Obstinado Tepito

CENTRO DE ESTUDIOS TEPITEÑOS DE LA CIUDAD DE MÉXICO / CETEPIS ©MMXVI

Tepito y La Merced: barrios paralelos

Desde su origen, Tepito y La Merced son dos  centros legendarios y bastiones de la cultura popular urbana, desarrollando formas de trabajo y vida propias, con estrategias de sobrevivencia para la distribución de bienes y servicios, que generan emporios económicos  en una escalada donde se fraguan todas las virtudes y defectos propios de su estigma  y devociones. 
La imposición religiosa generó muchas  reacciones contra el autoritarismo clerical y político, fraguando el gusto por el relajo popular como primer sinónimo del caos nacionalista, por lo que los sectores privilegiados fueron encapsulando al pueblo con expresiones denigrantes: chusma, pelados, gleba, léperos, plebe, turbas, quienes en sus barriadas reivindicaban  el ser mexicanos creyentes, cada cual con su propia fe y grado de apasionamiento místico. Se decía: -al cabo de los pobres indios  no saben leer  y gustan más de las imágenes  que de la escritura.
Se cree que los barrios y los indios, todos se parecen por su sentimiento colectivo y la conciencia de pertenecer a una comunidad en las afueras del centro, que aunque los margina y los mantiene sujetos a las pruebas de su destino, ya están acostumbrados a observar el desfile  de los derechos civiles como algo que no les corresponde. Y es que, en 1822,  Iturbide proclamó: "Mexicanos, ya sabéis el modo de ser libres; a vosotros os toca señalar el de ser felices".  
En 1851, los "alcaldes de barrio" estuvieron a favor de Mariano Arista, sucesor de José Joaquín Herrera, removiendo con palos el fondo de las acequias de la ciudad, originando el término de "paleros" con su sonora adhesión verbal a los oradores liberales. Eran pobres citadinos dirigidos por los mecanismos probados del hambre y el desempleo. Por cuatro reales diarios, el sueldo de un albañil a destajo, se obtiene el "trabajo" de seguir los movimientos de políticos "enemigos del gobierno" informando diariamente a la policía. Estos "agentes secretos" ganaban lo mismo que los "voceadores" que gritan las consignas de los manifiestos contra el gobierno en turno.
Sobre la población se ejerce un control político relacionado "con la concesión de espacios exclusivos para ejercer algún oficio". En la  sobrevivencia colonial, la reglamentación del acoso a la urbe se aplicó en el siglo XIX a determinadas actividades de servicio cómo expender billetes de lotería en las calles y a los aguadores de las fuentes públicas a los hogares.
En 1853, Francisco Zarco se opone a la leva: "El ciudadano se ve detenido en la calle, sin más razón que porque su traje es humilde, es común el traje del pueblo que apenas cubre su desnudez". A lo que el liberal Mariano Otero exclamó: "La multitud no sólo es siempre infeliz, sino que se halla reducida a una miseria y a un envilecimiento cual no se había visto jamás". Y el clasismo de la época se encarniza de preferencia con los léperos (que tienen "la lepra" de la pobreza) y con los "pelados" (los carentes de ropa, pues ya en el virreinato se nombraban  "ensabanados" a los que apenas disimulan su desnudez con una sábana o manta).
Fuera de la zona del privilegio criollo, daba comienzo el desfile de la mayoría indígena y mestiza: rancheros, peones, obreros, sirvientes, dulceros, vendedores ambulantes, voceadores de periódicos, eloteros, lecheros, pepenadores, aguadores y léperos,  muchos léperos. Donde la pobreza diversifica el vestuario, tanto como lo permiten los harapos con los distingos de la clase alta, originando la fusión de la moda y la ideología.
En 1855, en un libro seminal, "Los mexicanos pintados por sí mismos", de un grupo de escritores liberales, el catálogo de seres "típicos" incluye al Aguador, la Chiera, el Pulquero, el Barbero, el Cochero, el Cómico de la Legua, la Costurera, el Lajero, el Evangelista, el Sereno,  el Alacenero, la China, la Recamarera. el Músico de Cuerda, el Arriero, la Estanquillera, el Criado, el Mercero, la Partera, el Cargador, y el Tocinero.
Un personaje de la excelente novela Quinceuñas y Casanova aventurero, de  Leopoldo Zamora Plowes,  interpreta algunas contradicciones: "En México, donde no hay unidad nacional, el criollo cree que la patria es suya nomás; el mestizo cree que él la representa; para el eclesiástico, la Patria es el clero; los militares opinan que la Patria es de ellos, porque fue un legado que les hizo  Hernán Cortés". Pero, llegará el día en que el pueblo reclame  también la Patria como suya. Mientras que la gran vertiente de la cultura popular es la de  los barrios que siempre han dado pródigas muestras de patriotismo, a pesar de que los  tienen a pan y agua.
¿Cómo educar al pueblo en las formas republicanas de conducta? A las colectividades instruidas por el autoritarismo les resulta natural entrever las "partículas divinas"  de los monarcas, pero, mucha gente no comprende todavía , como debiera, la dignidad de un pueblo republicano. En 1869, Ignacio Manuel Altamirano narra en una de sus Crónicas: "No tienen en verdad culpa estos infelices hombres de la clase pobre de su abyección, sino lo infame y repugnante es ver a ciudadanos libres ser tratados como bestias".
Mientras tanto, la obstinada y opulenta iglesia católica era propietaria  del 47.08 por ciento del valor de la ciudad, a los particulares les correspondía el 44.46 por ciento y al sector gubernamental el 7.76 por ciento. En 1813 la iglesia posee 2016 fincas, por lo que en 1857 sobrevino la desamortización de los bienes de las corporaciones civiles y religiosas.
En 1864, La Merced es todavía una "zona residencial" donde viven entre otros: un Regente del Imperio, tres miembros del Estado Mayor de la Regencia, siete miembros de la Junta Superior de Gobierno, un Ministro de Estado, dos subsecretarios, el Presidente del Ayuntamiento, burócratas, diez Notarios, intelectuales, profesionistas y profesores universitarios de la Academia de Bellas Artes. Hay colegios , hospicios, hospitales, dos de las tres bibliotecas de la ciudad, la plaza de toros, un palenque de gallos, todas las rebocerías de la capital y la gran mayoría de los cajones de ropa con la presencia de tiangueros, mozos de cordel y de servicio, arrieros y trajineros, campesinos y léperos; por lo que todos los días abundaban las gentes y sus mercaderías. Donde  para poner término al permanente mal olor que padecían las calles, en 1897 se iniciaron las obras del desague para combatir las inundaciones, conduciendo fuera de la ciudad las aguas sucias y los desechos.
Durante el porfiriato, ante el creciente panorama de la cultura popular, se procuró la estricta vigilancia de los días de guardar, ferias iluminas con faroles y fogatas, acreditada concurrencia en pulquerías, desarrollo de gremios artesanalas  y bailes exhaustivos. Mientras que el orbe de las vecindades se prolongaba hasta recrear el mito de la "cultura de la pobreza" que se extinguiría con el terremoto de 1985.
La rumba: hacer el rumbo, hacer la calle, vivir del asalto, de la mendicidad y la prostitución, han de perdurar en los barrios más famosos: San Sebastián, Tepito, San Antonio Tomatlán, Mixcalco, La Merced, Candelaria de los Patos, Manzanares, San Lázaro, La Palma, San Lucas, La Santísima, La Soledad y el Cacahuatal, frecuentados por los rateros, los bravucones, los parranderos, los mendigos y los presidiarios de semanas, meses y años, quienes estando briagos  entonaban su himno: "Me vinieron a vender un santo / sin marco, sin cristal y sin vidriera. / La gente preguntaba que santo era. / Era el santo más chingón de la pradera. / Era de nogal,  era de nogal el santo. / Hijo de un cabrón, hijo de un cabrón, por eso pesaba tanto".
La popularidad de la rumba y su promiscuidad forzada en cuartos de vecindad,  las tortuosas  calles con  pulcatas y figones pletóricos de fritangas de buey y vaca, las riñas entre léperos y mecapaleros, las turbas de pilluelos andrajosos y desarrapados jugando en las vías públicas, las mujeres de la vida alegre con su rebozo terciado, las guaridas de rateros y asesinos célebres en los bajos fondos de la ciudad, era el escenario propio de cada barriada, donde comenzó a fraguarse un burgo artesanal con nuevas formas de trabajo y vida.
En La Merced, la importancia del abastecimiento conllevó una paradoja: al aumentar el precio de la propiedad sube el precio de las mercaderías, de los atavíos y gustos, de las fiestas y los vicios, donde los pobres van siendo relegados. Mientras que en Tepito, Mariano Azuela refleja en su novela La Malhora, la violencia que se vivía en las calles, derivada del consumo del neutle en  pulquerías,  desde donde al caer la noche comenzaba el peregrinar a los mesones y cuartos de vecindad.
Con el triunfo de la Revolución, se desborda la cultura popular urbana, impulsando las expresiones verbales del pueblo. El ser primitivo se desanuda dejando asomar el pícaro humorismo de su existencia, con su repertorio de estereotipos:  gendarmes con bigotes de aguacero, borrachitos de pulcata con afán de sementales, rancheros, payos, gachupines tabernarios, peladitos, lagartijos, indios y fuereños, todos presumiendo su cultura como su principal arma nacionalista: así hablamos porque así somos.
