre, los excrementos, los pedos, etcétera. Haciendo evidente que
entre más complejos menos reflejos se tienen para entender los albures de la
barriada.
Al aumentar la población rural en Tepito y La Merced,
se convirtieron en zonas abiertas al empleo, a las liberaciones de las
conductas y a las oportunidades de toda índole. Por lo que se extiende el área
comercial y se ocupan más calles, donde surgen las asociaciones gremiales y se
saturan los cuartos de vecindad. Lo cual alimenta al cine nacional que
transfigura la sordidez en melodrama, auspiciando la mitología gozosa de
Nosotros los pobres. Donde la realidad imita al cine, el cine endulza la
realidad nacional y el barrio es la meta
y punto de partida de su rizoma, verbalizando la "mitad
inferior" del cuerpo, haciendo
prevalecer las glorias del
"abajo" humano.
La Merced y Tepito formaron parte de "La
Herradura de Tugurios" que en 1950 el arquitecto Mario Pani propuso
erradicar, por ser vecindarios tipificados cómo tugurios promiscuos y habitados
por subempleados con oficios propios, que trabajan en el servicio doméstico,
venden periódicos o billetes de lotería, hacen costuras de ropa y remiendos de
zapatos, y son ayudantes en talleres, cuya movilidad social e intuición comercial
hicieron de sus calles un paisaje barrial con un tianguis infinito, donde el habla de
la pobreza extrema es un lenguaje
pintoresco con el que amenizan el paisaje.
Ante la operación buldozzer, la escala humana de la
ciudad es todavía reconocible en sus barrios y pueblos donde sus grupos
familiares reemplazan al anonimato, donde las superconstrucciones le dan la
bienvenida al anonimato de la ciudad de
masas que anula la escala humana. Por lo que el cine de barrio renuncia a su
caracterización de club de usos múltiples y la televisión le pone freno a la
inventiva popular, escamoteando el imperio perdido de la pobreza y el de las
calles por el comercio en tiendas departamentales.
Además de Tepito y La Merced, ninguna otra cosa
inspira lo que estos barrios inspiran.
Las prostitutas se asomaron a la calle y dejaron que la calle se asomara a
ellas; en la vecindades se necesitaban demasiadas desgracias para que alguien
aceptase la existencia de lo trágico. Por lo que la densidad histórica fue a
tal punto determinante que, cosa rara en una ciudad que hacía del arrasamiento
su princicio regenerativo, la tradición barrial fue tan persuasiva que, sin que
nada se lo propusiese, remitía casi todos los actos a su origen, donde cada
vecindad era el territorio simbólico de la memoria cultural de todas las
vecindades. Es por eso que el Centro Histórico siempre vuelve a las andadas o
nunca quiere ser distinto, pues ni se deja modernizar ni admite el
envejecimiento como archivo vital del país y reliquia que impide la tiranía
urbana donde nunca nada es igual.
Quien separa al gozo del fatalismo, no sabe distinguir
las realidades y determinismos de la pobreza: donde quien no estudió o no se
topó con las oportunidades, se resigna; pues nacer o avecindarse en un barrio
popular es llegar a todo con retraso,
porque el consuelo de ser pobre es vivir a fondo el caos solidario que jamás
conocerán los ricos de alto pedorraje.
En el barrio:
las libertades sexuales en los lavaderos, la azotea y los tapancos,
desplazan al burdel y al hotel como rito de pasaje. El futbol se vuelve el
horizonte de los sueños deportivos, los simposios cantineros a la vera del
dominó se vuelven vocación de jubilados, el boxeador y el fayuquero surgen como
modelo de ascenso social, el billar es una de tantas opciones de "los
nacidos para perder", el culo se convierte en el Nirvana de los maricas y los
machos que la presumian de sementales, se prodigan amor, para darse puñaladas y
dejar morir a su especie.
Mientras que en el Centro, nada era suficientemente
viejo ni convincentemente nuevo, y las ostentaciones están fuera de lugar, pues
su densidad histórica fue a tal punto determinante que, cosa rara en una ciudad
que hacía del arrasamiento su principio regenerativo, la tradición fue tan
persuasiva que, sin que nadie se los propusiese, se ahorran las explicaciones
exhibiendo en museos los vestigios prehispánicos fundacionales del territorio, dejando de lado
su simbolismo ancestral.
El Centro siempre vuelve a las andadas, o es que nunca
quiere ser distinto. Lo invaden los ambulantes, los desempleados, la procesión
burocrática interminable, las marchas de protesta, los inconformes, los
planificadores y los desarrolladores inmobilariarios con su urbanismo
depredador.
La identidad -eso que nos distingue de los
extranjeros, de los provincianos, y de los de la colonia de junto, se obtiene
agregándole la indiferencia a los medios electrónicos, a la ebullición del
barrio y a la frecuentación de la calle. Por lo que antropólogos y sociólogos
colonizaron las vecindades de la barriada, suprimiendo fermentaciones
linguísticas, triturando las expresiones musicales del bolero y el mambo,
folclorizando a la canción ranchera que ejerce en las madrugadas la épica de la
marginalidad social y amorosa del populacho,
Autobiografía es vivienda e inclusión pesarosa con
manifiesto orgullo de pertenecer a un barrio, con su variada y dinámica
mitología de sus calles, personajes y actitudes. No apartarse de las viviendas,
de esa añorada y basta concentración de
bienes, afectos, nostalgias, orgullos, amistades, enemistades,
aprovisionamientos alimenticios y sexuales, chambas concretas y fantasiosas,
donde nada tiene que ver la incomodidad con el arraigo. En Tepito por ejemplo, los boxeadores
(talento, triunfo, caída) subrayan el sentido de pertenencia. En La Merced es
determinante el culto autocongratulatorio y sarcástico al gran tianguis de
México.
La ciudad y su "ética de la permanencia" son
un conjunto de saberes y diversiones, de límites y ruptura de sus límites, de
energía de sus ejércitos industriales de reserva, donde el crecimiento
poblacional borra o inutiliza a la mayoría de las previsiones de la modernidad
cuyo culto frenético polariza las dificultades del poder adquisitivo, con las
"fábulas del vicio y la virtud" del ciclo sano y malsano de la
productividad. Por lo que, abastecer la ciudad significa crecer sin límite y en
todas las direcciones del comercio, del consumo, de la moral, del autoaprecio y
de la autodestrucción de las personas que equilibran el desconocimiento del
oficio con la ignorancia del beneficio.
Tepito y La Merced, con la savia y raíz nutricia de su
nopal genealógico, se emparejaron con el
diluvio y el Arca de Noé, para asegurar la gozosa permanencia de su cultura
popular que aunque sobresalta, se frecuenta por la vigencia de su carisma
barrial y por lo que todavía existen porque resisten.
Nota: éste texto refritea el que escribió Carlos
Monsiváis, y que fue rescatado y publicado
en la revista Cultura Urbana, de la UACM, Año 9 – Num 40-41, pags 5 a la 38.
SUPERFLEX
CENTRO DE ESTUDIOS TEPITEÑOS DE LA CIUDAD DE MÉXICO / CETEPIS ©MMXVI
Tepito y La Merced: barrios paralelos
Desde su origen, Tepito y La Merced son dos centros legendarios y bastiones de la cultura
popular urbana, desarrollando formas de trabajo y vida propias, con estrategias
de sobrevivencia para la distribución de bienes y servicios, que generan
emporios económicos en una escalada
donde se fraguan todas las virtudes y defectos propios de su estigma y devociones.
La imposición religiosa generó muchas reacciones contra el autoritarismo clerical y
político, fraguando el gusto por el relajo popular como primer sinónimo del
caos nacionalista, por lo que los sectores privilegiados fueron encapsulando al
pueblo con expresiones denigrantes: chusma, pelados, gleba, léperos, plebe,
turbas, quienes en sus barriadas reivindicaban
el ser mexicanos creyentes, cada cual con su propia fe y grado de
apasionamiento místico. Se decía: -al cabo de los pobres indios no saben leer
y gustan más de las imágenes que
de la escritura.
Se cree que los barrios y los indios, todos se parecen
por su sentimiento colectivo y la conciencia de pertenecer a una comunidad en
las afueras del centro, que aunque los margina y los mantiene sujetos a las
pruebas de su destino, ya están acostumbrados a observar el desfile de los derechos civiles como algo que no les
corresponde. Y es que, en 1822, Iturbide
proclamó: "Mexicanos, ya sabéis el modo de ser libres; a vosotros os toca
señalar el de ser felices".
En 1851, los "alcaldes de barrio" estuvieron
a favor de Mariano Arista, sucesor de José Joaquín Herrera, removiendo con
palos el fondo de las acequias de la ciudad, originando el término de
"paleros" con su sonora adhesión verbal a los oradores liberales.
Eran pobres citadinos dirigidos por los mecanismos probados del hambre y el
desempleo. Por cuatro reales diarios, el sueldo de un albañil a destajo, se
obtiene el "trabajo" de seguir los movimientos de políticos
"enemigos del gobierno" informando diariamente a la policía. Estos
"agentes secretos" ganaban lo mismo que los "voceadores"
que gritan las consignas de los manifiestos contra el gobierno en turno.
Sobre la población se ejerce un control político
relacionado "con la concesión de espacios exclusivos para ejercer algún
oficio". En la sobrevivencia
colonial, la reglamentación del acoso a la urbe se aplicó en el siglo XIX a
determinadas actividades de servicio cómo expender billetes de lotería en las
calles y a los aguadores de las fuentes públicas a los hogares.
En 1853, Francisco Zarco se opone a la leva: "El
ciudadano se ve detenido en la calle, sin más razón que porque su traje es
humilde, es común el traje del pueblo que apenas cubre su desnudez". A lo
que el liberal Mariano Otero exclamó: "La multitud no sólo es siempre
infeliz, sino que se halla reducida a una miseria y a un envilecimiento cual no
se había visto jamás". Y el clasismo de la época se encarniza de
preferencia con los léperos (que tienen "la lepra" de la pobreza) y
con los "pelados" (los carentes de ropa, pues ya en el virreinato se
nombraban "ensabanados" a los
que apenas disimulan su desnudez con una sábana o manta).
Fuera de la zona del privilegio criollo, daba comienzo
el desfile de la mayoría indígena y mestiza: rancheros, peones, obreros,
sirvientes, dulceros, vendedores ambulantes, voceadores de periódicos,
eloteros, lecheros, pepenadores, aguadores y léperos, muchos léperos. Donde la pobreza diversifica
el vestuario, tanto como lo permiten los harapos con los distingos de la clase
alta, originando la fusión de la moda y la ideología.
En 1855, en un libro seminal, "Los mexicanos
pintados por sí mismos", de un grupo de escritores liberales, el catálogo
de seres "típicos" incluye al Aguador, la Chiera, el Pulquero, el
Barbero, el Cochero, el Cómico de la Legua, la Costurera, el Lajero, el
Evangelista, el Sereno, el Alacenero, la
China, la Recamarera. el Músico de Cuerda, el Arriero, la Estanquillera, el
Criado, el Mercero, la Partera, el Cargador, y el Tocinero.
Un personaje de la excelente novela Quinceuñas y
Casanova aventurero, de Leopoldo Zamora
Plowes, interpreta algunas
contradicciones: "En México, donde no hay unidad nacional, el criollo cree
que la patria es suya nomás; el mestizo cree que él la representa; para el
eclesiástico, la Patria es el clero; los militares opinan que la Patria es de
ellos, porque fue un legado que les hizo
Hernán Cortés". Pero, llegará el día en que el pueblo reclame también la Patria como suya. Mientras que la
gran vertiente de la cultura popular es la de
los barrios que siempre han dado pródigas muestras de patriotismo, a
pesar de que los tienen a pan y agua.
¿Cómo educar al pueblo en las formas republicanas de
conducta? A las colectividades instruidas por el autoritarismo les resulta
natural entrever las "partículas divinas" de los monarcas, pero, mucha gente no
comprende todavía , como debiera, la dignidad de un pueblo republicano. En
1869, Ignacio Manuel Altamirano narra en una de sus Crónicas: "No tienen
en verdad culpa estos infelices hombres de la clase pobre de su abyección, sino
lo infame y repugnante es ver a ciudadanos libres ser tratados como
bestias".
Mientras tanto, la obstinada y opulenta iglesia
católica era propietaria del 47.08 por
ciento del valor de la ciudad, a los particulares les correspondía el 44.46 por
ciento y al sector gubernamental el 7.76 por ciento. En 1813 la iglesia posee
2016 fincas, por lo que en 1857 sobrevino la desamortización de los bienes de
las corporaciones civiles y religiosas.
En 1864, La Merced es todavía una "zona
residencial" donde viven entre otros: un Regente del Imperio, tres
miembros del Estado Mayor de la Regencia, siete miembros de la Junta Superior
de Gobierno, un Ministro de Estado, dos subsecretarios, el Presidente del
Ayuntamiento, burócratas, diez Notarios, intelectuales, profesionistas y
profesores universitarios de la Academia de Bellas Artes. Hay colegios ,
hospicios, hospitales, dos de las tres bibliotecas de la ciudad, la plaza de
toros, un palenque de gallos, todas las rebocerías de la capital y la gran
mayoría de los cajones de ropa con la presencia de tiangueros, mozos de cordel
y de servicio, arrieros y trajineros, campesinos y léperos; por lo que todos
los días abundaban las gentes y sus mercaderías. Donde para poner término al permanente mal olor que
padecían las calles, en 1897 se iniciaron las obras del desague para combatir
las inundaciones, conduciendo fuera de la ciudad las aguas sucias y los
desechos.