En el teatro María Tepache, ubicado en Peralvillo, era donde se recreaban las expresiones albureras más pícaras y soezes del peladaje, pues concurrían a divertirse en luneta, oficiales del ejército y la   burocracia, personajes políticos y hasta secretarios de  Estado, donde "un lépero que cree reconocerse en el escenario bien vale un zapatista en Sanborns", escribió José Clemente Orozco.
A la cultura que se desprende de la secularización, la vigorizan el desarrollo industrial, la expansión citadina, el mito de la educación y la escolaridad y, en el ámbito del "peladaje" al no tener nada que perder, lo popular se ve animado por el espíritu de celebración de la grotecidad, la agresión cívica y verbal, el júbilo teatralizado del habla hasta entonces socialmente muda y sin el aprecio por los dones de la grosería, donde las "malas palabras" son una gramática esencial de clase, en la que el albur se instala enardecido ratificando el sentido del humor de la barriada.
Cuando las leperadas estallan en un ámbito denso, alarman a los oidos castos. Por lo que, el albur se recrea y transfiere en el habla cotidiana sin expresiones hirientes, para no levantar sospechas a la mojigatería hermanada con la cursilería. Pues en el ámbito del peladaje, al no tener nada que perder cuando la confesión perdona los pecados y el anonimato sobrepasa lo evidente, la picardía se ve animada por los dones  del espíritu del relajo traducido en una gramática esencial de clase, asumiendo que lo "vulgar" ratifica el carnaval del lenguaje que menciona y califica los genitales sin la tiranía de la hipocrecía sexual y sus sábanas santas, donde lo popular sobrepone, para existir, cabulear las jugadas de su ajedrez verbal.
Del virreinato al porfirismo, con el legado del ocultamiento, al Cuerpo sólo le han entregado lo sórdido y clandestino. Por lo que el albur fue disolviendo de facto la moral tradicional: el Cuerpo regresa y desplaza a un Espíritu  fariséicamente idolatrado, que confinó en prostíbulos y en descargas de humillación carnal todas las autenticidades, incluso la de conversar verbalizando las glorias de la mitad inferior del cuerpo y el abajo humano: el culo, los testículos, la vagina, el vientre, los excrementos, los pedos, etcétera. Haciendo evidente que entre más complejos menos reflejos se tienen para entender los albures de la barriada.
Al aumentar la población rural en Tepito y La Merced, se convirtieron en zonas abiertas al empleo, a las liberaciones de las conductas y a las oportunidades de toda índole. Por lo que se extiende el área comercial y se ocupan más calles, donde surgen las asociaciones gremiales y se saturan los cuartos de vecindad. Lo cual alimenta al cine nacional que transfigura la sordidez en melodrama, auspiciando la mitología gozosa de Nosotros los pobres. Donde la realidad imita al cine, el cine endulza la realidad nacional  y el barrio es la meta y punto de partida de su rizoma, verbalizando la "mitad inferior"  del cuerpo, haciendo prevalecer  las glorias del "abajo" humano.
La Merced y Tepito formaron parte de "La Herradura de Tugurios" que en 1950 el arquitecto Mario Pani propuso erradicar, por ser vecindarios tipificados cómo tugurios promiscuos y habitados por subempleados con oficios propios, que trabajan en el servicio doméstico, venden periódicos o billetes de lotería, hacen costuras de ropa y remiendos de zapatos,  y son  ayudantes en talleres,  cuya movilidad social e intuición comercial hicieron de  sus calles un  paisaje barrial  con un tianguis infinito, donde el habla de la pobreza extrema es un lenguaje  pintoresco con el que amenizan el paisaje.
Ante la operación buldozzer, la escala humana de la ciudad es todavía reconocible en sus barrios y pueblos donde sus grupos familiares reemplazan al anonimato, donde las superconstrucciones le dan la bienvenida al anonimato de  la ciudad de masas que anula la escala humana. Por lo que el cine de barrio renuncia a su caracterización de club de usos múltiples y la televisión le pone freno a la inventiva popular, escamoteando el imperio perdido de la pobreza y el de las calles por el comercio en tiendas departamentales.
Además de Tepito y La Merced, ninguna otra cosa inspira lo que estos barrios  inspiran. Las prostitutas se asomaron a la calle y dejaron que la calle se asomara a ellas; en la vecindades se necesitaban demasiadas desgracias para que alguien aceptase la existencia de lo trágico. Por lo que la densidad histórica fue a tal punto determinante que, cosa rara en una ciudad que hacía del arrasamiento su princicio regenerativo, la tradición barrial fue tan persuasiva que, sin que nada se lo propusiese, remitía casi todos los actos a su origen, donde cada vecindad era el territorio simbólico de la memoria cultural de todas las vecindades. Es por eso que el Centro Histórico siempre vuelve a las andadas o nunca quiere ser distinto, pues ni se deja modernizar ni admite el envejecimiento como archivo vital del país y reliquia que impide la tiranía urbana donde nunca nada es igual.
Quien separa al gozo del fatalismo, no sabe distinguir las realidades y determinismos de la pobreza: donde quien no estudió o no se topó con las oportunidades, se resigna; pues nacer o avecindarse en un barrio popular  es llegar a todo con retraso, porque el consuelo de ser pobre es vivir a fondo el caos solidario que jamás conocerán los ricos de alto pedorraje.
En el barrio:  las libertades sexuales en los lavaderos, la azotea y los tapancos, desplazan al burdel y al hotel como rito de pasaje. El futbol se vuelve el horizonte de los sueños deportivos, los simposios cantineros a la vera del dominó se vuelven vocación de jubilados, el boxeador y el fayuquero surgen como modelo de ascenso social, el billar es una de tantas opciones de "los nacidos para perder", el culo se convierte en el Nirvana de los maricas y los machos que la presumian de sementales, se prodigan amor, para darse puñaladas y dejar morir  a su especie.
Mientras que en el Centro, nada era suficientemente viejo ni convincentemente nuevo, y las ostentaciones están fuera de lugar, pues su densidad histórica fue a tal punto determinante que, cosa rara en una ciudad que hacía del arrasamiento su principio regenerativo, la tradición fue tan persuasiva que, sin que nadie se los propusiese, se ahorran las explicaciones exhibiendo en museos los vestigios prehispánicos  fundacionales del territorio, dejando de lado su simbolismo ancestral.
El Centro siempre vuelve a las andadas, o es que nunca quiere ser distinto. Lo invaden los ambulantes, los desempleados, la procesión burocrática interminable, las marchas de protesta, los inconformes, los planificadores y los desarrolladores inmobilariarios con su urbanismo depredador.
La identidad -eso que nos distingue de los extranjeros, de los provincianos, y de los de la colonia de junto, se obtiene agregándole la indiferencia a los medios electrónicos, a la ebullición del barrio y a la frecuentación de la calle. Por lo que antropólogos y sociólogos colonizaron las vecindades de la barriada, suprimiendo fermentaciones linguísticas, triturando las expresiones musicales del bolero y el mambo, folclorizando a la canción ranchera que ejerce en las madrugadas la épica de la marginalidad social y amorosa del populacho,
Autobiografía es vivienda e inclusión pesarosa con manifiesto orgullo de pertenecer a un barrio, con su variada y dinámica mitología de sus calles, personajes y actitudes. No apartarse de las viviendas, de esa añorada y  basta concentración de bienes, afectos, nostalgias, orgullos, amistades, enemistades, aprovisionamientos alimenticios y sexuales, chambas concretas y fantasiosas, donde nada tiene que ver la incomodidad con el arraigo.   En Tepito por ejemplo, los boxeadores (talento, triunfo, caída) subrayan el sentido de pertenencia. En La Merced es determinante el culto autocongratulatorio y sarcástico al gran tianguis de México.
La ciudad y su "ética de la permanencia" son un conjunto de saberes y diversiones, de límites y ruptura de sus límites, de energía de sus ejércitos industriales de reserva, donde el crecimiento poblacional borra o inutiliza a la mayoría de las previsiones de la modernidad cuyo culto frenético polariza las dificultades del poder adquisitivo, con las "fábulas del vicio y la virtud" del ciclo sano y malsano de la productividad. Por lo que, abastecer la ciudad significa crecer sin límite y en todas las direcciones del comercio, del consumo, de la moral, del autoaprecio y de la autodestrucción de las personas que equilibran el desconocimiento del oficio con la ignorancia del beneficio.
Tepito y La Merced, con la savia y raíz nutricia de su nopal genealógico, se emparejaron con  el diluvio y el Arca de Noé, para asegurar la gozosa permanencia de su cultura popular que aunque sobresalta, se frecuenta por la vigencia de su carisma barrial y por lo que todavía existen porque resisten.
Nota: éste texto refritea el que escribió Carlos Monsiváis,  y que fue rescatado y publicado en la revista Cultura Urbana, de la UACM,  Año 9 – Num 40-41, pags 5 a la 38.