Durante el porfiriato, ante el creciente panorama de
la cultura popular, se procuró la estricta vigilancia de los días de guardar,
ferias iluminas con faroles y fogatas, acreditada concurrencia en pulquerías,
desarrollo de gremios artesanalas y
bailes exhaustivos. Mientras que el orbe de las vecindades se prolongaba hasta
recrear el mito de la "cultura de la pobreza" que se extinguiría con
el terremoto de 1985.
La rumba: hacer el rumbo, hacer la calle, vivir del
asalto, de la mendicidad y la prostitución, han de perdurar en los barrios más
famosos: San Sebastián, Tepito, San Antonio Tomatlán, Mixcalco, La Merced,
Candelaria de los Patos, Manzanares, San Lázaro, La Palma, San Lucas, La
Santísima, La Soledad y el Cacahuatal, frecuentados por los rateros, los
bravucones, los parranderos, los mendigos y los presidiarios de semanas, meses
y años, quienes estando briagos
entonaban su himno: "Me vinieron a vender un santo / sin marco, sin
cristal y sin vidriera. / La gente preguntaba que santo era. / Era el santo más
chingón de la pradera. / Era de nogal,
era de nogal el santo. / Hijo de un cabrón, hijo de un cabrón, por eso
pesaba tanto".
La popularidad de la rumba y su promiscuidad forzada
en cuartos de vecindad, las
tortuosas calles con pulcatas y figones pletóricos de fritangas de
buey y vaca, las riñas entre léperos y mecapaleros, las turbas de pilluelos andrajosos
y desarrapados jugando en las vías públicas, las mujeres de la vida alegre con
su rebozo terciado, las guaridas de rateros y asesinos célebres en los bajos
fondos de la ciudad, era el escenario propio de cada barriada, donde comenzó a
fraguarse un burgo artesanal con nuevas formas de trabajo y vida.
En La Merced, la importancia del abastecimiento
conllevó una paradoja: al aumentar el precio de la propiedad sube el precio de
las mercaderías, de los atavíos y gustos, de las fiestas y los vicios, donde
los pobres van siendo relegados. Mientras que en Tepito, Mariano Azuela refleja
en su novela La Malhora, la violencia que se vivía en las calles, derivada del
consumo del neutle en pulquerías, desde donde al caer la noche comenzaba el
peregrinar a los mesones y cuartos de vecindad.
Con el triunfo de la Revolución, se desborda la
cultura popular urbana, impulsando las expresiones verbales del pueblo. El ser
primitivo se desanuda dejando asomar el pícaro humorismo de su existencia, con
su repertorio de estereotipos: gendarmes
con bigotes de aguacero, borrachitos de pulcata con afán de sementales,
rancheros, payos, gachupines tabernarios, peladitos, lagartijos, indios y
fuereños, todos presumiendo su cultura como su principal arma nacionalista: así
hablamos porque así somos.
En el teatro María Tepache, ubicado en Peralvillo, era
donde se recreaban las expresiones albureras más pícaras y soezes del peladaje,
pues concurrían a divertirse en luneta, oficiales del ejército y la burocracia, personajes políticos y hasta
secretarios de Estado, donde "un
lépero que cree reconocerse en el escenario bien vale un zapatista en
Sanborns", escribió José Clemente Orozco.
A la cultura que se desprende de la secularización, la
vigorizan el desarrollo industrial, la expansión citadina, el mito de la
educación y la escolaridad y, en el ámbito del "peladaje" al no tener
nada que perder, lo popular se ve animado por el espíritu de celebración de la
grotecidad, la agresión cívica y verbal, el júbilo teatralizado del habla hasta
entonces socialmente muda y sin el aprecio por los dones de la grosería, donde
las "malas palabras" son una gramática esencial de clase, en la que
el albur se instala enardecido ratificando el sentido del humor de la barriada.
Cuando las leperadas estallan en un ámbito denso,
alarman a los oidos castos. Por lo que, el albur se recrea y transfiere en el
habla cotidiana sin expresiones hirientes, para no levantar sospechas a la
mojigatería hermanada con la cursilería. Pues en el ámbito del peladaje, al no tener
nada que perder cuando la confesión perdona los pecados y el anonimato
sobrepasa lo evidente, la picardía se ve animada por los dones del espíritu del relajo traducido en una
gramática esencial de clase, asumiendo que lo "vulgar" ratifica el
carnaval del lenguaje que menciona y califica los genitales sin la tiranía de
la hipocrecía sexual y sus sábanas santas, donde lo popular sobrepone, para
existir, cabulear las jugadas de su ajedrez verbal.
Del virreinato al porfirismo, con el legado del
ocultamiento, al Cuerpo sólo le han entregado lo sórdido y clandestino. Por lo
que el albur fue disolviendo de facto la moral tradicional: el Cuerpo regresa y
desplaza a un Espíritu fariséicamente
idolatrado, que confinó en prostíbulos y en descargas de humillación carnal
todas las autenticidades, incluso la de conversar verbalizando las glorias de
la mitad inferior del cuerpo y el abajo humano: el culo, los testículos, la
vagina, el vientre, los excrementos, los pedos, etcétera. Haciendo evidente que
entre más complejos menos reflejos se tienen para entender los albures de la
barriada.
Al aumentar la población rural en Tepito y La Merced,
se convirtieron en zonas abiertas al empleo, a las liberaciones de las
conductas y a las oportunidades de toda índole. Por lo que se extiende el área
comercial y se ocupan más calles, donde surgen las asociaciones gremiales y se
saturan los cuartos de vecindad. Lo cual alimenta al cine nacional que
transfigura la sordidez en melodrama, auspiciando la mitología gozosa de
Nosotros los pobres. Donde la realidad imita al cine, el cine endulza la
realidad nacional y el barrio es la meta
y punto de partida de su rizoma, verbalizando la "mitad
inferior" del cuerpo, haciendo
prevalecer las glorias del
"abajo" humano.
La Merced y Tepito formaron parte de "La
Herradura de Tugurios" que en 1950 el arquitecto Mario Pani propuso
erradicar, por ser vecindarios tipificados cómo tugurios promiscuos y habitados
por subempleados con oficios propios, que trabajan en el servicio doméstico,
venden periódicos o billetes de lotería, hacen costuras de ropa y remiendos de
zapatos, y son ayudantes en talleres, cuya movilidad social e intuición comercial
hicieron de sus calles un paisaje barrial con un tianguis infinito, donde el habla de
la pobreza extrema es un lenguaje
pintoresco con el que amenizan el paisaje.
Ante la operación buldozzer, la escala humana de la
ciudad es todavía reconocible en sus barrios y pueblos donde sus grupos
familiares reemplazan al anonimato, donde las superconstrucciones le dan la
bienvenida al anonimato de la ciudad de
masas que anula la escala humana. Por lo que el cine de barrio renuncia a su
caracterización de club de usos múltiples y la televisión le pone freno a la
inventiva popular, escamoteando el imperio perdido de la pobreza y el de las
calles por el comercio en tiendas departamentales.
Además de Tepito y La Merced, ninguna otra cosa
inspira lo que estos barrios inspiran.
Las prostitutas se asomaron a la calle y dejaron que la calle se asomara a
ellas; en la vecindades se necesitaban demasiadas desgracias para que alguien
aceptase la existencia de lo trágico. Por lo que la densidad histórica fue a
tal punto determinante que, cosa rara en una ciudad que hacía del arrasamiento
su princicio regenerativo, la tradición barrial fue tan persuasiva que, sin que
nada se lo propusiese, remitía casi todos los actos a su origen, donde cada
vecindad era el territorio simbólico de la memoria cultural de todas las
vecindades. Es por eso que el Centro Histórico siempre vuelve a las andadas o
nunca quiere ser distinto, pues ni se deja modernizar ni admite el
envejecimiento como archivo vital del país y reliquia que impide la tiranía
urbana donde nunca nada es igual.
Quien separa al gozo del fatalismo, no sabe distinguir
las realidades y determinismos de la pobreza: donde quien no estudió o no se
topó con las oportunidades, se resigna; pues nacer o avecindarse en un barrio
popular es llegar a todo con retraso,
porque el consuelo de ser pobre es vivir a fondo el caos solidario que jamás
conocerán los ricos de alto pedorraje.
En el barrio:
las libertades sexuales en los lavaderos, la azotea y los tapancos,
desplazan al burdel y al hotel como rito de pasaje. El futbol se vuelve el
horizonte de los sueños deportivos, los simposios cantineros a la vera del
dominó se vuelven vocación de jubilados, el boxeador y el fayuquero surgen como
modelo de ascenso social, el billar es una de tantas opciones de "los
nacidos para perder", el culo se convierte en el Nirvana de los maricas y los
machos que la presumian de sementales, se prodigan amor, para darse puñaladas y
dejar morir a su especie.
Mientras que en el Centro, nada era suficientemente
viejo ni convincentemente nuevo, y las ostentaciones están fuera de lugar, pues
su densidad histórica fue a tal punto determinante que, cosa rara en una ciudad
que hacía del arrasamiento su principio regenerativo, la tradición fue tan
persuasiva que, sin que nadie se los propusiese, se ahorran las explicaciones
exhibiendo en museos los vestigios prehispánicos fundacionales del territorio, dejando de lado
su simbolismo ancestral.
El Centro siempre vuelve a las andadas, o es que nunca
quiere ser distinto. Lo invaden los ambulantes, los desempleados, la procesión
burocrática interminable, las marchas de protesta, los inconformes, los
planificadores y los desarrolladores inmobilariarios con su urbanismo
depredador.
La identidad -eso que nos distingue de los
extranjeros, de los provincianos, y de los de la colonia de junto, se obtiene
agregándole la indiferencia a los medios electrónicos, a la ebullición del
barrio y a la frecuentación de la calle. Por lo que antropólogos y sociólogos
colonizaron las vecindades de la barriada, suprimiendo fermentaciones
linguísticas, triturando las expresiones musicales del bolero y el mambo,
folclorizando a la canción ranchera que ejerce en las madrugadas la épica de la
marginalidad social y amorosa del populacho,
Autobiografía es vivienda e inclusión pesarosa con
manifiesto orgullo de pertenecer a un barrio, con su variada y dinámica
mitología de sus calles, personajes y actitudes. No apartarse de las viviendas,
de esa añorada y basta concentración de
bienes, afectos, nostalgias, orgullos, amistades, enemistades,
aprovisionamientos alimenticios y sexuales, chambas concretas y fantasiosas,
donde nada tiene que ver la incomodidad con el arraigo. En Tepito por ejemplo, los boxeadores
(talento, triunfo, caída) subrayan el sentido de pertenencia. En La Merced es
determinante el culto autocongratulatorio y sarcástico al gran tianguis de
México.
La ciudad y su "ética de la permanencia" son
un conjunto de saberes y diversiones, de límites y ruptura de sus límites, de
energía de sus ejércitos industriales de reserva, donde el crecimiento
poblacional borra o inutiliza a la mayoría de las previsiones de la modernidad
cuyo culto frenético polariza las dificultades del poder adquisitivo, con las
"fábulas del vicio y la virtud" del ciclo sano y malsano de la
productividad. Por lo que, abastecer la ciudad significa crecer sin límite y en
todas las direcciones del comercio, del consumo, de la moral, del autoaprecio y
de la autodestrucción de las personas que equilibran el desconocimiento del
oficio con la ignorancia del beneficio.
Tepito y La Merced, con la savia y raíz nutricia de su
nopal genealógico, se emparejaron con el
diluvio y el Arca de Noé, para asegurar la gozosa permanencia de su cultura
popular que aunque sobresalta, se frecuenta por la vigencia de su carisma
barrial y por lo que todavía existen porque resisten.
Nota: éste texto refritea el que escribió Carlos
Monsiváis, y que fue rescatado y publicado
en la revista Cultura Urbana, de la UACM, Año 9 – Num 40-41, pags 5 a la 38.
SUPERFLEX
Por: Alfonso Hernández H.,
Hojalatero
Social y Cronista de Tepito
En la ciudad de
México, un barrio sin sombra no infunde respeto, por eso a Tepito se le conoce
como el barrio bravo, que todavía existe porque resiste con su discurso visual
propio, marcado cómo uno de tantos epicentros caóticos.
La dimensión
histórica y cultural del barrio de Tepito, es la que asegura su sobrevivencia
urbana, estructurada como un laboratorio socioeconómico que crea fórmulas e
inventa recetas contra los procesos arruinadores del sistema.
Desde siempre, los
oficios y el reciclaje, han sido un referente cultural de la creatividad y
productividad local de Tepito, donde las lonas que cubren el tianguis son una
segunda piel del barrio y las viviendas conforman
su columna vertebral. Por lo que este tianguis, con su admirable economía de
recursos, es tan ancestral y compleja cómo la historia del barrio.
Cuando se
juntan la necesidad y el hambre, en Tepito se desarrollan los oficios más
insospechados e inverosímiles de cada época tecnológica, asegurando la
reproducción social del barrio por medio de la cultura y el comercio informal,
caracterizados en su propia forma de
ciudadanía y soberanía.
El mercado en las
calles de Tepito, es una recuperación arqueológica que recicla el paisaje ancestral del Tianguis
de Tlatelolco,
con un andamiaje tubular que semeja un
esqueleto cubierto con lonas multicolores; significando así, la presencia
tutelar de Xipe-Tótec, “Nuestro Señor
Desollado”, deidad azteca de la primavera, que quiso alimentar a los hombres
con su propia piel, tal como el maíz, que al germinar pierde la piel.
El ritual de Xipé-Tótec (Xipehua, desollar o descortezar; To prefijo posesivo: nuestro; y Tec
prefijo que abrevia tecuhtli,
señor), representaba el cambio de piel de la tierra, que su cubre con otra
nueva, con la vegetación naciente de cada ciclo agrícola, así, los mexicas podrían cultivar de nuevo el
maíz que les sirve de alimento.
Frente a los
no lugares en la ciudad, Tepito se expande cómo un rizoma barrial compacto,
extrovertido y compartido en su aprendizaje de la sobrevivencia urbana con
experiencia e instinto. Siempre jugándose el pellejo, con la ley, con la
política, con un patrón o con las manos.
En el
barrio, tan lleno de sorpresas y tan carente de cosas, todo se resuelve en sus
calles, poniendo una feria de juegos mecánicos o de billetes. Por lo que su
tianguis es una de las más prestigiosas escuelas de negocios libres.
Caminar por
el barrio y el tianguis de Tepito, es como recorrer un museo vivo y a cielo
abierto, con hallazgos insospechados pues para los tepiteños, la economía
informal es una modesta fábrica social contra la poderosa industria del crimen
y su fordismo delincuencial.
El potencial
energético de la matriz cultural de Tepito funciona como un motor con su propio
acumulador y rizoma articulador de Polos: con grandes concentraciones de
empleo y servicios. Nodos: integradores de medios y rutas para la libre
movilidad. Corredores: con calles y lugares que se conectan con el resto
de la ciudad. Tapete barrial: con escuelas, mercados, deportivos,
servicios y espacios vitales identitarios.
Las antiguas
vecindades, esas matrilocalidades prodigiosas que eran la columna vertebral del
barrio, hoy son condominios vecinales
especializados en desmadrificar a Tepito. Donde el tianguis se ha
convertido en la principal bujía económica, en calles especializadas para
desdramatizar el estigma delincuencial, con actores sociales curtidos en la
resistencia del autoempleo, orgullosos trabajadores directos de la fábrica
social, conocidos cómo “tradifas”.
El Homo-Tepitecus, recicla más su memoria barrial
que la historia oficial, ya que la globalización está generando procesos de
cambio sociocultural que impactan directamente a las formas tradicionales de
producción, distribución y consumo en mercados y redes informales.
La vocación
artesanal y comercial de Tepito se mantiene y reproduce como una manera de
encarar la globalización, readecuando las herramientas y actualizando las
metodologías clásicas de las ciencias sociales, para rebasar los marcos
“legales” en relación a los bienes de consumo con derecho de autor. Pues ante
la economía de mercado y el tianguis global, en el barrio no triunfa el
más fuerte, el más estudiado, ni el más influyente, sino el que mas y mejor
aprende a adaptarse a los segmentos de la economía del mercado libre.
El tepiteño
es un ente cultural y político inmerso en una economía no regulada, con
suficientes atributos para sobreponer su carisma barrial al estigma delincuencial. Usando el arte para confrontar de manera
crítica a la maquinaria del sistema hipercapitalista, con un proyecto curatorial de arte urbano con
expresiones plásticas y visuales que caracterizan su resistencia y pertenencia
a su solar nativo, donde se trabaja duro hasta que se hace oscuro.
Mientras tanto,
emergida del Tzompantli prehispánico, la Santa Muerte de
Tepito, dejó el inframundo para deambular por el barrio. Donde, a veces, una
simple calentura callejera se convierte en una epidemia de violencia, pues a la
droga la están convirtiendo en la nueva religión de los jóvenes que la
propagan, peor que sí fuera un contagio de viruela, de gonorrea, de sífilis o
de VIH.
Frente a la
imaginación del chemo, la mariguana y la cocaína, el tepiteño conoce todas las
rutas para abastecer bienes a los nomadic consumer…
Centro de Estudios Tepiteños de
a Ciudad de México / MMXIV
¿ NOS GOBIERNA
Por: Alfonso Hernández
Hernández,
Cronista, Hojalatero social y
director del Centro de Estudios Tepiteños
La azarosa trayectoria de la Musas del Siglo Veinte, la
compendian: la Ética, la
Estética , la
Histérica y recientemente la Netafísica del fogón.
Es por eso que, cuando alguien se escapa de los discursos oficiales, y se parte
de la realidad real de todos los días, se puede deducir que la ingobernabilidad
del territorio y la inseguridad en la ciudad, son resultado de la fractura en
los modos en que cada contexto social realiza y produce su propio aprendizaje
de control sociocultural.
Antes, de la calle se decía que era la Universidad de la
vida. Hoy, la calle se ha convertido en la escuela más hija de la chingada que hay.
Donde los que aspiran a ser cabrones terminan de hijos de la chingada, y como
no hay nadie que los apruebe, pues ejercen sin título. Porque en muchos ámbitos
urbanos se han perdido las estructuras simbólicas condicionantes de la
organización y los procesos sociales comunitarios.
La semiótica del poder, del mito, de
la cultura, del consumo, de las actividades sociales: generan la proliferación
constante y acelerada de signos, donde el lenguaje, las imágenes, los códigos y
los sistemas de significación delincuencial surgen como verdaderos mecanismos
de organización de la psique, de la sociedad y de la vida diaria, en tanto
producen nuevas formas de cultura criminal.

Desmanes en Tepito (Aristegui Noticias)
Al barrio se lo considera como una
escala urbana capaz de integrar arraigo, identidad y cultura. Y si Tepito no se
significa por ser un barrio modelo, sí es un barrio ejemplar por la fuerza,
bravura y resistencia con la que defiende su solar nativo, sus propias formas
de trabajo y vida; y qué no decir de su pedazo de cielo, pletórico de papalotes.
La ciudad sigue creciendo y densificándose de casas sin la estructura de
barrio. Y una ciudad sin barrios es como un rebozo sin barbas, o sea: una
ciudad rabona.
La elusión de las fronteras entre lo
formal y lo informal, entre lo legítimo y lo ilegítimo, como una condición del
presente que moldea la relación entre delito y mercado, resulta, sin duda, una
de las contribuciones claves que hemos de plantear y analizar en este Encuentro.
La distinción entre puro e impuro,
limpio y sucio, bonito y feo, informan el orden simbólico de muchos grupos
sociales que engendran ritos de separación, cuyas geografías de exclusión
oficial usan la topografía cromática para identificar tales zonas coloreándolas
de negro o de puntos rojos.
Así fue cómo en 1957, el arquitecto
Mario Pani presentó al regente su diagnóstico de las zonas de pobreza alrededor
del centro de la ciudad, al que por su secuencia de marginalidad urbana se le
denominó la “Herradura de tugurios”.
Cincuenta años después, en el 2007,
disque pretendiendo devolverle a Tepito su “esplendor, con modernidad y
legalidad” Marcelo Ebrad ordenó la expropiación de una vecindad donde se
traficaban enervantes. La ofensiva mediática no se dejó esperar, había que
estigmatizar a Tepito como el “barrio de la grifa y de las almas perdidas”. Pues
la pretendida modernidad con legalidad de Tepito, no es para incentivar el
progreso sino para la actualización tributaria del barrio. Y ¡qué trabajos pasa
carlos! Que sigue buscando donde construir su mega Sanborn´s del Bicentenario,
o financiar el Corredor turístico Catedral-Basílica.

Mural pintado en el interior del predio de Tenochtitlán 40
El Inacipe lleva tiempo indagando en
los reclusorios, el origen delincuencial por barrios, colonias y calles. Pero,
sin atreverse a explicar los procesos de criminalización para generar y rentear
santuarios de impunidad que vulneren a la juventud y que generen carne de
presidio. Tampoco se dice que la tipología de las viviendas edificadas después
del sismo de 1985, contiene diseños de la arquitectura convencional y
conductual, para rasgar el tejido social, fracturar núcleos urbanos e ir
reduciendo el nivel de calidad de vida familiar.
La precariedad de los materiales y
esa tipología de vivienda fueron el caldo de cultivo de muchas patologías
sociales surgidas en tales condominios vecinales. Una prueba de ello es la
vecindad expropiada en Tenochtitlan 40 y Jesús Carranza 33, que en 1988 fue
inauguraba por Miguel de la
Madrid y que ilustró la portada del libro con el que el
gobierno presumió al mundo la
reconstrucción de la ciudad con el apoyo de la solidaridad internacional.
Antes se decía que a mayor crisis,
mayor economía informal. Hoy, el delito callejero y los crímenes de la elite
son evaluados en el marco de la situación económica, caracterizada por la globalización
del mercado y el achicamiento del mercado laboral, ejemplificados por la
flexibilización comercial y la inseguridad.
Mientras los delincuentes
humildemente adscriben su comportamiento a un sistema social que les niega su
rol y cualquier suerte de responsabilidad, el empresario ruega comprensión en
nombre del importante papel que debe jugar y de las enormes responsabilidades
que debe asumir como generador de empleos.
Entre los delitos de los débiles y
de los poderosos, resalta el resentimiento y el contexto social de cada cual. Y
desde esta perspectiva es cuando las maquinarias políticas florecen en los
periodos de crisis, de crecimiento rápido, o cuando el sentimiento de comunidad
se debilita y la fragmentación hace de los lazos particularistas los únicos
medios fehacientes de conciencia y cooperación.
Todo marco interpretativo académico
debiera convertirse en un proceso de aprendizaje compartido ampliamente con la
sociedad, como es el caso de las organizaciones delictivas que capitalizan su
experiencia en el traslado de conocimientos y actualización de estrategias. Ya
que es la economía de la vigilancia la que mayormente incrementa su gasto, sin
encarar ni resolver la base estructural de este problema de fondo.
El quehacer de un segmento de la creciente
economía informal se ha convertido en la contraparte de la economía criminal.
Pero, lamentablemente se sigue acortando el umbral entre una y otra. Bastaría
identificar las condiciones que están siempre presentes cuando el delito tiene
lugar y las que están ausentes cuando el delito no tiene lugar.
La conducta criminal ya rebasó todos
los contextos sociales, ya que es aprendida dentro de grupos vulnerables o
socialmente poderosos, que son proveedores de individuos con técnicas para
cometer crímenes y la racionalidad necesaria para hacerlos éticamente
aceptables. Y en tal caso, la criminalidad se está convirtiendo en una
construcción social que debe ser desenmascarada a través de otras herramientas
académicas y de una revisión lingüística radical del código penal.
En 1952, la cultura de la pobreza de
Los hijos de Sánchez, escandalizó a la clase política gobernante, y a la Sociedad Mexicana
de Geografía y Estadística, quienes decomisaron el libro, y promovieron la
expulsión de Oscar Lewis. Y hoy, que los Herederos del Pueblo del Sol, y los
hijos de Zapata y de Villa, migran a la ciudad para achilangarse y convertirse
en las nuevas generaciones de Los hijos de Sánchez, únicamente en algunos recintos
académicos y empresariales se analiza, se debate, y se propone el camino a
seguir para encarar lo que desde 1910, don Andrés Molina Enríquez expuso como
Los grandes problemas nacionales.
¿Cómo explicar la persistencia y el
aumento del crimen y la delincuencia, incluso cuando la producción de riqueza
se incrementa simultáneamente?. La respuesta comúnmente aceptada apunta a la
noción de inequidad con variables tales como la desventaja social y la pobreza
relativa. Porque la distancia entre la elite y los socialmente en desventaja
determina la tensión que lleva a comportamientos ilegítimos. La carencia
relativa se ubica como base de la causalidad del delito: a mayor carencia
relativa más intensa es la presión a dedicarse el crimen para aquellos que
carecen de medios legítimos para la adquisición de riqueza y de bienestar.
La ausencia de socialización
primaria aprendida en el núcleo familiar y en la práctica deportiva, han dejado
de ser ensayos de anticriminalogía. La carencia de valores, de ídolos sociales
y de baluartes culturales. Y la falta de oportunidades de estudio y de empleo
están entre las causales que propician relacionarse con el crimen organizado
desde todos los niveles jerárquicos de la estructura social.
Tenemos un exceso de recursos
humanos individuales en búsqueda de garantizarse un futuro digno. Que validan
el uso de algunas categoría económicas elementales, y la debida atención a la
lógica operativa del mercado, que le dan un valor agregado a su carácter
anticriminológico. A pesar de ello, trabajar autoempleándose en la economía
informal está tipificado como fuera de la ley.
La legislación que prohibió el
aprendizaje de oficios entre menores de edad, propició cuatro generaciones de
niños en situación de calle. Y esos ángeles caídos, con las alas rotas, y sin
haber adquirido oficio ni beneficio están a merced de todo el que quiera usarlos
y enajenarlos en ese mercado paralelo que sostiene una movilidad estancada
socialmente, y que posee numerosos puntos de contacto con actividades
delictivas: practicar la pedofila, matar el hambre con una mona de activo,
llevarles de cenar a las calles o soldar las coladeras donde duermen.
A este continuum, que ya parece
bazar callejero, entre las economías irregulares, semilegales y la criminalidad
convencional, nos está haciendo vivir y padecer una “normalidad escandalosa”.
Es por eso que la concepción del crimen como trabajo ya no es tan provocativa,
pues muchos de los que entran en la delincuencia de manera regular ven lo suyo
como un rol ocupacional.
El fordismo delincuencial sigue
articulando una cadena de montaje de la ilegalidad, con jóvenes que aunque
privados de calificación, y con específico aprendizaje, entran a un ciclo
productivo que los mantiene ocupados, reproduciendo un nuevo modelo de ascenso
social y económico.