 SUPERFLEX

Por: Alfonso Hernández H.,
Hojalatero Social y Cronista de Tepito


En la ciudad de México, un barrio sin sombra no infunde respeto, por eso a Tepito se le conoce como el barrio bravo, que todavía existe porque resiste con su discurso visual propio, marcado cómo uno de tantos epicentros caóticos.

La dimensión histórica y cultural del barrio de Tepito, es la que asegura su sobrevivencia urbana, estructurada como un laboratorio socioeconómico que crea fórmulas e inventa recetas contra los procesos arruinadores del sistema. 

Desde siempre, los oficios y el reciclaje, han sido un referente cultural de la creatividad y productividad local de Tepito, donde las lonas que cubren el tianguis son una segunda piel del barrio y  las viviendas conforman su columna vertebral. Por lo que este tianguis, con su admirable economía de recursos, es tan ancestral y compleja cómo la historia del barrio.

Cuando se juntan la necesidad y el hambre, en Tepito se desarrollan los oficios más insospechados e inverosímiles de cada época tecnológica, asegurando la reproducción social del barrio por medio de la cultura y el comercio informal, caracterizados en  su propia forma de ciudadanía y soberanía.

El mercado en las calles de Tepito, es una recuperación arqueológica que  recicla el paisaje ancestral del Tianguis de Tlatelolco,  con un andamiaje tubular que semeja un esqueleto cubierto con lonas multicolores; significando así, la presencia tutelar de Xipe-Tótec,  “Nuestro Señor Desollado”, deidad azteca de la primavera, que quiso alimentar a los hombres con su propia piel, tal como el maíz, que al germinar pierde la piel.

El ritual de Xipé-Tótec  (Xipehua, desollar o descortezar; To prefijo posesivo: nuestro; y Tec prefijo que abrevia tecuhtli, señor), representaba el cambio de piel de la tierra, que su cubre con otra nueva, con la vegetación naciente de cada ciclo agrícola, así, los mexicas podrían cultivar de nuevo el maíz que les sirve de alimento.

Frente a los no lugares en la ciudad, Tepito se expande cómo un rizoma barrial compacto, extrovertido y compartido en su aprendizaje de la sobrevivencia urbana con experiencia e instinto. Siempre jugándose el pellejo, con la ley, con la política, con un patrón o con las manos.

En el barrio, tan lleno de sorpresas y tan carente de cosas, todo se resuelve en sus calles, poniendo una feria de juegos mecánicos o de billetes. Por lo que su tianguis es una de las más prestigiosas escuelas de negocios libres.

Caminar por el barrio y el tianguis de Tepito, es como recorrer un museo vivo y a cielo abierto, con hallazgos insospechados pues para los tepiteños, la economía informal es una modesta fábrica social contra la poderosa industria del crimen y su fordismo delincuencial.

El potencial energético de la matriz cultural de Tepito funciona como un motor con su propio acumulador y rizoma articulador de Polos: con grandes concentraciones de empleo y servicios. Nodos: integradores de medios y rutas para la libre movilidad. Corredores: con calles y lugares que se conectan con el resto de la ciudad. Tapete barrial: con escuelas, mercados, deportivos, servicios y espacios vitales identitarios.

Las antiguas vecindades, esas matrilocalidades prodigiosas que eran la columna vertebral del barrio, hoy son condominios vecinales  especializados en desmadrificar a Tepito. Donde el tianguis se ha convertido en la principal bujía económica, en calles especializadas para desdramatizar el estigma delincuencial, con actores sociales curtidos en la resistencia del autoempleo, orgullosos trabajadores directos de la fábrica social, conocidos cómo “tradifas”.

El Homo-Tepitecus, recicla más su memoria barrial que la historia oficial, ya que la globalización está generando procesos de cambio sociocultural que impactan directamente a las formas tradicionales de producción, distribución y consumo en mercados y redes informales.

La vocación artesanal y comercial de Tepito se mantiene y reproduce como una manera de encarar la globalización, readecuando las herramientas y actualizando las metodologías clásicas de las ciencias sociales, para rebasar los marcos “legales” en relación a los bienes de consumo con derecho de autor.  Pues ante  la economía de mercado y el tianguis global, en el barrio no triunfa el más fuerte, el más estudiado, ni el más influyente, sino el que mas y mejor aprende a adaptarse a los segmentos de la economía del mercado libre.

El tepiteño es un ente cultural y político inmerso en una economía no regulada, con suficientes atributos para sobreponer su carisma barrial al estigma delincuencial.  Usando el arte para confrontar de manera crítica a la maquinaria del sistema hipercapitalista, con un  proyecto curatorial de arte urbano con expresiones plásticas y visuales que caracterizan su resistencia y pertenencia a su solar nativo, donde se trabaja duro hasta que se hace oscuro.