Las narcoempresas son un modelo de
trabajo que involucra aspectos tanto técnicos como sociales, “colonizando” así
las esferas productivas y reproductivas del empleo. Mientras que las
condiciones laborales en las industrias formales tienden a ser precarias, el
desempleo abierto y el subempleo crecen. Y además se fomenta el libre mercado
que ha convertido a China en la fábrica del mundo. Llenando a México de
chinaderas que generan y sostienen empleos en Asia.
Antes espantaban a los chilangos con
todo lo que sucede en Tepito. Y hoy que México ya es el Tepito del mundo, el
gobierno nos espanta con la colombianización de México. Sin asumir que la
geopolítica del poder está siendo disputada en vísperas de los festejos para
celebrar el Bicentenario de la
Independencia de México y el Centenario de la Revolución Mexicana.
Con la sociología de la desviación,
lo que para otros son transgresiones, para la barriada es la brújula que
determina el rumbo de su trabajo por la derecha. En tales circunstancias, la
estructura barrial luce como la redención de los procesos arruinadores y
criminalizantes. La imperialidad pirata es una mercadotecnia fomentada por la
sociedad del espectáculo, que busca que el pueblo se convierta en público
consumidor de sus eventos y productos.
Si alguien gobierna al país es la
impunidad. Hay quienes se preocupan más por las próximas elecciones que por las
siguientes generaciones. El tema de la seguridad no está en el grosor del muro,
ni en emplear más policías, sino en la transparencia de la administración de la
ley y de la procuración de justicia.
En la antigua cárcel
de El Carmen, se hizo célebre una pinta que decía:
En esta cárcel maldita donde reina la tristeza,
no se castiga el delito, se castiga la pobreza.
Tepito
¡cuna y semillero de campeones!
Por: Alfonso Hernández,
cronista y hojalatero social
En 1919, el H.
Ayuntamiento Constitucional, autorizó que la Junta de Salud y Embellecimiento de la 1ª.
Demarcación, construyera una pista de patinaje, un frontón, y una biblioteca ,
para el fomento deportivo y cultural del vecindario en la colonia de La Bolsa y el barrio de Tepito.
La biblioteca “Jesús
Urueta” se ubicó en un salón de la vecindad conocida como “La Casa Blanca ”. La pista
de patinaje estuvo en la acera oriente de Avenida del Trabajo, con una fuente
de sodas y nevería al centro. Y el muro del frontón de “Las Águilas”, fue
ubicado enseguida, justo donde funciona hasta hoy; a un lado de la estatua de
Don José María Morelos, quien le dio su nombre a esta colonia que no quieren
que sea barrio.
El Gimnasio
Gloria, ubicado en Ferrocarril de Cintura, estaba reservado no solamente para
quienes podía pagar sus servicios, sino para los que se aventuraban a cruzar el
Infierno de las calles y el Purgatorio de las pulquerías sin sentirse atrapados
por ellas.
El ambiente de
esa época lo plasmó Mariano Azuela (1873-1952) en su novela La Malhora , publicada en
1920, por quien fue médico de enfermedades venéreas en uno de los consultorios
de la Beneficencia Pública ,
de Rivero y Tenochtitlan.
Un párroco de
San Francisco de Asís, ideó que en la fiesta patronal de cada 4 de octubre, la
bravura de la barriada se demostrara boxeando en un ring colocado frente el
atrio. Donde con la bendición del cura comenzaban las competencias para
encontrar al campeón de la festividad, que culminaba con un bailongo en el a
cual mas hacía gala de sus pasitos chéveres seguidos por su pareja.
Era un honor
ser el campeón de las competencias de box y ser el bailarín más aplaudido por
la concurrencia. Lo cual motivó tener que ejercitarse durante el resto del año,
jugando en el frontón, entrenando en el gimnasio, y asistiendo a muchos bailes
de vecindad. Para luego saber apostar en las peleas de la Arena Coliseo o
rifársela con los pachuchos y tarzanes de los salones de baile. Pues cuando el
Salón México tuvo una pista de baile para cada clase social, los tepiteños se
la rifaban en la de cebo, manteca, y mantequilla.
En el frontón
comenzaron a destacar verdaderos atletas en eso de lanzar tiros mortales, lo
cual se reflejaba en el punch que tenían al contestar la bola de buche o la
dura, exclusiva de los machines; lo cual fue forjando a los primeros
boxeadores de Tepito. En ese entonces,
en el Gimnasio Gloria ya entrenaba el afamado “Chango” Casanova. Y luego Luis
Villanueva Páramo, mejor conocido como “Kid
Azteca”.
En los
colegios de Avenida del Trabajo, el chavo Eladio Segura, hijo de un asaltante
de la zona, tenía asolados a los alumnos; pero más a Enrique Bolaños, delgaducho y pálido, con nariz larga y afilada.
Hasta que un día Enrique supo el secreto de Eladio, quien dos o tres veces por
semana aprendía a boxear en el Gimnasio Gloria.
El entrenador
José Cortés se percató que Enrique Bolaños tenía una zurda noqueadora, por lo
que en 1940, cuando apenas tenía 16 años, inició su carrera profesional.
Después emigró a California, donde pronto se convirtió en el ídolo de la raza.
Habría sido campeón mundial de los pesos ligero, de no haberse topado con Ike
Williams, quien era conocido como el asesino de los rings. En 1947, a pesar de la cátedra
boxística de Enrique Bolaños, perdió por decisión a favor de Williams.
En 1952, Raúl “Ratón” Macías fue seleccionado para representar a México en los
Juegos Olímpicos, de donde regresó triunfante para convertirse en uno de los
máximos ídolos del pugilismo profesional en México, pues llegó a ser campeón
mundial de peso gallo. El Ratón Macías, hizo escuela en lo referente a la
disciplina boxística, exigir medicina deportiva y que se pagara lo justo a los
boxeadores. Y hasta consiguió que donde estuvo la pista de patinaje, se
edificara el Deportivo “Ramón López Velarde”, que luego fue demolido por las
obras del Eje Vial 1 Oriente. Lo cual se recuerda diciendo: Aquí estuvo el
parque deportivo de El Ratón.
Otro de los
grandes ídolos de Tepito, lo fue José
“Huitlacoche” Medel, quien en 1952 comenzó a entrenar en el Gimnasio Gloria.
Luego participó en torneos de los Guantes de Oro, y en 1955 debutó
profesionalmente en la arena Coliseo.Medel se coronó Campeón Nacional Gallo
derrotando a José “Toluco” López, en una pelea inolvidable, cuyo triunfo no le
perdonó la afición. Estuvo en el trono 7 años y perdió el título frente a
Chucho Castillo.
Octavio “Famoso” Gómez
se coronó campeón del barrio en una fiesta patronal de San Pancho, y de allí
saltó a los Juegos Panamericanos en Brasil. Profesionalmente contendió con los
mejores pesos mosca nacionales. Luego de 18 triunfos consecutivos perdió lo
invicto frente al “Alacrán” Torres, para luego incursionar en la categoría de pesos
pluma.
Cuando se
saturó el gimnasio “Gloria” y el frontón “Las Águilas” estaba lleno, la
chaviza su iba a jugar futbol al parque
“Calles”, donde Gerardo “El Pinocho” Gutiérrez comenzó a entrenar equipos.
Y luego de que en 1957 inauguraron los mercados 14, 23, 36 y 60, y fueron
quitados los puestos de madera que estaban en la plazuela de Tepito, “El
Pinocho” y “El Manolete” Hernández, apoyados por el Club Veteranos de la Amistad , propusieron
utilizar el solar como campo de futbol y edificar un gimnasio.
Eran tal la
afición en torno a los equipos San Francisco y Casa Blanca, que se formaron mas
equipos por categorías: infantil, juvenil, femenil, y veteranos. Además de las
”Gardenias de Tepito” y las “Amazonas de la Lagunilla ”. Hasta que el
27 de marzo de 1968 se inauguró el Centro
Social y Deportivo “Fray Bartolomé de las Casas” con un gimnasio modesto y
una cancha a la que se le conoce como “Maracaná” de tanta afición futbolera que
concurría, sobre todo en los torneos de la fiesta patronal y en cada aniversario
de los mercados.
Ya con un
gimnasio en el mero corazón del barrio de Tepito, “El Pinocho”, Don Vera, y
Villagrán se convirtieron en los tres entrenadores de la nueva camada de
boxeadores, asistidos por el “Ratón” Macías, José Medel, el “Famoso” Gómez, y
Rodolfo Martínez.
Por mucho
tiempo, el boxeo era el modelo de ascenso social y económico individualizado,
el cual fue abatido por la fayuca, convertida en el nuevo modelo de ascenso
masivo, que volcó el comercio otra vez a las calles, con un tianguis cuyo nicho
comercial comenzó a competir con las tiendas del centro de la ciudad. Este auge
comercial redujo el número de jóvenes dedicados al boxeo, no así en el frontón
ni en el futbol.
José “El Copetón” Jiménez pasó de las peleas callejeras al gimnasio “Gloria” de donde salió
para debutar profesionalmente sin haber tenido una sola pelea de preparación,
llegando a ser campeón nacional pluma. Clemente
Muciño era tan buen futbolista que lo apodaron “Didí”, que era un jugador
brasileño. Fue campeón de los guantes de oro en 1965 y ganó 7 trofeos como
amateur. Su mejor combate lo hizo contra David Sotelo.
Lorenzo Gutiérrez
destacó en peso mosca. Lo apodaron el “Halimí” porque su estilo recordaba al
del vencedor del “Ratón” Macías. Halimí
Gutiérrez se mantuvo invicto en 1969-70 con 20 triunfos y un empate. Pero,
le dio mucho gusto al gusto, subió de peso y perdió facultades, por lo cual ya
no pudo competir por el campeonato mundial.
Rodolfo Martínez
siempre fue muy disciplinado, y de tarde en tarde iba al “Gloria” donde
aprendió a boxear siguiendo el ejemplo de su ídolo José Medel. Ganó 25 combates
y perdió 2. como profesional se mantuvo invicto durante 29 peleas. Boxeaba
bien, pegaba duro, y se le reconoce como boxeador ejemplar.
Tarcisio Gómez es
hermano del “Famoso” Gómez, quien le enseño a boxear profesionalmente, por lo
cual se le conoce cómo “El Famosito”. Enrique
“El Trapitos” García, peleó contra Octavio Gómez y llegó a ser campeón
nacional pluma. José “El Plátano” Salas
también salió del “Gloria”. Su mayor victoria fue contra el venezolano y peso
pluma mundial Leonel Hernández.
Tomás Frías fue en
1969 el novato del año. En 1972 había ganado 9 combates por nocaut, 10 por
decisión, empató 4 veces y perdió siete. En el torneo de guantes de oro 1972, dos
tepiteños resultaron campeones: José
Flores en peso gallo. Y Juan Cruz
en peso welter. Y así continúa funcionando Tepito ¡cuna y semillero de
campeones!
Desde 1997
hubo otro declive boxístico, pues el deporte y la cultura quedaron en la
sepultura, ya que las autoridades no quieren que Tepito figure ni vuelva a ser
semillero de campeones. Pretendiendo que con ello, que el barrio se convierta
en un santuario de impunidad de la delincuencia apadrinada y renteada por la
corrupción policiaca.
Para los tepiteños
de antes, jugar en las calles y hacer deporte en los gimnasios significó
aprender las reglas básicas de la convivencia sana y la competencia justa,
donde en lo individual o en equipo prevalece el respeto al contrario y la
superación personal. Hoy, ya no es así, pues el sistema ha fomentado nuevos
“ídolos” del barrio, que son de plastilina, que andan en motos de alto
pedorraje, y que tienen padres alcahuetes pues no les preocupa que sus hijos se
hundan en la calabaza o se conviertan en carne de presidio.
Si un gimnasio modesto y un barrio con tanta
casta han forjado tantos baluartes y glorias deportivas, qué tiene que pasar
para que el vecindario de Tepito reciba apoyo y fomento deportivo. Y aunque el
gobierno usa el Ángel de la
Independencia como emblema de la ciudad, el barrio bravo de
Tepito seguirá siendo el símbolo de la raza que se la rifa, pues cada vez que
le avientan un recto, lo cabecea bien y bonito.
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Del Homo-tepitecus al Ñero en la cultura
Por: Alfonso Hernández H.
La Historia ha hecho de Tepito
un Barrio cazador de oportunidades, guerrero urbano, y heredero del tianguis.
Por todo esto, Tepito es un Barrio superior por su energía, por su
sobrevivencia, por su dignidad, y por su resistencia a seguir defendiendo su
solar nativo.
Derivados de un
consentimiento excesivo y de una rebeldía innata, de una conciencia para sí
mismo y por ellos mismos, los tepiteños son poseedores de una razón
multirregional con un toque citadino que los hace negar ser el objeto
antropológico buscado o el eslabón social perdido. Y para desterrar el miedo a
vivir y trabajar en este barrio adoptan la costumbre de aprender a querer soñar
para saber soñar. Pues para que la vida sea más soportable, trabajan todos los
días, ya que cuando más se trabaja mejor se trabaja.
Y cuanto más
creativo y productivo más fecundo se vuelve el barrio, debido a la vigencia de
sus fórmulas comunitarias sociales y económicas, que mantienen la efectividad
de sus relaciones de poder con todas las clases sociales. Y debido a su matriz
laboral estratificada, en Tepito nunca falta el trabajo, lo malo es, que se
trata de actividades tipificadas como fuera de la Ley del Seguro Social y otras
muchas.