Mientras tanto, emergida del Tzompantli prehispánico, la Santa Muerte de Tepito, dejó el inframundo para deambular por el barrio. Donde, a veces, una simple calentura callejera se convierte en una epidemia de violencia, pues a la droga la están convirtiendo en la nueva religión de los jóvenes que la propagan, peor que sí fuera un contagio de viruela, de gonorrea, de sífilis o de VIH.

Frente a la imaginación del chemo, la mariguana y la cocaína, el tepiteño conoce todas las rutas para abastecer bienes a los nomadic consumer…


Centro de Estudios Tepiteños de 
a Ciudad de México / MMXIV



¿ NOS  GOBIERNA  LA  IMPUNIDAD ?


Por: Alfonso  Hernández  Hernández,
Cronista, Hojalatero social y director del Centro de Estudios Tepiteños

La azarosa trayectoria de la Musas del Siglo Veinte, la compendian: la Ética, la Estética, la Histérica y recientemente la Netafísica del fogón. Es por eso que, cuando alguien se escapa de los discursos oficiales, y se parte de la realidad real de todos los días, se puede deducir que la ingobernabilidad del territorio y la inseguridad en la ciudad, son resultado de la fractura en los modos en que cada contexto social realiza y produce su propio aprendizaje de control sociocultural.

Antes, de la calle se decía que era la Universidad de la vida. Hoy, la calle se ha convertido en la escuela más hija de la chingada que hay. Donde los que aspiran a ser cabrones terminan de hijos de la chingada, y como no hay nadie que los apruebe, pues ejercen sin título. Porque en muchos ámbitos urbanos se han perdido las estructuras simbólicas condicionantes de la organización y los procesos sociales comunitarios.

La semiótica del poder, del mito, de la cultura, del consumo, de las actividades sociales: generan la proliferación constante y acelerada de signos, donde el lenguaje, las imágenes, los códigos y los sistemas de significación delincuencial surgen como verdaderos mecanismos de organización de la psique, de la sociedad y de la vida diaria, en tanto producen nuevas formas de cultura criminal.


Desmanes en Tepito (Aristegui Noticias)

Al barrio se lo considera como una escala urbana capaz de integrar arraigo, identidad y cultura. Y si Tepito no se significa por ser un barrio modelo, sí es un barrio ejemplar por la fuerza, bravura y resistencia con la que defiende su solar nativo, sus propias formas de trabajo y vida; y qué no decir de su pedazo de cielo, pletórico de papalotes. La ciudad sigue creciendo y densificándose de casas sin la estructura de barrio. Y una ciudad sin barrios es como un rebozo sin barbas, o sea: una ciudad rabona.

La elusión de las fronteras entre lo formal y lo informal, entre lo legítimo y lo ilegítimo, como una condición del presente que moldea la relación entre delito y mercado, resulta, sin duda, una de las contribuciones claves que hemos de plantear y analizar en este Encuentro.

La distinción entre puro e impuro, limpio y sucio, bonito y feo, informan el orden simbólico de muchos grupos sociales que engendran ritos de separación, cuyas geografías de exclusión oficial usan la topografía cromática para identificar tales zonas coloreándolas de negro o de puntos rojos.

Así fue cómo en 1957, el arquitecto Mario Pani presentó al regente su diagnóstico de las zonas de pobreza alrededor del centro de la ciudad, al que por su secuencia de marginalidad urbana se le denominó la “Herradura de tugurios”.

Cincuenta años después, en el 2007, disque pretendiendo devolverle a Tepito su “esplendor, con modernidad y legalidad” Marcelo Ebrad ordenó la expropiación de una vecindad donde se traficaban enervantes. La ofensiva mediática no se dejó esperar, había que estigmatizar a Tepito como el “barrio de la grifa y de las almas perdidas”. Pues la pretendida modernidad con legalidad de Tepito, no es para incentivar el progreso sino para la actualización tributaria del barrio. Y ¡qué trabajos pasa carlos! Que sigue buscando donde construir su mega Sanborn´s del Bicentenario, o financiar el Corredor turístico Catedral-Basílica.


Mural pintado en el interior del predio de Tenochtitlán 40

El Inacipe lleva tiempo indagando en los reclusorios, el origen delincuencial por barrios, colonias y calles. Pero, sin atreverse a explicar los procesos de criminalización para generar y rentear santuarios de impunidad que vulneren a la juventud y que generen carne de presidio. Tampoco se dice que la tipología de las viviendas edificadas después del sismo de 1985, contiene diseños de la arquitectura convencional y conductual, para rasgar el tejido social, fracturar núcleos urbanos e ir reduciendo el nivel de calidad de vida familiar.

La precariedad de los materiales y esa tipología de vivienda fueron el caldo de cultivo de muchas patologías sociales surgidas en tales condominios vecinales. Una prueba de ello es la vecindad expropiada en Tenochtitlan 40 y Jesús Carranza 33, que en 1988 fue inauguraba por Miguel de la Madrid y que ilustró la portada del libro con el que el gobierno presumió al mundo  la reconstrucción de la ciudad con el apoyo de la solidaridad internacional.

Antes se decía que a mayor crisis, mayor economía informal. Hoy, el delito callejero y los crímenes de la elite son evaluados en el marco de la situación económica, caracterizada por la globalización del mercado y el achicamiento del mercado laboral, ejemplificados por la flexibilización comercial y la inseguridad.

Mientras los delincuentes humildemente adscriben su comportamiento a un sistema social que les niega su rol y cualquier suerte de responsabilidad, el empresario ruega comprensión en nombre del importante papel que debe jugar y de las enormes responsabilidades que debe asumir como generador de empleos.

Entre los delitos de los débiles y de los poderosos, resalta el resentimiento y el contexto social de cada cual. Y desde esta perspectiva es cuando las maquinarias políticas florecen en los periodos de crisis, de crecimiento rápido, o cuando el sentimiento de comunidad se debilita y la fragmentación hace de los lazos particularistas los únicos medios fehacientes de conciencia y cooperación.

Todo marco interpretativo académico debiera convertirse en un proceso de aprendizaje compartido ampliamente con la sociedad, como es el caso de las organizaciones delictivas que capitalizan su experiencia en el traslado de conocimientos y actualización de estrategias. Ya que es la economía de la vigilancia la que mayormente incrementa su gasto, sin encarar ni resolver la base estructural de este problema de fondo.
El quehacer de un segmento de la creciente economía informal se ha convertido en la contraparte de la economía criminal. Pero, lamentablemente se sigue acortando el umbral entre una y otra. Bastaría identificar las condiciones que están siempre presentes cuando el delito tiene lugar y las que están ausentes cuando el delito no tiene lugar.

La conducta criminal ya rebasó todos los contextos sociales, ya que es aprendida dentro de grupos vulnerables o socialmente poderosos, que son proveedores de individuos con técnicas para cometer crímenes y la racionalidad necesaria para hacerlos éticamente aceptables. Y en tal caso, la criminalidad se está convirtiendo en una construcción social que debe ser desenmascarada a través de otras herramientas académicas y de una revisión lingüística radical del código penal.



En 1952, la cultura de la pobreza de Los hijos de Sánchez, escandalizó a la clase política gobernante, y a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, quienes decomisaron el libro, y promovieron la expulsión de Oscar Lewis. Y hoy, que los Herederos del Pueblo del Sol, y los hijos de Zapata y de Villa, migran a la ciudad para achilangarse y convertirse en las nuevas generaciones de Los hijos de Sánchez, únicamente en algunos recintos académicos y empresariales se analiza, se debate, y se propone el camino a seguir para encarar lo que desde 1910, don Andrés Molina Enríquez expuso como Los grandes problemas nacionales.