En el Barrio se
hereda el oficio cuyo trabajo engendra buenas costumbres, sobriedad, salud,
genio progresivo, fuerza acumulante y estabilidad familiar. Y se progresa
cuando se adopta la costumbre de cumplir con el deber trabajar de modo natural
y desinteresado. Donde para que surgiera una ley del progreso barrial, sería
preciso que cada quien quisiera crearla; oséyase que cuando todos los tepiteños
se aplicaran a progresar por la derecha, entonces, y sólo entonces todo Tepito progresará.
Lo cual está pelucas...
Barrios como Tepito
se han convertido en un patrimonio cultural no renovable y lugar de aprendizaje
de alternativas urbanas. Con su propio modo de enfocar la vida, el trabajo y
las relaciones sociales, su manera de vender y comprar, su práctica devocional
y profana; y donde no vale la pena aprender Historia si no se enseña a defender
y continuar la propia historia. Pues siendo vecino de la ciudad Tepito se quedó
en el centro de la metrópoli, lo cual hace de este barrio el más rico pasto de
eruditos y especuladores urbanos.
Nacidos y creados
en el ambiente del “uso”, la utilidad en el barrio ha brotado de manera natural
como una tendencia congénita de sus artesanos liberales, brotados del caos
original que antecede a la organización urbana. Que en ésta ciudad de telúricas
entrañas crean y recrean signos vitales de reciclaje puro, producción hechiza,
mercado especializado, hojalatería social, y léxico prohibido por la academia.
La herencia del barrio es una red de filias y compadrazgos reales o buscados,
de identidades cautivas y cultivadas al borde de palabras con sentido alburero;
en cuya historia oral hablan los fantasmas de barrios remotos, mientras los
viejos patriarcas profetizan los nuevos oráculos para esta ciudad caótica donde
Tepito es uno de sus epicentros.
Por ello, Tepito es semejante al Chicuarote: una rarísima variedad de chile de árbol, de
poco consumo, porque al masticarse es más correoso que una charamusca. Además,
cuando germina su núcleo rizomático dominante, recicla el núcleo residual y revitaliza el
núcleo emergente, que se hereda o se transmite genéticamente para seguir
luchando contra el piojo de la ignorancia de lo que es, lo que significa, y
todo lo que representa el obstinado Tepito.
La escala urbana del barrio de Tepito es el único remanente del estrato
mítico de un paraíso perdido desde cuando desecaron el lago de
México-Tenochtitlan y perdimos nuestro edén lacustre, del que sobrevive una
extraña especie a la que llamamos Axolote. Que se niega a desaparecer y que
para sobrevivir se sigue metamorfoseando como uno de los vestigios ancestrales
que evidencian la desnuda peladez con la que identifican a las barriadas.
Por ello, Tepito nunca está desprevenido ni desorganizado de tal modo
que estuviera esperando que los académicos y demás científicos sociales
llegaran a descifrar sus códigos y descubrir sus secretos. Tepito es un barrio
que no fue planeado para incluirse en los diccionarios, las enciclopedias, ni
las guías de turismo. La historia oficial tampoco guarda registro de las gestas
y gestos que definen su falta de reconocimiento oficial. Ni de su proceso de
haber logrado lo imposible, al convertirse en el icono de la resistencia urbana
y la pesadilla de los urbanistas polacos.
Para muchos chilangos,
Tepito es un barrio macabrón y con un paisaje urbano seductor que lo hace uno
de los lugares más interesantes de la ciudad. De rostro poco amable y con pinta
de axolote. Cuya razón para visitarlo es comprobar por qué, a pesar de su mala
fama, seduce. Y sobre todo, por qué lo hace de una manera tan original...Ya
que los oscuros orígenes de Tepito le han endilgado la culpa por la fama, donde
si de volados se trata, se la juega de a cualquier raya, contra lo que le
sobra.
El atractivo de
Tepito se basa en el lado oscuro de su cultura barrial, cuyo estado de ánimo ha
definido su forma de vida, su manera de ser, su modo de hablar, y su estado
mental para estar siempre al tiro y traer siempre en chinga a su Ángel de la
guarda. Y aunque Tepito es un barrio obstinado, permanece secuestrado por el
urbanismo
depredador, que si de algún prestigio goza, es el que le
otorga la mala fama de sus desarrolladores inmobiliarios.
Llegarle a un
Safari en Tepito implica renovar la capacidad de asombro y comenzar a entender
un poco mejor ese mundo globalizado que está por venir, y que de hecho ya hizo
de México el Tepito del mundo. Es cierto que Tepito no es para todos los
gustos, es sólo para quienes se atreven a explorar sus propios límites y
aceptan la tentación de aprender las claves que reinventan el alfabeto urbano y
descifran hacia donde están precipitando a esta ciudad y a todo el país.
Es sabido que la
fuerza natural de un barrio como Tepito, depende de la estructura rizomática de
su lenguaje cuyas palabras no son simples sustantivos sino ideogramas de
acciones. Cuya propensión a la acción directa es una reacción innata de los
tepiteños, quienes pocas veces revelan porqué se rebelan contra todo lo que
atenta contra este barrio.
Muchos buscan en
Tepito lo que la ciudad les niega. Los que se la saben, siempre vienen por lo
suyo. Otros muchos agarran a Tepito de escaparate o tendedero existencial. A
algunos les basta caminar un par de calles para surtirse de adrenalina ilegal.
Por eso, Tepito siempre está reinventando su instalación de contactos múltiples
para mantenerse como la fábrica de dinero y felicidad más efectiva de México.
Aunque a veces trastoque la economía dominante con su conspiración antigua y
bucanera de comerciar con todo lo que se pueda y con una mercadotecnia que
abastece a la base de la pirámide poblacional.
Tepito sigue siendo ese lugar común, cuya larga sombra de nostalgia y
melancolía se torna en el testimonio emblemático de una época que no ha volver
y cuyo recuerdo despierta una tristeza íntima, capaz de expandirse por todas
sus calles para gestar un fenómeno cultural emergente cuya forma de vida no
hace del arte un objeto de consumo ni de la cultura un espectáculo.
Por lo que a la par de todas sus broncas urbanas, este barrio sigue
inspirando y creando expresiones artísticas y culturales insospechadas. Y
aunque la melancolía por los murales del Arte Acá se la culiaron ellos mismos,
cuando se les agrió el carácter, se les arranció la pintura, y se les secó la
tinta; están surgiendo nuevas propuestas con corrientes de pensamiento y
actitudes entrelazadas con el arte urbano.
Obstinado Tepito es
un proyecto curatorial de trece artistas cuyos descubrimientos y creaciones
buscan recrear la imaginación y la memoria colectiva de los tepiteños. A quienes
el simple espectáculo oficial busca anestesiar en ellos la memoria de las
ofensas y los agravios recibidos con las expropiaciones recientes y los
operativos de siempre. Pues mientras que el espectáculo crea un presente de
expectación inmediata. La memoria barrial crea un espejo de identidad que
refleja la continuidad del sentido en la calle, las vecindades, los comercios
establecidos, el tianguis, los deportivos, y demás espacios vitales de Tepito.
Este proyecto pretende que la vivencia acumulada por cada uno de los
trece artistas plasme las imágenes más significativas de la memoria colectiva
de este territorio emblemático, justo en esos umbrales y lugares comunes donde
se entrecruzan el sentido y la perspectiva urbana del obstinado barrio de
Tepito.
El objetivo es
generar un circuito de arte en el barrio, instalando trece piezas que recreen
el adentro y el afuera de Tepito en una perspectiva distinta a la que
convencionalmente estigmatiza al barrio. Este proyecto curatorial está
estructurado a partir del análisis artístico de los diferentes fenómenos que se
suceden en Tepito y que son los que lo caracterizan y definen. Para que sea el
barrio mismo el verdadero protagonista, significando la vivencia de su
intensidad cotidiana, la forma en que se habita, se piensa y se es.
Siendo un
barrio-bisagra con el Centro Histórico, se pretende sincronizar lo tepiteño con
lo citadino conciliando sus mutuos débitos. Pues pocas veces Tepito revela las
muchas veces que se rebela contra todo lo que vulnera su naturaleza o que
atenta contra la actividad económica de su vecindario.
Esta propuesta
cultural es una expresión de arte contemporáneo que pretende significar la
relevancia del patrimonio tangible e inmaterial que salvaguarda Tepito. Frente
a los problemas que acosan al barrio: la droga, la pornografía, la piratería,
la expropiación, los operativos, la basura, la violación, la contaminación, y
no tener donde jugar ni hacer deporte; expresados en la Galería José María
Velasco durante un ciclo de pláticas que sostuve con alumnos de Escuelas
Primarias.
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El Tonal protector de Tepito
Por
: Alfonso Hernández H.
Director del
Centro de Estudios Tepiteños
Para describir México se dice que limita al norte con los
Estados Unidos. Y al sur con Guatemala, al este y al oeste con los océanos. Y
para describir lo mexicano, no se puede hablar de fronteras políticas ni de
límites culturales, pues todo lo mexicano tiene su lado ídolo, como indicio de
la resistencia del imaginario arcaico que pervive a lo largo de la historia moderna
en la que México nunca muere, exactamente como Dios en el himno de las regiones
de Oaxaca y Chiapas.
En nuestra nación, está siempre presente la Muerte , respirando el aire
que respiramos, alimentándose de nuestras tortillas y nuestros frijoles. Duerme
junto a nosotros, en nuestro mismo lecho tan próximo de la tierra. Es por ello
que, lo que es natural no nos es triste. El mexicano habita más en la Tierra que en el Cielo. Por
eso es que en lo sobrenatural no rechaza ninguna alianza, que en otras partes consideran
sacrilegios. Donde la imagen de la muerte representa un símbolo colectivo de
representación social que refleja una realidad histórica de lo mexicano frente
a la cultura oral, abstracta e ideográfica del judeocristianismo.
En la tierra mexicana, en que todo es una pregunta en
espera de respuestas, y la muerte constituye un núcleo cultural que vincula lo
popular tradicional al imaginario histórico. Tepito se ha convertido en un
escenario adecuado para la tragedia religiosa. Donde la Muerte redime y lo
verdaderamente religioso es concederle esa esperanza a la muerte. Ya que como
todo lugar antropológico, el barrio de Tepito está constituido por su esencia
cultural reforzada por sus propias estrategias sociales.
Azúcar, arcilla, cristal, tela, papel, resina, o tan solo
un humilde garbanzo, no hay material que no sea buena para confeccionar una
imagen de la Muerte
siempre amable y tolerante. Los antiguos cortejos de la Muerte muerta tenían por
cráneo garbanzos de aspecto atroz. Cada garbanzo, visto de perfil, confería a la Muerte un aspecto con
rapacidad macabra.
El nicho de la Santa Muerte de Alfarería 12 contiene una
emotividad emosignificativa, destacable en la manera que los devotos
escenifican su identidad co-fundiendo hitos cronotópicos con escenarios de
dramatización social. Donde la imagen de la Muerte es adoptada como un Tonal o sombra
destinada a proteger. Antes, la iglesia era la única institución que podía
organizar ciertos ritos religiosos tradicionales. Y hoy, es el barrio el que
muestra el nuevo mosaico de usos y significados profanos.
Acá en Tepito, cada día primero de mes el barrio bravo se
calla para rezarle a la
Santa Muerte , emisario de Dios que sabe cuando quitar la luz
de la vida. Donde el aire ferviente de innumerables lenguas de fuego votivo
envuelven el silencio de su imagen. Sin que nadie se atreva a descifrar los
resortes ocultos que animan su devoción en los laberintos de lo vivido en unión
con quienes forman parte de una comunidad cuya sombra individual forma parte de
una sombra colectiva y macabrona que infunde respeto y miedo.
Dentro de la cosmogonía del mito fundacional de este
barrio, es normal que sea en Tepito donde surja y fructifique este culto, al
que concurren devotos de toda la ciudad y de la provincia. Cuya identidad es
refrendada con la vigencia de los dones y valores compartidos voluntariamente.
En Tepito, la sabiduría de la incertidumbre barrial consiste en asumir nuestros
miedos. Pues entre las voces del corazón y las del alma, le damos preferencia a
las del alma. Porque la vida corre tranquilamente hacia esa querida Señora que
nos espera al final del camino.
La neurosis urbana produce artículos de consumo en la
economía psíquica, justo en la medida que decrece considerablemente la
seguridad en las condiciones de vida, debido a la sucesión acelerada de la
crisis. Quizás por ello debe su esplendor el surgimiento del pensamiento del
eterno retorno, al hecho de que en toda circunstancia ya no se puede contar con
un retorno de situaciones en plazos menores que los que ponía a disposición la
eternidad. Y el retorno de las constelaciones cotidianas se hizo paulatinamente
menos frecuente, lo que pudo despertar el vago presentimiento de que habría que
contentarse con la fantasía social de las constelaciones cósmicas.
El hecho de que la reliquia provenga del cadáver y el
souvenir de la experiencia difunta, hacen la vivencia. Y si la alegoría barroca
ve el cadáver sólo desde el exterior, la vivencia lo ve asimismo desde el
interior. Traduciéndose en una alegoría vivencial, que no es verbal sino
óptica; pues la muerte es un dignatario digno de respeto, particularmente por
aquellos que la sienten o que la han visto de cerca, evidenciando que la muerte
no es mejor que la vida aunque es mas larga.
Las diferentes estratografías callejeras de la santa
muerte, representando la percepción trágica de la vida, sirven para
homeopatizar la dualidad del límite de la vida con la eternidad de la muerte.
Cuya lógica de resistencia informal forma parte de un sincretismo devocional santificado
a lo largo de la etapa colonial, independentista, revolucionaria, industrial y
neoliberal. Y esta forma de relacionarse con la muerte funciona entre el
mestizaje para homeopatizar el sufrimiento, la crueldad, la injusticia y la
desigualdad social que padece la barriada. Cuya actitud creadora descansa en la
constante saborización del bien y del mal, de la vida y de la muerte, de la
felicidad y la desdicha.
La crisis ha incrementado el nomadismo urbano, cuya
revuelta silenciosa y ruidosa gruñe, en una subversión posmoderna cuya
efervescencia expresan las nuevas tribus y legiones. Y como no faltan los
abogados de un Dios bienhechor con distintos nombres –Estado, Instituciones,
Iglesia, Contrato, Universidad, Medios- que junto con representantes de distintos
conformismos de pensamiento, no han podido acometer ni someter la parte de
sombra que cubre nuestro mundo, cuyo misterio es precisamente lo que une a los
que comparten la sinergia del mismo tonal protector.
Lo cual está revalorando el fuego que acendra la
sabiduría de las devociones populares como esta que se da en las calles del
obstinado barrio de Tepito. Cuya sed de infinito es vivir más de una vida
integrando los desafíos del riesgo, del mal, incluso de la muerte asumida como
una vida ardiente mucho más excepcional y vitalista de lo que se cree. Donde la
doble vida de lo cotidiano se funda esencialmente en tácticas de astucia que
abundan en la práctica de transgresiones que muelen finamente su función
fecundante.
Por: Alfonso Hernández
Hernández,
Cronista, Hojalatero social y
director del Centro de Estudios Tepiteños
La azarosa trayectoria de la Musas del Siglo Veinte, la
compendian: la Ética, la
Estética , la
Histérica y recientemente la Netafísica del fogón.
Es por eso que, cuando alguien se escapa de los discursos oficiales, y se parte
de la realidad real de todos los días, se puede deducir que la ingobernabilidad
del territorio y la inseguridad en la ciudad, son resultado de la fractura en
los modos en que cada contexto social realiza y produce su propio aprendizaje
de control sociocultural.
Antes, de la calle se decía que era la Universidad de la
vida. Hoy, la calle se ha convertido en la escuela más hija de la chingada que hay.
Donde los que aspiran a ser cabrones terminan de hijos de la chingada, y como
no hay nadie que los apruebe, pues ejercen sin título. Porque en muchos ámbitos
urbanos se han perdido las estructuras simbólicas condicionantes de la
organización y los procesos sociales comunitarios.
La semiótica del poder, del mito, de
la cultura, del consumo, de las actividades sociales: generan la proliferación
constante y acelerada de signos, donde el lenguaje, las imágenes, los códigos y
los sistemas de significación delincuencial surgen como verdaderos mecanismos
de organización de la psique, de la sociedad y de la vida diaria, en tanto
producen nuevas formas de cultura criminal.
Al barrio se lo considera como una escala urbana capaz de integrar arraigo, identidad y cultura. Y si Tepito no se significa por ser un barrio modelo, sí es un barrio ejemplar por la fuerza, bravura y resistencia con la que defiende su solar nativo, sus propias formas de trabajo y vida; y qué no decir de su pedazo de cielo, pletórico de papalotes. La ciudad sigue creciendo y densificándose de casas sin la estructura de barrio. Y una ciudad sin barrios es como un rebozo sin barbas, o sea: una ciudad rabona.
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| Desmanes en Tepito (Aristegui Noticias) |
Al barrio se lo considera como una escala urbana capaz de integrar arraigo, identidad y cultura. Y si Tepito no se significa por ser un barrio modelo, sí es un barrio ejemplar por la fuerza, bravura y resistencia con la que defiende su solar nativo, sus propias formas de trabajo y vida; y qué no decir de su pedazo de cielo, pletórico de papalotes. La ciudad sigue creciendo y densificándose de casas sin la estructura de barrio. Y una ciudad sin barrios es como un rebozo sin barbas, o sea: una ciudad rabona.
La elusión de las fronteras entre lo
formal y lo informal, entre lo legítimo y lo ilegítimo, como una condición del
presente que moldea la relación entre delito y mercado, resulta, sin duda, una
de las contribuciones claves que hemos de plantear y analizar en este Encuentro.
La distinción entre puro e impuro,
limpio y sucio, bonito y feo, informan el orden simbólico de muchos grupos
sociales que engendran ritos de separación, cuyas geografías de exclusión
oficial usan la topografía cromática para identificar tales zonas coloreándolas
de negro o de puntos rojos.
Así fue cómo en 1957, el arquitecto
Mario Pani presentó al regente su diagnóstico de las zonas de pobreza alrededor
del centro de la ciudad, al que por su secuencia de marginalidad urbana se le
denominó la “Herradura de tugurios”.
Cincuenta años después, en el 2007,
disque pretendiendo devolverle a Tepito su “esplendor, con modernidad y
legalidad” Marcelo Ebrad ordenó la expropiación de una vecindad donde se
traficaban enervantes. La ofensiva mediática no se dejó esperar, había que
estigmatizar a Tepito como el “barrio de la grifa y de las almas perdidas”. Pues
la pretendida modernidad con legalidad de Tepito, no es para incentivar el
progreso sino para la actualización tributaria del barrio. Y ¡qué trabajos pasa
carlos! Que sigue buscando donde construir su mega Sanborn´s del Bicentenario,
o financiar el Corredor turístico Catedral-Basílica.
![]() |
| Mural pintado en el interior del predio de Tenochtitlán 40 |
El Inacipe lleva tiempo indagando en
los reclusorios, el origen delincuencial por barrios, colonias y calles. Pero,
sin atreverse a explicar los procesos de criminalización para generar y rentear
santuarios de impunidad que vulneren a la juventud y que generen carne de
presidio. Tampoco se dice que la tipología de las viviendas edificadas después
del sismo de 1985, contiene diseños de la arquitectura convencional y
conductual, para rasgar el tejido social, fracturar núcleos urbanos e ir
reduciendo el nivel de calidad de vida familiar.
La precariedad de los materiales y
esa tipología de vivienda fueron el caldo de cultivo de muchas patologías
sociales surgidas en tales condominios vecinales. Una prueba de ello es la
vecindad expropiada en Tenochtitlan 40 y Jesús Carranza 33, que en 1988 fue
inauguraba por Miguel de la
Madrid y que ilustró la portada del libro con el que el
gobierno presumió al mundo la
reconstrucción de la ciudad con el apoyo de la solidaridad internacional.
Antes se decía que a mayor crisis,
mayor economía informal. Hoy, el delito callejero y los crímenes de la elite
son evaluados en el marco de la situación económica, caracterizada por la globalización
del mercado y el achicamiento del mercado laboral, ejemplificados por la
flexibilización comercial y la inseguridad.
Mientras los delincuentes
humildemente adscriben su comportamiento a un sistema social que les niega su
rol y cualquier suerte de responsabilidad, el empresario ruega comprensión en
nombre del importante papel que debe jugar y de las enormes responsabilidades
que debe asumir como generador de empleos.
Entre los delitos de los débiles y
de los poderosos, resalta el resentimiento y el contexto social de cada cual. Y
desde esta perspectiva es cuando las maquinarias políticas florecen en los
periodos de crisis, de crecimiento rápido, o cuando el sentimiento de comunidad
se debilita y la fragmentación hace de los lazos particularistas los únicos
medios fehacientes de conciencia y cooperación.
Todo marco interpretativo académico
debiera convertirse en un proceso de aprendizaje compartido ampliamente con la
sociedad, como es el caso de las organizaciones delictivas que capitalizan su
experiencia en el traslado de conocimientos y actualización de estrategias. Ya
que es la economía de la vigilancia la que mayormente incrementa su gasto, sin
encarar ni resolver la base estructural de este problema de fondo.
El quehacer de un segmento de la creciente
economía informal se ha convertido en la contraparte de la economía criminal.
Pero, lamentablemente se sigue acortando el umbral entre una y otra. Bastaría
identificar las condiciones que están siempre presentes cuando el delito tiene
lugar y las que están ausentes cuando el delito no tiene lugar.
La conducta criminal ya rebasó todos
los contextos sociales, ya que es aprendida dentro de grupos vulnerables o
socialmente poderosos, que son proveedores de individuos con técnicas para
cometer crímenes y la racionalidad necesaria para hacerlos éticamente
aceptables. Y en tal caso, la criminalidad se está convirtiendo en una
construcción social que debe ser desenmascarada a través de otras herramientas
académicas y de una revisión lingüística radical del código penal.
En 1952, la cultura de la pobreza de
Los hijos de Sánchez, escandalizó a la clase política gobernante, y a la Sociedad Mexicana
de Geografía y Estadística, quienes decomisaron el libro, y promovieron la
expulsión de Oscar Lewis. Y hoy, que los Herederos del Pueblo del Sol, y los
hijos de Zapata y de Villa, migran a la ciudad para achilangarse y convertirse
en las nuevas generaciones de Los hijos de Sánchez, únicamente en algunos recintos
académicos y empresariales se analiza, se debate, y se propone el camino a
seguir para encarar lo que desde 1910, don Andrés Molina Enríquez expuso como
Los grandes problemas nacionales.
¿Cómo explicar la persistencia y el
aumento del crimen y la delincuencia, incluso cuando la producción de riqueza
se incrementa simultáneamente?. La respuesta comúnmente aceptada apunta a la
noción de inequidad con variables tales como la desventaja social y la pobreza
relativa. Porque la distancia entre la elite y los socialmente en desventaja
determina la tensión que lleva a comportamientos ilegítimos. La carencia
relativa se ubica como base de la causalidad del delito: a mayor carencia
relativa más intensa es la presión a dedicarse el crimen para aquellos que
carecen de medios legítimos para la adquisición de riqueza y de bienestar.
La ausencia de socialización
primaria aprendida en el núcleo familiar y en la práctica deportiva, han dejado
de ser ensayos de anticriminalogía. La carencia de valores, de ídolos sociales
y de baluartes culturales. Y la falta de oportunidades de estudio y de empleo
están entre las causales que propician relacionarse con el crimen organizado
desde todos los niveles jerárquicos de la estructura social.
Tenemos un exceso de recursos
humanos individuales en búsqueda de garantizarse un futuro digno. Que validan
el uso de algunas categoría económicas elementales, y la debida atención a la
lógica operativa del mercado, que le dan un valor agregado a su carácter
anticriminológico. A pesar de ello, trabajar autoempleándose en la economía
informal está tipificado como fuera de la ley.
La legislación que prohibió el
aprendizaje de oficios entre menores de edad, propició cuatro generaciones de
niños en situación de calle. Y esos ángeles caídos, con las alas rotas, y sin
haber adquirido oficio ni beneficio están a merced de todo el que quiera usarlos
y enajenarlos en ese mercado paralelo que sostiene una movilidad estancada
socialmente, y que posee numerosos puntos de contacto con actividades
delictivas: practicar la pedofila, matar el hambre con una mona de activo,
llevarles de cenar a las calles o soldar las coladeras donde duermen.
A este continuum, que ya parece
bazar callejero, entre las economías irregulares, semilegales y la criminalidad
convencional, nos está haciendo vivir y padecer una “normalidad escandalosa”.
Es por eso que la concepción del crimen como trabajo ya no es tan provocativa,
pues muchos de los que entran en la delincuencia de manera regular ven lo suyo
como un rol ocupacional.
El fordismo delincuencial sigue
articulando una cadena de montaje de la ilegalidad, con jóvenes que aunque
privados de calificación, y con específico aprendizaje, entran a un ciclo
productivo que los mantiene ocupados, reproduciendo un nuevo modelo de ascenso
social y económico.
Las narcoempresas son un modelo de
trabajo que involucra aspectos tanto técnicos como sociales, “colonizando” así
las esferas productivas y reproductivas del empleo. Mientras que las
condiciones laborales en las industrias formales tienden a ser precarias, el
desempleo abierto y el subempleo crecen. Y además se fomenta el libre mercado
que ha convertido a China en la fábrica del mundo. Llenando a México de
chinaderas que generan y sostienen empleos en Asia.
Antes espantaban a los chilangos con
todo lo que sucede en Tepito. Y hoy que México ya es el Tepito del mundo, el
gobierno nos espanta con la colombianización de México. Sin asumir que la
geopolítica del poder está siendo disputada en vísperas de los festejos para
celebrar el Bicentenario de la
Independencia de México y el Centenario de la Revolución Mexicana.
Con la sociología de la desviación,
lo que para otros son transgresiones, para la barriada es la brújula que
determina el rumbo de su trabajo por la derecha. En tales circunstancias, la
estructura barrial luce como la redención de los procesos arruinadores y
criminalizantes. La imperialidad pirata es una mercadotecnia fomentada por la
sociedad del espectáculo, que busca que el pueblo se convierta en público
consumidor de sus eventos y productos.
Si alguien gobierna al país es la
impunidad. Hay quienes se preocupan más por las próximas elecciones que por las
siguientes generaciones. El tema de la seguridad no está en el grosor del muro,
ni en emplear más policías, sino en la transparencia de la administración de la
ley y de la procuración de justicia.
En la antigua cárcel
de El Carmen, se hizo célebre una pinta que decía:
En esta cárcel maldita donde reina la tristeza,
no se castiga el delito, se castiga la pobreza.
no se castiga el delito, se castiga la pobreza.