¿Cómo explicar la persistencia y el aumento del crimen y la delincuencia, incluso cuando la producción de riqueza se incrementa simultáneamente?. La respuesta comúnmente aceptada apunta a la noción de inequidad con variables tales como la desventaja social y la pobreza relativa. Porque la distancia entre la elite y los socialmente en desventaja determina la tensión que lleva a comportamientos ilegítimos. La carencia relativa se ubica como base de la causalidad del delito: a mayor carencia relativa más intensa es la presión a dedicarse el crimen para aquellos que carecen de medios legítimos para la adquisición de riqueza y de bienestar.

La ausencia de socialización primaria aprendida en el núcleo familiar y en la práctica deportiva, han dejado de ser ensayos de anticriminalogía. La carencia de valores, de ídolos sociales y de baluartes culturales. Y la falta de oportunidades de estudio y de empleo están entre las causales que propician relacionarse con el crimen organizado desde todos los niveles jerárquicos de la estructura social.

Tenemos un exceso de recursos humanos individuales en búsqueda de garantizarse un futuro digno. Que validan el uso de algunas categoría económicas elementales, y la debida atención a la lógica operativa del mercado, que le dan un valor agregado a su carácter anticriminológico. A pesar de ello, trabajar autoempleándose en la economía informal está tipificado como fuera de la ley.
La legislación que prohibió el aprendizaje de oficios entre menores de edad, propició cuatro generaciones de niños en situación de calle. Y esos ángeles caídos, con las alas rotas, y sin haber adquirido oficio ni beneficio están a merced de todo el que quiera usarlos y enajenarlos en ese mercado paralelo que sostiene una movilidad estancada socialmente, y que posee numerosos puntos de contacto con actividades delictivas: practicar la pedofila, matar el hambre con una mona de activo, llevarles de cenar a las calles o soldar las coladeras donde duermen.

A este continuum, que ya parece bazar callejero, entre las economías irregulares, semilegales y la criminalidad convencional, nos está haciendo vivir y padecer una “normalidad escandalosa”. Es por eso que la concepción del crimen como trabajo ya no es tan provocativa, pues muchos de los que entran en la delincuencia de manera regular ven lo suyo como un rol ocupacional.

El fordismo delincuencial sigue articulando una cadena de montaje de la ilegalidad, con jóvenes que aunque privados de calificación, y con específico aprendizaje, entran a un ciclo productivo que los mantiene ocupados, reproduciendo un nuevo modelo de ascenso social y económico.

Las narcoempresas son un modelo de trabajo que involucra aspectos tanto técnicos como sociales, “colonizando” así las esferas productivas y reproductivas del empleo. Mientras que las condiciones laborales en las industrias formales tienden a ser precarias, el desempleo abierto y el subempleo crecen. Y además se fomenta el libre mercado que ha convertido a China en la fábrica del mundo. Llenando a México de chinaderas que generan y sostienen empleos en Asia.

Antes espantaban a los chilangos con todo lo que sucede en Tepito. Y hoy que México ya es el Tepito del mundo, el gobierno nos espanta con la colombianización de México. Sin asumir que la geopolítica del poder está siendo disputada en vísperas de los festejos para celebrar el Bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución Mexicana.

Con la sociología de la desviación, lo que para otros son transgresiones, para la barriada es la brújula que determina el rumbo de su trabajo por la derecha. En tales circunstancias, la estructura barrial luce como la redención de los procesos arruinadores y criminalizantes. La imperialidad pirata es una mercadotecnia fomentada por la sociedad del espectáculo, que busca que el pueblo se convierta en público consumidor de sus eventos y productos.

Si alguien gobierna al país es la impunidad. Hay quienes se preocupan más por las próximas elecciones que por las siguientes generaciones. El tema de la seguridad no está en el grosor del muro, ni en emplear más policías, sino en la transparencia de la administración de la ley y de la procuración de justicia.

En la antigua cárcel de El Carmen, se hizo célebre una pinta que decía:

En esta cárcel maldita donde reina la tristeza,
no se castiga el delito, se castiga la pobreza.




Tepito ¡cuna y semillero de campeones!

Por: Alfonso Hernández, cronista y hojalatero social

En 1919, el H. Ayuntamiento Constitucional, autorizó que la Junta de Salud y Embellecimiento de la 1ª. Demarcación, construyera una pista de patinaje, un frontón, y una biblioteca , para el fomento deportivo y cultural del vecindario en la colonia de La Bolsa y el barrio de Tepito.

La biblioteca “Jesús Urueta” se ubicó en un salón de la vecindad conocida como “La Casa Blanca”. La pista de patinaje estuvo en la acera oriente de Avenida del Trabajo, con una fuente de sodas y nevería al centro. Y el muro del frontón de “Las Águilas”, fue ubicado enseguida, justo donde funciona hasta hoy; a un lado de la estatua de Don José María Morelos, quien le dio su nombre a esta colonia que no quieren que sea barrio.

El Gimnasio Gloria, ubicado en Ferrocarril de Cintura, estaba reservado no solamente para quienes podía pagar sus servicios, sino para los que se aventuraban a cruzar el Infierno de las calles y el Purgatorio de las pulquerías sin sentirse atrapados por ellas.

El ambiente de esa época lo plasmó Mariano Azuela (1873-1952) en su novela La Malhora, publicada en 1920, por quien fue médico de enfermedades venéreas en uno de los consultorios de la Beneficencia Pública, de Rivero y Tenochtitlan.

Un párroco de San Francisco de Asís, ideó que en la fiesta patronal de cada 4 de octubre, la bravura de la barriada se demostrara boxeando en un ring colocado frente el atrio. Donde con la bendición del cura comenzaban las competencias para encontrar al campeón de la festividad, que culminaba con un bailongo en el a cual mas hacía gala de sus pasitos chéveres seguidos por su pareja.

Era un honor ser el campeón de las competencias de box y ser el bailarín más aplaudido por la concurrencia. Lo cual motivó tener que ejercitarse durante el resto del año, jugando en el frontón, entrenando en el gimnasio, y asistiendo a muchos bailes de vecindad. Para luego saber apostar en las peleas de la Arena Coliseo o rifársela con los pachuchos y tarzanes de los salones de baile. Pues cuando el Salón México tuvo una pista de baile para cada clase social, los tepiteños se la rifaban en la de cebo, manteca, y mantequilla.

En el frontón comenzaron a destacar verdaderos atletas en eso de lanzar tiros mortales, lo cual se reflejaba en el punch que tenían al contestar la bola de buche o la dura, exclusiva de los machines; lo cual fue forjando a los primeros boxeadores  de Tepito. En ese entonces, en el Gimnasio Gloria ya entrenaba el afamado “Chango” Casanova. Y luego Luis Villanueva Páramo, mejor conocido como “Kid Azteca”.

En los colegios de Avenida del Trabajo, el chavo Eladio Segura, hijo de un asaltante de la zona, tenía asolados a los alumnos; pero más a Enrique Bolaños, delgaducho y pálido, con nariz larga y afilada. Hasta que un día Enrique supo el secreto de Eladio, quien dos o tres veces por semana aprendía a boxear en el Gimnasio Gloria.

El entrenador José Cortés se percató que Enrique Bolaños tenía una zurda noqueadora, por lo que en 1940, cuando apenas tenía 16 años, inició su carrera profesional. Después emigró a California, donde pronto se convirtió en el ídolo de la raza. Habría sido campeón mundial de los pesos ligero, de no haberse topado con Ike Williams, quien era conocido como el asesino de los rings. En 1947, a pesar de la cátedra boxística de Enrique Bolaños, perdió por decisión a favor de Williams.