Tepito ¡cuna y semillero de campeones!
Por: Alfonso Hernández,
cronista y hojalatero social
En 1919, el H.
Ayuntamiento Constitucional, autorizó que la Junta de Salud y Embellecimiento de la 1ª.
Demarcación, construyera una pista de patinaje, un frontón, y una biblioteca ,
para el fomento deportivo y cultural del vecindario en la colonia de La Bolsa y el barrio de Tepito.
La biblioteca “Jesús
Urueta” se ubicó en un salón de la vecindad conocida como “La Casa Blanca ”. La pista
de patinaje estuvo en la acera oriente de Avenida del Trabajo, con una fuente
de sodas y nevería al centro. Y el muro del frontón de “Las Águilas”, fue
ubicado enseguida, justo donde funciona hasta hoy; a un lado de la estatua de
Don José María Morelos, quien le dio su nombre a esta colonia que no quieren
que sea barrio.
El Gimnasio
Gloria, ubicado en Ferrocarril de Cintura, estaba reservado no solamente para
quienes podía pagar sus servicios, sino para los que se aventuraban a cruzar el
Infierno de las calles y el Purgatorio de las pulquerías sin sentirse atrapados
por ellas.
El ambiente de
esa época lo plasmó Mariano Azuela (1873-1952) en su novela La Malhora , publicada en
1920, por quien fue médico de enfermedades venéreas en uno de los consultorios
de la Beneficencia Pública ,
de Rivero y Tenochtitlan.
Un párroco de
San Francisco de Asís, ideó que en la fiesta patronal de cada 4 de octubre, la
bravura de la barriada se demostrara boxeando en un ring colocado frente el
atrio. Donde con la bendición del cura comenzaban las competencias para
encontrar al campeón de la festividad, que culminaba con un bailongo en el a
cual mas hacía gala de sus pasitos chéveres seguidos por su pareja.
Era un honor
ser el campeón de las competencias de box y ser el bailarín más aplaudido por
la concurrencia. Lo cual motivó tener que ejercitarse durante el resto del año,
jugando en el frontón, entrenando en el gimnasio, y asistiendo a muchos bailes
de vecindad. Para luego saber apostar en las peleas de la Arena Coliseo o
rifársela con los pachuchos y tarzanes de los salones de baile. Pues cuando el
Salón México tuvo una pista de baile para cada clase social, los tepiteños se
la rifaban en la de cebo, manteca, y mantequilla.
En el frontón
comenzaron a destacar verdaderos atletas en eso de lanzar tiros mortales, lo
cual se reflejaba en el punch que tenían al contestar la bola de buche o la
dura, exclusiva de los machines; lo cual fue forjando a los primeros
boxeadores de Tepito. En ese entonces,
en el Gimnasio Gloria ya entrenaba el afamado “Chango” Casanova. Y luego Luis
Villanueva Páramo, mejor conocido como “Kid
Azteca”.
En los
colegios de Avenida del Trabajo, el chavo Eladio Segura, hijo de un asaltante
de la zona, tenía asolados a los alumnos; pero más a Enrique Bolaños, delgaducho y pálido, con nariz larga y afilada.
Hasta que un día Enrique supo el secreto de Eladio, quien dos o tres veces por
semana aprendía a boxear en el Gimnasio Gloria.
El entrenador
José Cortés se percató que Enrique Bolaños tenía una zurda noqueadora, por lo
que en 1940, cuando apenas tenía 16 años, inició su carrera profesional.
Después emigró a California, donde pronto se convirtió en el ídolo de la raza.
Habría sido campeón mundial de los pesos ligero, de no haberse topado con Ike
Williams, quien era conocido como el asesino de los rings. En 1947, a pesar de la cátedra
boxística de Enrique Bolaños, perdió por decisión a favor de Williams.
En 1952, Raúl “Ratón” Macías fue seleccionado para representar a México en los
Juegos Olímpicos, de donde regresó triunfante para convertirse en uno de los
máximos ídolos del pugilismo profesional en México, pues llegó a ser campeón
mundial de peso gallo. El Ratón Macías, hizo escuela en lo referente a la
disciplina boxística, exigir medicina deportiva y que se pagara lo justo a los
boxeadores. Y hasta consiguió que donde estuvo la pista de patinaje, se
edificara el Deportivo “Ramón López Velarde”, que luego fue demolido por las
obras del Eje Vial 1 Oriente. Lo cual se recuerda diciendo: Aquí estuvo el
parque deportivo de El Ratón.
Otro de los
grandes ídolos de Tepito, lo fue José
“Huitlacoche” Medel, quien en 1952 comenzó a entrenar en el Gimnasio Gloria.
Luego participó en torneos de los Guantes de Oro, y en 1955 debutó
profesionalmente en la arena Coliseo.Medel se coronó Campeón Nacional Gallo
derrotando a José “Toluco” López, en una pelea inolvidable, cuyo triunfo no le
perdonó la afición. Estuvo en el trono 7 años y perdió el título frente a
Chucho Castillo.
Octavio “Famoso” Gómez
se coronó campeón del barrio en una fiesta patronal de San Pancho, y de allí
saltó a los Juegos Panamericanos en Brasil. Profesionalmente contendió con los
mejores pesos mosca nacionales. Luego de 18 triunfos consecutivos perdió lo
invicto frente al “Alacrán” Torres, para luego incursionar en la categoría de pesos
pluma.
Cuando se
saturó el gimnasio “Gloria” y el frontón “Las Águilas” estaba lleno, la
chaviza su iba a jugar futbol al parque
“Calles”, donde Gerardo “El Pinocho” Gutiérrez comenzó a entrenar equipos.
Y luego de que en 1957 inauguraron los mercados 14, 23, 36 y 60, y fueron
quitados los puestos de madera que estaban en la plazuela de Tepito, “El
Pinocho” y “El Manolete” Hernández, apoyados por el Club Veteranos de la Amistad , propusieron
utilizar el solar como campo de futbol y edificar un gimnasio.
Eran tal la
afición en torno a los equipos San Francisco y Casa Blanca, que se formaron mas
equipos por categorías: infantil, juvenil, femenil, y veteranos. Además de las
”Gardenias de Tepito” y las “Amazonas de la Lagunilla ”. Hasta que el
27 de marzo de 1968 se inauguró el Centro
Social y Deportivo “Fray Bartolomé de las Casas” con un gimnasio modesto y
una cancha a la que se le conoce como “Maracaná” de tanta afición futbolera que
concurría, sobre todo en los torneos de la fiesta patronal y en cada aniversario
de los mercados.
Ya con un
gimnasio en el mero corazón del barrio de Tepito, “El Pinocho”, Don Vera, y
Villagrán se convirtieron en los tres entrenadores de la nueva camada de
boxeadores, asistidos por el “Ratón” Macías, José Medel, el “Famoso” Gómez, y
Rodolfo Martínez.
Por mucho
tiempo, el boxeo era el modelo de ascenso social y económico individualizado,
el cual fue abatido por la fayuca, convertida en el nuevo modelo de ascenso
masivo, que volcó el comercio otra vez a las calles, con un tianguis cuyo nicho
comercial comenzó a competir con las tiendas del centro de la ciudad. Este auge
comercial redujo el número de jóvenes dedicados al boxeo, no así en el frontón
ni en el futbol.
José “El Copetón” Jiménez pasó de las peleas callejeras al gimnasio “Gloria” de donde salió
para debutar profesionalmente sin haber tenido una sola pelea de preparación,
llegando a ser campeón nacional pluma. Clemente
Muciño era tan buen futbolista que lo apodaron “Didí”, que era un jugador
brasileño. Fue campeón de los guantes de oro en 1965 y ganó 7 trofeos como
amateur. Su mejor combate lo hizo contra David Sotelo.
Lorenzo Gutiérrez
destacó en peso mosca. Lo apodaron el “Halimí” porque su estilo recordaba al
del vencedor del “Ratón” Macías. Halimí
Gutiérrez se mantuvo invicto en 1969-70 con 20 triunfos y un empate. Pero,
le dio mucho gusto al gusto, subió de peso y perdió facultades, por lo cual ya
no pudo competir por el campeonato mundial.
Rodolfo Martínez
siempre fue muy disciplinado, y de tarde en tarde iba al “Gloria” donde
aprendió a boxear siguiendo el ejemplo de su ídolo José Medel. Ganó 25 combates
y perdió 2. como profesional se mantuvo invicto durante 29 peleas. Boxeaba
bien, pegaba duro, y se le reconoce como boxeador ejemplar.
Tarcisio Gómez es
hermano del “Famoso” Gómez, quien le enseño a boxear profesionalmente, por lo
cual se le conoce cómo “El Famosito”. Enrique
“El Trapitos” García, peleó contra Octavio Gómez y llegó a ser campeón
nacional pluma. José “El Plátano” Salas
también salió del “Gloria”. Su mayor victoria fue contra el venezolano y peso
pluma mundial Leonel Hernández.
Tomás Frías fue en
1969 el novato del año. En 1972 había ganado 9 combates por nocaut, 10 por
decisión, empató 4 veces y perdió siete. En el torneo de guantes de oro 1972, dos
tepiteños resultaron campeones: José
Flores en peso gallo. Y Juan Cruz
en peso welter. Y así continúa funcionando Tepito ¡cuna y semillero de
campeones!
Desde 1997
hubo otro declive boxístico, pues el deporte y la cultura quedaron en la
sepultura, ya que las autoridades no quieren que Tepito figure ni vuelva a ser
semillero de campeones. Pretendiendo que con ello, que el barrio se convierta
en un santuario de impunidad de la delincuencia apadrinada y renteada por la
corrupción policiaca.
Para los tepiteños
de antes, jugar en las calles y hacer deporte en los gimnasios significó
aprender las reglas básicas de la convivencia sana y la competencia justa,
donde en lo individual o en equipo prevalece el respeto al contrario y la
superación personal. Hoy, ya no es así, pues el sistema ha fomentado nuevos
“ídolos” del barrio, que son de plastilina, que andan en motos de alto
pedorraje, y que tienen padres alcahuetes pues no les preocupa que sus hijos se
hundan en la calabaza o se conviertan en carne de presidio.
Si un gimnasio modesto y un barrio con tanta
casta han forjado tantos baluartes y glorias deportivas, qué tiene que pasar
para que el vecindario de Tepito reciba apoyo y fomento deportivo. Y aunque el
gobierno usa el Ángel de la
Independencia como emblema de la ciudad, el barrio bravo de
Tepito seguirá siendo el símbolo de la raza que se la rifa, pues cada vez que
le avientan un recto, lo cabecea bien y bonito.
La Historia ha hecho de Tepito
un Barrio cazador de oportunidades, guerrero urbano, y heredero del tianguis.
Por todo esto, Tepito es un Barrio superior por su energía, por su
sobrevivencia, por su dignidad, y por su resistencia a seguir defendiendo su
solar nativo.
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Del Homo-tepitecus al Ñero en la cultura
Por: Alfonso Hernández H.
Derivados de un
consentimiento excesivo y de una rebeldía innata, de una conciencia para sí
mismo y por ellos mismos, los tepiteños son poseedores de una razón
multirregional con un toque citadino que los hace negar ser el objeto
antropológico buscado o el eslabón social perdido. Y para desterrar el miedo a
vivir y trabajar en este barrio adoptan la costumbre de aprender a querer soñar
para saber soñar. Pues para que la vida sea más soportable, trabajan todos los
días, ya que cuando más se trabaja mejor se trabaja.
Y cuanto más
creativo y productivo más fecundo se vuelve el barrio, debido a la vigencia de
sus fórmulas comunitarias sociales y económicas, que mantienen la efectividad
de sus relaciones de poder con todas las clases sociales. Y debido a su matriz
laboral estratificada, en Tepito nunca falta el trabajo, lo malo es, que se
trata de actividades tipificadas como fuera de la Ley del Seguro Social y otras
muchas.
En el Barrio se
hereda el oficio cuyo trabajo engendra buenas costumbres, sobriedad, salud,
genio progresivo, fuerza acumulante y estabilidad familiar. Y se progresa
cuando se adopta la costumbre de cumplir con el deber trabajar de modo natural
y desinteresado. Donde para que surgiera una ley del progreso barrial, sería
preciso que cada quien quisiera crearla; oséyase que cuando todos los tepiteños
se aplicaran a progresar por la derecha, entonces, y sólo entonces todo Tepito progresará.
Lo cual está pelucas...
Barrios como Tepito
se han convertido en un patrimonio cultural no renovable y lugar de aprendizaje
de alternativas urbanas. Con su propio modo de enfocar la vida, el trabajo y
las relaciones sociales, su manera de vender y comprar, su práctica devocional
y profana; y donde no vale la pena aprender Historia si no se enseña a defender
y continuar la propia historia. Pues siendo vecino de la ciudad Tepito se quedó
en el centro de la metrópoli, lo cual hace de este barrio el más rico pasto de
eruditos y especuladores urbanos.
Nacidos y creados
en el ambiente del “uso”, la utilidad en el barrio ha brotado de manera natural
como una tendencia congénita de sus artesanos liberales, brotados del caos
original que antecede a la organización urbana. Que en ésta ciudad de telúricas
entrañas crean y recrean signos vitales de reciclaje puro, producción hechiza,
mercado especializado, hojalatería social, y léxico prohibido por la academia.