En 1952, Raúl “Ratón” Macías fue seleccionado para representar a México en los Juegos Olímpicos, de donde regresó triunfante para convertirse en uno de los máximos ídolos del pugilismo profesional en México, pues llegó a ser campeón mundial de peso gallo. El Ratón Macías, hizo escuela en lo referente a la disciplina boxística, exigir medicina deportiva y que se pagara lo justo a los boxeadores. Y hasta consiguió que donde estuvo la pista de patinaje, se edificara el Deportivo “Ramón López Velarde”, que luego fue demolido por las obras del Eje Vial 1 Oriente. Lo cual se recuerda diciendo: Aquí estuvo el parque deportivo de El Ratón.

Otro de los grandes ídolos de Tepito, lo fue José “Huitlacoche” Medel, quien en 1952 comenzó a entrenar en el Gimnasio Gloria. Luego participó en torneos de los Guantes de Oro, y en 1955 debutó profesionalmente en la arena Coliseo.Medel se coronó Campeón Nacional Gallo derrotando a José “Toluco” López, en una pelea inolvidable, cuyo triunfo no le perdonó la afición. Estuvo en el trono 7 años y perdió el título frente a Chucho Castillo.

Octavio “Famoso” Gómez se coronó campeón del barrio en una fiesta patronal de San Pancho, y de allí saltó a los Juegos Panamericanos en Brasil. Profesionalmente contendió con los mejores pesos mosca nacionales. Luego de 18 triunfos consecutivos perdió lo invicto frente al “Alacrán” Torres, para luego incursionar en la categoría de pesos pluma.

Cuando se saturó el gimnasio “Gloria” y el frontón “Las Águilas” estaba lleno, la chaviza su iba a jugar futbol al parque “Calles”, donde Gerardo “El Pinocho” Gutiérrez comenzó a entrenar equipos. Y luego de que en 1957 inauguraron los mercados 14, 23, 36 y 60, y fueron quitados los puestos de madera que estaban en la plazuela de Tepito, “El Pinocho” y “El Manolete” Hernández, apoyados por el Club Veteranos de la Amistad, propusieron utilizar el solar como campo de futbol y edificar un gimnasio.

Eran tal la afición en torno a los equipos San Francisco y Casa Blanca, que se formaron mas equipos por categorías: infantil, juvenil, femenil, y veteranos. Además de las ”Gardenias de Tepito” y las “Amazonas de la Lagunilla”. Hasta que el 27 de marzo de 1968 se inauguró el Centro Social y Deportivo “Fray Bartolomé de las Casas” con un gimnasio modesto y una cancha a la que se le conoce como “Maracaná” de tanta afición futbolera que concurría, sobre todo en los torneos de la fiesta patronal y en cada aniversario de los mercados.

Ya con un gimnasio en el mero corazón del barrio de Tepito, “El Pinocho”, Don Vera, y Villagrán se convirtieron en los tres entrenadores de la nueva camada de boxeadores, asistidos por el “Ratón” Macías, José Medel, el “Famoso” Gómez, y Rodolfo Martínez.

Por mucho tiempo, el boxeo era el modelo de ascenso social y económico individualizado, el cual fue abatido por la fayuca, convertida en el nuevo modelo de ascenso masivo, que volcó el comercio otra vez a las calles, con un tianguis cuyo nicho comercial comenzó a competir con las tiendas del centro de la ciudad. Este auge comercial redujo el número de jóvenes dedicados al boxeo, no así en el frontón ni en el futbol.

José “El Copetón” Jiménez pasó de las peleas callejeras al gimnasio “Gloria” de donde salió para debutar profesionalmente sin haber tenido una sola pelea de preparación, llegando a ser campeón nacional pluma. Clemente Muciño era tan buen futbolista que lo apodaron “Didí”, que era un jugador brasileño. Fue campeón de los guantes de oro en 1965 y ganó 7 trofeos como amateur. Su mejor combate lo hizo contra David Sotelo.

Lorenzo Gutiérrez destacó en peso mosca. Lo apodaron el “Halimí” porque su estilo recordaba al del vencedor del “Ratón” Macías. Halimí Gutiérrez se mantuvo invicto en 1969-70 con 20 triunfos y un empate. Pero, le dio mucho gusto al gusto, subió de peso y perdió facultades, por lo cual ya no pudo competir por el campeonato mundial.

Rodolfo Martínez siempre fue muy disciplinado, y de tarde en tarde iba al “Gloria” donde aprendió a boxear siguiendo el ejemplo de su ídolo José Medel. Ganó 25 combates y perdió 2. como profesional se mantuvo invicto durante 29 peleas. Boxeaba bien, pegaba duro, y se le reconoce como boxeador ejemplar.

Tarcisio Gómez es hermano del “Famoso” Gómez, quien le enseño a boxear profesionalmente, por lo cual se le conoce cómo “El Famosito”. Enrique “El Trapitos” García, peleó contra Octavio Gómez y llegó a ser campeón nacional pluma. José “El Plátano” Salas también salió del “Gloria”. Su mayor victoria fue contra el venezolano y peso pluma mundial Leonel Hernández.

Tomás Frías fue en 1969 el novato del año. En 1972 había ganado 9 combates por nocaut, 10 por decisión, empató 4 veces y perdió siete. En el torneo de guantes de oro 1972, dos tepiteños resultaron campeones: José Flores en peso gallo. Y Juan Cruz en peso welter. Y así continúa funcionando Tepito ¡cuna y semillero de campeones!

Desde 1997 hubo otro declive boxístico, pues el deporte y la cultura quedaron en la sepultura, ya que las autoridades no quieren que Tepito figure ni vuelva a ser semillero de campeones. Pretendiendo que con ello, que el barrio se convierta en un santuario de impunidad de la delincuencia apadrinada y renteada por la corrupción policiaca.

Para los tepiteños de antes, jugar en las calles y hacer deporte en los gimnasios significó aprender las reglas básicas de la convivencia sana y la competencia justa, donde en lo individual o en equipo prevalece el respeto al contrario y la superación personal. Hoy, ya no es así, pues el sistema ha fomentado nuevos “ídolos” del barrio, que son de plastilina, que andan en motos de alto pedorraje, y que tienen padres alcahuetes pues no les preocupa que sus hijos se hundan en la calabaza o se conviertan en carne de presidio.

Si un gimnasio modesto y un barrio con tanta casta han forjado tantos baluartes y glorias deportivas, qué tiene que pasar para que el vecindario de Tepito reciba apoyo y fomento deportivo. Y aunque el gobierno usa el Ángel de la Independencia como emblema de la ciudad, el barrio bravo de Tepito seguirá siendo el símbolo de la raza que se la rifa, pues cada vez que le avientan un recto, lo cabecea bien y bonito.



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Del Homo-tepitecus al Ñero en la cultura


Por: Alfonso Hernández H.

La Historia ha hecho de Tepito un Barrio cazador de oportunidades, guerrero urbano, y heredero del tianguis. Por todo esto, Tepito es un Barrio superior por su energía, por su sobrevivencia, por su dignidad, y por su resistencia a seguir defendiendo su solar nativo.

Derivados de un consentimiento excesivo y de una rebeldía innata, de una conciencia para sí mismo y por ellos mismos, los tepiteños son poseedores de una razón multirregional con un toque citadino que los hace negar ser el objeto antropológico buscado o el eslabón social perdido. Y para desterrar el miedo a vivir y trabajar en este barrio adoptan la costumbre de aprender a querer soñar para saber soñar. Pues para que la vida sea más soportable, trabajan todos los días, ya que cuando más se trabaja mejor se trabaja.

Y cuanto más creativo y productivo más fecundo se vuelve el barrio, debido a la vigencia de sus fórmulas comunitarias sociales y económicas, que mantienen la efectividad de sus relaciones de poder con todas las clases sociales. Y debido a su matriz laboral estratificada, en Tepito nunca falta el trabajo, lo malo es, que se trata de actividades tipificadas como fuera de la Ley del Seguro Social y otras muchas.

En el Barrio se hereda el oficio cuyo trabajo engendra buenas costumbres, sobriedad, salud, genio progresivo, fuerza acumulante y estabilidad familiar. Y se progresa cuando se adopta la costumbre de cumplir con el deber trabajar de modo natural y desinteresado. Donde para que surgiera una ley del progreso barrial, sería preciso que cada quien quisiera crearla; oséyase que cuando todos los tepiteños se aplicaran a progresar por la derecha, entonces, y sólo entonces todo Tepito progresará. Lo cual está pelucas...

Barrios como Tepito se han convertido en un patrimonio cultural no renovable y lugar de aprendizaje de alternativas urbanas. Con su propio modo de enfocar la vida, el trabajo y las relaciones sociales, su manera de vender y comprar, su práctica devocional y profana; y donde no vale la pena aprender Historia si no se enseña a defender y continuar la propia historia. Pues siendo vecino de la ciudad Tepito se quedó en el centro de la metrópoli, lo cual hace de este barrio el más rico pasto de eruditos y especuladores urbanos.

Nacidos y creados en el ambiente del “uso”, la utilidad en el barrio ha brotado de manera natural como una tendencia congénita de sus artesanos liberales, brotados del caos original que antecede a la organización urbana. Que en ésta ciudad de telúricas entrañas crean y recrean signos vitales de reciclaje puro, producción hechiza, mercado especializado, hojalatería social, y léxico prohibido por la academia. La herencia del barrio es una red de filias y compadrazgos reales o buscados, de identidades cautivas y cultivadas al borde de palabras con sentido alburero; en cuya historia oral hablan los fantasmas de barrios remotos, mientras los viejos patriarcas profetizan los nuevos oráculos para esta ciudad caótica donde Tepito es uno de sus epicentros.

Por ello, Tepito es semejante al Chicuarote: una rarísima variedad de chile de árbol, de poco consumo, porque al masticarse es más correoso que una charamusca. Además, cuando germina su núcleo rizomático dominante, recicla el  núcleo residual y  revitaliza el  núcleo emergente, que se hereda o se transmite genéticamente para seguir luchando contra el piojo de la ignorancia de lo que es, lo que significa, y todo lo que representa el obstinado Tepito.

La escala urbana del barrio de Tepito es el único remanente del estrato mítico de un paraíso perdido desde cuando desecaron el lago de México-Tenochtitlan y perdimos nuestro edén lacustre, del que sobrevive una extraña especie a la que llamamos Axolote. Que se niega a desaparecer y que para sobrevivir se sigue metamorfoseando como uno de los vestigios ancestrales que evidencian la desnuda peladez con la que identifican a las barriadas.

Por ello, Tepito nunca está desprevenido ni desorganizado de tal modo que estuviera esperando que los académicos y demás científicos sociales llegaran a descifrar sus códigos y descubrir sus secretos. Tepito es un barrio que no fue planeado para incluirse en los diccionarios, las enciclopedias, ni las guías de turismo. La historia oficial tampoco guarda registro de las gestas y gestos que definen su falta de reconocimiento oficial. Ni de su proceso de haber logrado lo imposible, al convertirse en el icono de la resistencia urbana y la pesadilla de los urbanistas polacos.

Para muchos chilangos, Tepito es un barrio macabrón y con un paisaje urbano seductor que lo hace uno de los lugares más interesantes de la ciudad. De rostro poco amable y con pinta de axolote. Cuya razón para visitarlo es comprobar por qué, a pesar de su mala fama, seduce. Y sobre todo, por qué lo hace de una manera tan original...Ya que los oscuros orígenes de Tepito le han endilgado la culpa por la fama, donde si de volados se trata, se la juega de a cualquier raya, contra lo que le sobra.

El atractivo de Tepito se basa en el lado oscuro de su cultura barrial, cuyo estado de ánimo ha definido su forma de vida, su manera de ser, su modo de hablar, y su estado mental para estar siempre al tiro y traer siempre en chinga a su Ángel de la guarda. Y aunque Tepito es un barrio obstinado, permanece secuestrado por el urbanismo depredador, que si de algún prestigio goza, es el que le otorga la mala fama de sus desarrolladores inmobiliarios.

Llegarle a un Safari en Tepito implica renovar la capacidad de asombro y comenzar a entender un poco mejor ese mundo globalizado que está por venir, y que de hecho ya hizo de México el Tepito del mundo. Es cierto que Tepito no es para todos los gustos, es sólo para quienes se atreven a explorar sus propios límites y aceptan la tentación de aprender las claves que reinventan el alfabeto urbano y descifran hacia donde están precipitando a esta ciudad y a todo el país.

Es sabido que la fuerza natural de un barrio como Tepito, depende de la estructura rizomática de su lenguaje cuyas palabras no son simples sustantivos sino ideogramas de acciones. Cuya propensión a la acción directa es una reacción innata de los tepiteños, quienes pocas veces revelan porqué se rebelan contra todo lo que atenta contra este barrio.

Muchos buscan en Tepito lo que la ciudad les niega. Los que se la saben, siempre vienen por lo suyo. Otros muchos agarran a Tepito de escaparate o tendedero existencial. A algunos les basta caminar un par de calles para surtirse de adrenalina ilegal. Por eso, Tepito siempre está reinventando su instalación de contactos múltiples para mantenerse como la fábrica de dinero y felicidad más efectiva de México. Aunque a veces trastoque la economía dominante con su conspiración antigua y bucanera de comerciar con todo lo que se pueda y con una mercadotecnia que abastece a la base de la pirámide poblacional.

Tepito sigue siendo ese lugar común, cuya larga sombra de nostalgia y melancolía se torna en el testimonio emblemático de una época que no ha volver y cuyo recuerdo despierta una tristeza íntima, capaz de expandirse por todas sus calles para gestar un fenómeno cultural emergente cuya forma de vida no hace del arte un objeto de consumo ni de la cultura un espectáculo.

Por lo que a la par de todas sus broncas urbanas, este barrio sigue inspirando y creando expresiones artísticas y culturales insospechadas. Y aunque la melancolía por los murales del Arte Acá se la culiaron ellos mismos, cuando se les agrió el carácter, se les arranció la pintura, y se les secó la tinta; están surgiendo nuevas propuestas con corrientes de pensamiento y actitudes entrelazadas con el arte urbano.

Obstinado Tepito es un proyecto curatorial de trece artistas cuyos descubrimientos y creaciones buscan recrear la imaginación y la memoria colectiva de los tepiteños. A quienes el simple espectáculo oficial busca anestesiar en ellos la memoria de las ofensas y los agravios recibidos con las expropiaciones recientes y los operativos de siempre. Pues mientras que el espectáculo crea un presente de expectación inmediata. La memoria barrial crea un espejo de identidad que refleja la continuidad del sentido en la calle, las vecindades, los comercios establecidos, el tianguis, los deportivos, y demás espacios vitales de Tepito.

Este proyecto pretende que la vivencia acumulada por cada uno de los trece artistas plasme las imágenes más significativas de la memoria colectiva de este territorio emblemático, justo en esos umbrales y lugares comunes donde se entrecruzan el sentido y la perspectiva urbana del obstinado barrio de Tepito.