La herencia del barrio es una red de filias y compadrazgos reales o buscados,
de identidades cautivas y cultivadas al borde de palabras con sentido alburero;
en cuya historia oral hablan los fantasmas de barrios remotos, mientras los
viejos patriarcas profetizan los nuevos oráculos para esta ciudad caótica donde
Tepito es uno de sus epicentros.
Por ello, Tepito es semejante al Chicuarote: una rarísima variedad de chile de árbol, de
poco consumo, porque al masticarse es más correoso que una charamusca. Además,
cuando germina su núcleo rizomático dominante, recicla el núcleo residual y revitaliza el
núcleo emergente, que se hereda o se transmite genéticamente para seguir
luchando contra el piojo de la ignorancia de lo que es, lo que significa, y
todo lo que representa el obstinado Tepito.
La escala urbana del barrio de Tepito es el único remanente del estrato
mítico de un paraíso perdido desde cuando desecaron el lago de
México-Tenochtitlan y perdimos nuestro edén lacustre, del que sobrevive una
extraña especie a la que llamamos Axolote. Que se niega a desaparecer y que
para sobrevivir se sigue metamorfoseando como uno de los vestigios ancestrales
que evidencian la desnuda peladez con la que identifican a las barriadas.
Por ello, Tepito nunca está desprevenido ni desorganizado de tal modo
que estuviera esperando que los académicos y demás científicos sociales
llegaran a descifrar sus códigos y descubrir sus secretos. Tepito es un barrio
que no fue planeado para incluirse en los diccionarios, las enciclopedias, ni
las guías de turismo. La historia oficial tampoco guarda registro de las gestas
y gestos que definen su falta de reconocimiento oficial. Ni de su proceso de
haber logrado lo imposible, al convertirse en el icono de la resistencia urbana
y la pesadilla de los urbanistas polacos.
Para muchos chilangos,
Tepito es un barrio macabrón y con un paisaje urbano seductor que lo hace uno
de los lugares más interesantes de la ciudad. De rostro poco amable y con pinta
de axolote. Cuya razón para visitarlo es comprobar por qué, a pesar de su mala
fama, seduce. Y sobre todo, por qué lo hace de una manera tan original...Ya
que los oscuros orígenes de Tepito le han endilgado la culpa por la fama, donde
si de volados se trata, se la juega de a cualquier raya, contra lo que le
sobra.
El atractivo de
Tepito se basa en el lado oscuro de su cultura barrial, cuyo estado de ánimo ha
definido su forma de vida, su manera de ser, su modo de hablar, y su estado
mental para estar siempre al tiro y traer siempre en chinga a su Ángel de la
guarda. Y aunque Tepito es un barrio obstinado, permanece secuestrado por el
urbanismo
depredador, que si de algún prestigio goza, es el que le
otorga la mala fama de sus desarrolladores inmobiliarios.
Llegarle a un
Safari en Tepito implica renovar la capacidad de asombro y comenzar a entender
un poco mejor ese mundo globalizado que está por venir, y que de hecho ya hizo
de México el Tepito del mundo. Es cierto que Tepito no es para todos los
gustos, es sólo para quienes se atreven a explorar sus propios límites y
aceptan la tentación de aprender las claves que reinventan el alfabeto urbano y
descifran hacia donde están precipitando a esta ciudad y a todo el país.
Es sabido que la
fuerza natural de un barrio como Tepito, depende de la estructura rizomática de
su lenguaje cuyas palabras no son simples sustantivos sino ideogramas de
acciones. Cuya propensión a la acción directa es una reacción innata de los
tepiteños, quienes pocas veces revelan porqué se rebelan contra todo lo que
atenta contra este barrio.
Muchos buscan en
Tepito lo que la ciudad les niega. Los que se la saben, siempre vienen por lo
suyo. Otros muchos agarran a Tepito de escaparate o tendedero existencial. A
algunos les basta caminar un par de calles para surtirse de adrenalina ilegal.
Por eso, Tepito siempre está reinventando su instalación de contactos múltiples
para mantenerse como la fábrica de dinero y felicidad más efectiva de México.
Aunque a veces trastoque la economía dominante con su conspiración antigua y
bucanera de comerciar con todo lo que se pueda y con una mercadotecnia que
abastece a la base de la pirámide poblacional.
Tepito sigue siendo ese lugar común, cuya larga sombra de nostalgia y
melancolía se torna en el testimonio emblemático de una época que no ha volver
y cuyo recuerdo despierta una tristeza íntima, capaz de expandirse por todas
sus calles para gestar un fenómeno cultural emergente cuya forma de vida no
hace del arte un objeto de consumo ni de la cultura un espectáculo.
Por lo que a la par de todas sus broncas urbanas, este barrio sigue
inspirando y creando expresiones artísticas y culturales insospechadas. Y
aunque la melancolía por los murales del Arte Acá se la culiaron ellos mismos,
cuando se les agrió el carácter, se les arranció la pintura, y se les secó la
tinta; están surgiendo nuevas propuestas con corrientes de pensamiento y
actitudes entrelazadas con el arte urbano.
Obstinado Tepito es
un proyecto curatorial de trece artistas cuyos descubrimientos y creaciones
buscan recrear la imaginación y la memoria colectiva de los tepiteños. A quienes
el simple espectáculo oficial busca anestesiar en ellos la memoria de las
ofensas y los agravios recibidos con las expropiaciones recientes y los
operativos de siempre. Pues mientras que el espectáculo crea un presente de
expectación inmediata. La memoria barrial crea un espejo de identidad que
refleja la continuidad del sentido en la calle, las vecindades, los comercios
establecidos, el tianguis, los deportivos, y demás espacios vitales de Tepito.
Este proyecto pretende que la vivencia acumulada por cada uno de los
trece artistas plasme las imágenes más significativas de la memoria colectiva
de este territorio emblemático, justo en esos umbrales y lugares comunes donde
se entrecruzan el sentido y la perspectiva urbana del obstinado barrio de
Tepito.
El objetivo es
generar un circuito de arte en el barrio, instalando trece piezas que recreen
el adentro y el afuera de Tepito en una perspectiva distinta a la que
convencionalmente estigmatiza al barrio. Este proyecto curatorial está
estructurado a partir del análisis artístico de los diferentes fenómenos que se
suceden en Tepito y que son los que lo caracterizan y definen. Para que sea el
barrio mismo el verdadero protagonista, significando la vivencia de su
intensidad cotidiana, la forma en que se habita, se piensa y se es.
Siendo un
barrio-bisagra con el Centro Histórico, se pretende sincronizar lo tepiteño con
lo citadino conciliando sus mutuos débitos. Pues pocas veces Tepito revela las
muchas veces que se rebela contra todo lo que vulnera su naturaleza o que
atenta contra la actividad económica de su vecindario.
Esta propuesta
cultural es una expresión de arte contemporáneo que pretende significar la
relevancia del patrimonio tangible e inmaterial que salvaguarda Tepito. Frente
a los problemas que acosan al barrio: la droga, la pornografía, la piratería,
la expropiación, los operativos, la basura, la violación, la contaminación, y
no tener donde jugar ni hacer deporte; expresados en la Galería José María
Velasco durante un ciclo de pláticas que sostuve con alumnos de Escuelas
Primarias.
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El Tonal protector de Tepito
Por
: Alfonso Hernández H.
Director del
Centro de Estudios Tepiteños
Para describir México se dice que limita al norte con los
Estados Unidos. Y al sur con Guatemala, al este y al oeste con los océanos. Y
para describir lo mexicano, no se puede hablar de fronteras políticas ni de
límites culturales, pues todo lo mexicano tiene su lado ídolo, como indicio de
la resistencia del imaginario arcaico que pervive a lo largo de la historia moderna
en la que México nunca muere, exactamente como Dios en el himno de las regiones
de Oaxaca y Chiapas.
En nuestra nación, está siempre presente la Muerte , respirando el aire
que respiramos, alimentándose de nuestras tortillas y nuestros frijoles. Duerme
junto a nosotros, en nuestro mismo lecho tan próximo de la tierra. Es por ello
que, lo que es natural no nos es triste. El mexicano habita más en la Tierra que en el Cielo. Por
eso es que en lo sobrenatural no rechaza ninguna alianza, que en otras partes consideran
sacrilegios. Donde la imagen de la muerte representa un símbolo colectivo de
representación social que refleja una realidad histórica de lo mexicano frente
a la cultura oral, abstracta e ideográfica del judeocristianismo.
En la tierra mexicana, en que todo es una pregunta en
espera de respuestas, y la muerte constituye un núcleo cultural que vincula lo
popular tradicional al imaginario histórico. Tepito se ha convertido en un
escenario adecuado para la tragedia religiosa. Donde la Muerte redime y lo
verdaderamente religioso es concederle esa esperanza a la muerte. Ya que como
todo lugar antropológico, el barrio de Tepito está constituido por su esencia
cultural reforzada por sus propias estrategias sociales.
Azúcar, arcilla, cristal, tela, papel, resina, o tan solo
un humilde garbanzo, no hay material que no sea buena para confeccionar una
imagen de la Muerte
siempre amable y tolerante. Los antiguos cortejos de la Muerte muerta tenían por
cráneo garbanzos de aspecto atroz. Cada garbanzo, visto de perfil, confería a la Muerte un aspecto con
rapacidad macabra.
El nicho de la Santa Muerte de Alfarería 12 contiene una
emotividad emosignificativa, destacable en la manera que los devotos
escenifican su identidad co-fundiendo hitos cronotópicos con escenarios de
dramatización social. Donde la imagen de la Muerte es adoptada como un Tonal o sombra
destinada a proteger. Antes, la iglesia era la única institución que podía
organizar ciertos ritos religiosos tradicionales. Y hoy, es el barrio el que
muestra el nuevo mosaico de usos y significados profanos.
Acá en Tepito, cada día primero de mes el barrio bravo se
calla para rezarle a la
Santa Muerte , emisario de Dios que sabe cuando quitar la luz
de la vida. Donde el aire ferviente de innumerables lenguas de fuego votivo
envuelven el silencio de su imagen. Sin que nadie se atreva a descifrar los
resortes ocultos que animan su devoción en los laberintos de lo vivido en unión
con quienes forman parte de una comunidad cuya sombra individual forma parte de
una sombra colectiva y macabrona que infunde respeto y miedo.
Dentro de la cosmogonía del mito fundacional de este
barrio, es normal que sea en Tepito donde surja y fructifique este culto, al
que concurren devotos de toda la ciudad y de la provincia. Cuya identidad es
refrendada con la vigencia de los dones y valores compartidos voluntariamente.
En Tepito, la sabiduría de la incertidumbre barrial consiste en asumir nuestros
miedos. Pues entre las voces del corazón y las del alma, le damos preferencia a
las del alma. Porque la vida corre tranquilamente hacia esa querida Señora que
nos espera al final del camino.
La neurosis urbana produce artículos de consumo en la
economía psíquica, justo en la medida que decrece considerablemente la
seguridad en las condiciones de vida, debido a la sucesión acelerada de la
crisis. Quizás por ello debe su esplendor el surgimiento del pensamiento del
eterno retorno, al hecho de que en toda circunstancia ya no se puede contar con
un retorno de situaciones en plazos menores que los que ponía a disposición la
eternidad. Y el retorno de las constelaciones cotidianas se hizo paulatinamente
menos frecuente, lo que pudo despertar el vago presentimiento de que habría que
contentarse con la fantasía social de las constelaciones cósmicas.
El hecho de que la reliquia provenga del cadáver y el
souvenir de la experiencia difunta, hacen la vivencia. Y si la alegoría barroca
ve el cadáver sólo desde el exterior, la vivencia lo ve asimismo desde el
interior. Traduciéndose en una alegoría vivencial, que no es verbal sino
óptica; pues la muerte es un dignatario digno de respeto, particularmente por
aquellos que la sienten o que la han visto de cerca, evidenciando que la muerte
no es mejor que la vida aunque es mas larga.
Las diferentes estratografías callejeras de la santa
muerte, representando la percepción trágica de la vida, sirven para
homeopatizar la dualidad del límite de la vida con la eternidad de la muerte.
Cuya lógica de resistencia informal forma parte de un sincretismo devocional santificado
a lo largo de la etapa colonial, independentista, revolucionaria, industrial y
neoliberal. Y esta forma de relacionarse con la muerte funciona entre el
mestizaje para homeopatizar el sufrimiento, la crueldad, la injusticia y la
desigualdad social que padece la barriada. Cuya actitud creadora descansa en la
constante saborización del bien y del mal, de la vida y de la muerte, de la
felicidad y la desdicha.
La crisis ha incrementado el nomadismo urbano, cuya
revuelta silenciosa y ruidosa gruñe, en una subversión posmoderna cuya
efervescencia expresan las nuevas tribus y legiones. Y como no faltan los
abogados de un Dios bienhechor con distintos nombres –Estado, Instituciones,
Iglesia, Contrato, Universidad, Medios- que junto con representantes de distintos
conformismos de pensamiento, no han podido acometer ni someter la parte de
sombra que cubre nuestro mundo, cuyo misterio es precisamente lo que une a los
que comparten la sinergia del mismo tonal protector.
Lo cual está revalorando el fuego que acendra la
sabiduría de las devociones populares como esta que se da en las calles del
obstinado barrio de Tepito. Cuya sed de infinito es vivir más de una vida
integrando los desafíos del riesgo, del mal, incluso de la muerte asumida como
una vida ardiente mucho más excepcional y vitalista de lo que se cree. Donde la
doble vida de lo cotidiano se funda esencialmente en tácticas de astucia que
abundan en la práctica de transgresiones que muelen finamente su función
fecundante.

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