El objetivo es generar un circuito de arte en el barrio, instalando trece piezas que recreen el adentro y el afuera de Tepito en una perspectiva distinta a la que convencionalmente estigmatiza al barrio. Este proyecto curatorial está estructurado a partir del análisis artístico de los diferentes fenómenos que se suceden en Tepito y que son los que lo caracterizan y definen. Para que sea el barrio mismo el verdadero protagonista, significando la vivencia de su intensidad cotidiana, la forma en que se habita, se piensa y se es.

Siendo un barrio-bisagra con el Centro Histórico, se pretende sincronizar lo tepiteño con lo citadino conciliando sus mutuos débitos. Pues pocas veces Tepito revela las muchas veces que se rebela contra todo lo que vulnera su naturaleza o que atenta contra la actividad económica de su vecindario.

Esta propuesta cultural es una expresión de arte contemporáneo que pretende significar la relevancia del patrimonio tangible e inmaterial que salvaguarda Tepito. Frente a los problemas que acosan al barrio: la droga, la pornografía, la piratería, la expropiación, los operativos, la basura, la violación, la contaminación, y no tener donde jugar ni hacer deporte; expresados en la Galería José María Velasco durante un ciclo de pláticas que sostuve con alumnos de Escuelas Primarias.


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El Tonal protector de Tepito



Por : Alfonso Hernández H. 
Director del Centro de Estudios Tepiteños

Para describir México se dice que limita al norte con los Estados Unidos. Y al sur con Guatemala, al este y al oeste con los océanos. Y para describir lo mexicano, no se puede hablar de fronteras políticas ni de límites culturales, pues todo lo mexicano tiene su lado ídolo, como indicio de la resistencia del imaginario arcaico que pervive a lo largo de la historia moderna en la que México nunca muere, exactamente como Dios en el himno de las regiones de Oaxaca y Chiapas.

En nuestra nación, está siempre presente la Muerte, respirando el aire que respiramos, alimentándose de nuestras tortillas y nuestros frijoles. Duerme junto a nosotros, en nuestro mismo lecho tan próximo de la tierra. Es por ello que, lo que es natural no nos es triste. El mexicano habita más en la Tierra que en el Cielo. Por eso es que en lo sobrenatural no rechaza ninguna alianza, que en otras partes consideran sacrilegios. Donde la imagen de la muerte representa un símbolo colectivo de representación social que refleja una realidad histórica de lo mexicano frente a la cultura oral, abstracta e ideográfica del judeocristianismo.

En la tierra mexicana, en que todo es una pregunta en espera de respuestas, y la muerte constituye un núcleo cultural que vincula lo popular tradicional al imaginario histórico. Tepito se ha convertido en un escenario adecuado para la tragedia religiosa. Donde la Muerte redime y lo verdaderamente religioso es concederle esa esperanza a la muerte. Ya que como todo lugar antropológico, el barrio de Tepito está constituido por su esencia cultural reforzada por sus propias estrategias sociales.

Azúcar, arcilla, cristal, tela, papel, resina, o tan solo un humilde garbanzo, no hay material que no sea buena para confeccionar una imagen de la Muerte siempre amable y tolerante. Los antiguos cortejos de la Muerte muerta tenían por cráneo garbanzos de aspecto atroz. Cada garbanzo, visto de perfil, confería a la Muerte un aspecto con rapacidad macabra.

El nicho de la Santa Muerte de Alfarería 12 contiene una emotividad emosignificativa, destacable en la manera que los devotos escenifican su identidad co-fundiendo hitos cronotópicos con escenarios de dramatización social. Donde la imagen de la Muerte es adoptada como un Tonal o sombra destinada a proteger. Antes, la iglesia era la única institución que podía organizar ciertos ritos religiosos tradicionales. Y hoy, es el barrio el que muestra el nuevo mosaico de usos y significados profanos.

Acá en Tepito, cada día primero de mes el barrio bravo se calla para rezarle a la Santa Muerte, emisario de Dios que sabe cuando quitar la luz de la vida. Donde el aire ferviente de innumerables lenguas de fuego votivo envuelven el silencio de su imagen. Sin que nadie se atreva a descifrar los resortes ocultos que animan su devoción en los laberintos de lo vivido en unión con quienes forman parte de una comunidad cuya sombra individual forma parte de una sombra colectiva y macabrona que infunde respeto y miedo.

Dentro de la cosmogonía del mito fundacional de este barrio, es normal que sea en Tepito donde surja y fructifique este culto, al que concurren devotos de toda la ciudad y de la provincia. Cuya identidad es refrendada con la vigencia de los dones y valores compartidos voluntariamente. En Tepito, la sabiduría de la incertidumbre barrial consiste en asumir nuestros miedos. Pues entre las voces del corazón y las del alma, le damos preferencia a las del alma. Porque la vida corre tranquilamente hacia esa querida Señora que nos espera al final del camino.

La neurosis urbana produce artículos de consumo en la economía psíquica, justo en la medida que decrece considerablemente la seguridad en las condiciones de vida, debido a la sucesión acelerada de la crisis. Quizás por ello debe su esplendor el surgimiento del pensamiento del eterno retorno, al hecho de que en toda circunstancia ya no se puede contar con un retorno de situaciones en plazos menores que los que ponía a disposición la eternidad. Y el retorno de las constelaciones cotidianas se hizo paulatinamente menos frecuente, lo que pudo despertar el vago presentimiento de que habría que contentarse con la fantasía social de las constelaciones cósmicas.

El hecho de que la reliquia provenga del cadáver y el souvenir de la experiencia difunta, hacen la vivencia. Y si la alegoría barroca ve el cadáver sólo desde el exterior, la vivencia lo ve asimismo desde el interior. Traduciéndose en una alegoría vivencial, que no es verbal sino óptica; pues la muerte es un dignatario digno de respeto, particularmente por aquellos que la sienten o que la han visto de cerca, evidenciando que la muerte no es mejor que la vida aunque es mas larga.

Las diferentes estratografías callejeras de la santa muerte, representando la percepción trágica de la vida, sirven para homeopatizar la dualidad del límite de la vida con la eternidad de la muerte. Cuya lógica de resistencia informal forma parte de un sincretismo devocional santificado a lo largo de la etapa colonial, independentista, revolucionaria, industrial y neoliberal. Y esta forma de relacionarse con la muerte funciona entre el mestizaje para homeopatizar el sufrimiento, la crueldad, la injusticia y la desigualdad social que padece la barriada. Cuya actitud creadora descansa en la constante saborización del bien y del mal, de la vida y de la muerte, de la felicidad y la desdicha.

La crisis ha incrementado el nomadismo urbano, cuya revuelta silenciosa y ruidosa gruñe, en una subversión posmoderna cuya efervescencia expresan las nuevas tribus y legiones. Y como no faltan los abogados de un Dios bienhechor con distintos nombres –Estado, Instituciones, Iglesia, Contrato, Universidad, Medios- que junto con representantes de distintos conformismos de pensamiento, no han podido acometer ni someter la parte de sombra que cubre nuestro mundo, cuyo misterio es precisamente lo que une a los que comparten la sinergia del mismo tonal protector.

Lo cual está revalorando el fuego que acendra la sabiduría de las devociones populares como esta que se da en las calles del obstinado barrio de Tepito. Cuya sed de infinito es vivir más de una vida integrando los desafíos del riesgo, del mal, incluso de la muerte asumida como una vida ardiente mucho más excepcional y vitalista de lo que se cree. Donde la doble vida de lo cotidiano se funda esencialmente en tácticas de astucia que abundan en la práctica de transgresiones que muelen finamente su función fecundante.

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